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Una derecha en la lona y una izquierda agonizante

Entre las pocas verdades que dicen los políticos (generalmente aquellas de los que no obtienen buenos resultados en las encuestas) está esa de que la verdadera percepción está en las calles, sin desmerecer las encuestas que, científicas como son, carecen de razones para una u otra respuesta. Entonces, desde hace algunas semanas, toda vez que abordo un minibús (caldo de cultivo de una variedad de enfermedades que a veces se desplaza en rutas arbitrarias) o un trufi (unidad motorizada en que hay que trasladarse en modo sardina enlatada) busco con el chofer conversaciones sobre política para saber su impresión sobre la actual coyuntura (actualidad que ya no es muy coyuntural por la gravedad de la situación). Casi de forma uniforme señalan que la crisis es obra del masismo.

Uno de los últimos con quien entablé plática en medio de una marcha que a él lo irritaba porque gastaba su combustible sin poderse mover, tanto como a mí por no poder llegar a mi destino oportunamente, me dijo que era originario de Guaqui, que su familia había votado en los últimos 20 años por Evo Morales y Arce Catacora, que especialmente el primero de ellos era el autor de este triste estado de cosas; que su madre, que en el campo cría ovejas y tiene una discreta parcela donde cultiva quinua, tiene una vida muy modesta, pero que jamás dejaría de apoyar al partido que le da su renta dignidad. Pero que él, que, viviendo en la ciudad, sufre las consecuencias de la corrupción de la que finalmente está convencido, sí lo haría. Que una llanta de segunda mano que hasta hace algunos meses la compraba en Bs 370, hoy cuesta Bs 820; que un día trabaja y otro debe hacer fila para abastecerse de gasolina. Que abrió los ojos y que nunca más votaría por esa opción que le hizo tanto daño a los humildes.

Cuando le dije que, pese a esa su percepción, las últimas 5 elecciones (descontando los fraudes) demostraron que su gremio y otros de los trabajadores habían seguido favoreciendo con su voto al MAS, el indignado chofer espetó: “Se acabó; hoy todos estamos emputados con estos delincuentes. Hay una decisión general de buscar otras opciones, aunque entre ellas estén los viejos candidatos de toda la vida, que no son santos. Pero ya no pensamos tolerar más tanta corrupción”.

Quise continuar la conversación, pero la hora y la nutrida marcha con pancartas que decían, entre otras cosas: “No estamos apoyando a Evo, estamos protestando por la subida de precios”, me obligaron a bajarme del grasiento vehículo para caminar algunas cuadras y llegar a mi destino. En el trayecto, me puse a cavilar en que verdaderamente hay una decepción de todo ese conglomerado social que en otros tiempos apoyaba sin condiciones al déspota chapareño y su instrumento político. Aquellas últimas palabras del conductor que no puede influir en la generación de su madre, pero que comparte una nueva visión con los de su edad, me hicieron confirmar que hoy el grueso de la población no podría comprometer apoyo a quienes han cortado las alas para despegar hacia una vida digna, porque es innegable que el transporte público es pésimo, pero tampoco puede pasarse por alto que los insumos de su funcionamiento están por los cielos, que no tienen divisas para importar ni moneda boliviana para llenar la olla, que no sea con algunas menudencias o frituras hechas con grasa de las carnes incomibles que antes las caseritas desechaban.

La primera encuesta, que recientemente se publicó a través de un canal de televisión, confirma números que seguro estarán haciendo llorar a quienes abusaron dos décadas del poder. Pero en la acera de enfrente las cosas no andan mucho mejor, pues si bien las estadísticas les dan considerable ventaja, se están forzando alianzas que, de llegar al poder, serán un motivo más de ingobernabilidad. Podría afirmar que partidos como el MTS, el PDC, la ADN o la UCS, que no representan casi a nadie, están excediéndose en exigencias para alquilar su sigla a cambio de unos pocos parlamentarios, que prolongarán el filibusterismo que vivimos hoy, dejando de lado las visiones ideológicas que, a la hora de la hora, no valen para nada con tal de ganar el poder.

Con la elección de candidatos vicepresidenciables en las principales fórmulas de oposición está demostrado que, por lo menos en dos de las tres que tienen chance de acceder a una segunda vuelta, se tendrá serios inconvenientes para sostener un debate ideológico —si es que alguien lo promueve—, campo en el que se desenvuelven con la misma soltura con que yo me desenvuelvo en el trapecio.

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor

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