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Nuestra grandeza está en la evidencia de la moral

Nunca es tarde para interrogarse. Propongo hacerlo. Quizás esta vida sólo tenga sentido en la medida en que nos haga reflexionar. A lo mejor deberíamos pensar más en nosotros.  La primera pregunta que se me ocurre compartir con el lector, es esta: ¿Hemos de desconfiar unos de otros?. Hay quien dice que es la única defensa contra la traición. En cualquier caso, considero, que no podemos evadirnos y cerrar los ojos ante la realidad que nos circunda. De hacerlo, sería absurdo. Tenemos que retomar fuerzas y no dejarnos sobornar por nadie. Nuestro planeta, desgarrado por la multitud de hechos violentos que se producen a diario, tiene tanta necesidad de paz como de pan, de personas libres y liberadoras, capaces de conciliar lenguajes y de reconciliar latidos, como de hacer justicia.

Lo cierto es que hemos convertido nuestro propio andar, – sálvese el que pueda-,en una reserva de frialdades como jamás. En lugar de ser constructores, somos destructivos a más no poder, vendiendo nuestra propia humanidad por un puñado de monedas. No se puede caer tan bajo. Valemos más que unas migajas mundanas. No nos dejemos vencer por esta atmósfera corrompida, por caminantes corruptos dispuestos a comerciar con nuestra fragilidad humana. Pongámonos en acción para vencer el miedo, convencidos de que con entusiasmo y confianza se pueden abrazar otros horizontes más níveos; algo innato en esa ciudadanía de bien, que aún son dueños de una conciencia honrada y pura.

Tampoco jamás estamos a destiempo para amarnos. Formulo, en consecuencia, amar de otra manera. Lo auténtico del amor nos lo hemos cepillado. Tanto es así, para desgracia nuestra, que nos mueve el interés más que la donación. Hoy, buena parte de la gente, sobre todo el orbe de los privilegiados, mueren desbordados de cosas, pero con el corazón vacío. También, a ese otro mundo excluido, en ocasiones le falta coraje para dejarse la vida, con el corazón lleno de lucha. Tal vez, todos, sin particularidad alguna, tengamos que quemar nuestra existencia por cohabitar y existir. Aun no hemos aprendido a amarnos. ¿Por qué tener miedo a hacerlo?. También en esto, debiéramos ser más honestos y justos. No importa el riesgo de amar y no ser correspondido, lo fundamental es haber vivido entregado a nuestros análogos, aunque se aprovechen de ti. Lo armónico llega por este cultivo, por el amor de amar amor. Nuestra existencia misma, ha de convivir en un equilibrio natural entre el cuerpo y el espíritu.

Naturalmente, hemos de poder vivir en armonía y con idénticas posibilidades. Lo que no tiene sentido es incrementar la carrera armamentista y las tensiones. Es tarea, tan urgente como precisa, que la humanidad camine de otro modo, más hermanada, pues amando de manera conjunta, todo será más edénico, más poesía, más gozo en definitiva. Precisamente, por esa falta de repensar sobre lo que somos y hacia dónde queremos ir: ¿sí a la venganza o a la clemencia?, ahora nos sintamos desconcertados. La inmoralidad del caos es lo que nos hace sentirnos mal. Creo, además, que aún tenemos un problema de expresión, sobre lo verdaderamente esencial en esta vida, que no es tanto el poseer como el amar. Seguramente esto lo hemos oído más de una vez, pero no lo hemos llevado a la práctica. Ahí radica la cuestión, en no saber encajar todo en común, con el desprendimiento como abecedario.

De igual modo, pienso, que tenemos que salir de estos aires maliciosos, generados por el endiosamiento del yo, injertados en la mentira, de tal manera que creemos que son verdad. Hoy más que nunca hace falta tesón para que la libertad de buscar y decir la verdad, aunque nos duela, sea un elemento cardinal en toda comunicación humana. Desde luego, el papel de los medios de comunicación para el avance de sociedades más armonizadas, justas e inclusivas, es básico. En este sentido, nos llena de esperanza, la reflexión activada con motivo del Día Mundial de la Libertad de Prensa (3 de mayo), subrayando la idea de «mentes críticas para tiempos críticos». Sin duda, los sistemas judiciales en todo el mundo necesitan ser robustecidos, con un enfoque más protector de la libertad de expresión y la seguridad de periodistas. Por otra parte, me parece muy ecuánime la inclusión en la Agenda 2030, de los elementos del planteamiento de los tres “P”: prevención de violencia contra los medios de comunicación, protección de periodistas en peligro y persecución de perpetradores de crímenes contra profesionales de medios de comunicación.

Sólo cuando la ley es respetada y la justicia para todos está garantizada, es posible avanzar hacia un porvenir más auténtico y mejor para todos. De lo contrario, difícilmente vamos a comprendernos y a estimarnos unos a otros, para poder abrazar los caminos de la evidencia, que es donde radica nuestra grandeza moral.

Por eso, es saludable preguntarse, hacerse interpelaciones a uno mismo, desterrando de nosotros cualquier amargura o maldad. Pero, ciertamente, ¿sabemos reconocernos en nuestras acciones?. Tal vez nos falta tiempo para nosotros y nos movamos más por los impulsos que por la serenidad. Sea como fuere, si en verdad fuésemos más humanos, o mejores ciudadanos del mundo, tendríamos más afianzada la profunda compasión que nos lleva a aceptarnos y a reconocer al otro como compañero de viaje. Ojalá tuviésemos desarrollada esa actitud de generosidad, de auxilio, de complicidad para hacer el bien, sin reclamar nada a cambio, por el único deseo de entregarse y de servir, no de servirse de los débiles como viene sucediendo, con una retórica combativa que puede conducirnos a la desaparición de la especie pensante.

Cuesta entender, por consiguiente, los aires de grandeza de algunos países, esa obsesión por mostrar poder. En la vida humana no puede reinar ningún dominio, puesto que todos somos dependientes, por mucha arrogancia que mostremos. Dejarse dominar por el rencor, por el desprecio, tiene bien poco de sensato. Tantas veces olvidamos que cualquier desarrollo, conlleva la atención a nuestras habitaciones interiores en relación con las otras, que debemos recuperar nuestros anhelos, ya que todo ha de concertarse para transformar los corazones de piedra en corazones de versos.

Menos corazas y más alma es lo que nos hace falta, en efecto. Los datos son objetivos. Hasta veinte millones de personas podrían morir de hambre en los próximos seis meses en el noreste de Nigeria, Somalia, Sudán del Sur y Yemen, si no se toman medidas urgentes, lo acaba de advertir  al mundo el director general de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Ya no digamos los ciudadanos que mueren cada día por escalar hacia un horizonte de ilusión, donde puedan realizarse como personas, sin ser sometidos a esclavitudes. Como el amanecer o la muerte llega a todos sin excepción, también ha de extenderse a todas las esferas de la vida, otro existencialismo más ético, otras actuaciones más estéticas, otros pensamientos más en común, menos individualistas.

Cualquiera que sea la situación del individuo, no hay más remedio que, como dijo el filósofo y ensayista español, José Ortega y Gasset (1883-1955): «corregir nuestros instintos con la moral y con el amor los errores de nuestra moral». Buen cierre de pensamiento para la reflexión última, para ese sentimiento de hacerse interrogatorios cada día, sabiendo que la verdad como la justicia, no admiten borrones en las respuestas, porque si las hubiere, toda la estructura social, va también hacia la derrumbe.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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