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Microrrelatos – Colección de literatura breve XVIII

Secuelas

Patricia Dagatti – Argentina

Advertido del peligro, dejó atrás las sombras que habían simulado cobijarlo. Una siniestra cofradía de cuervos unidos por la misma sangre.

Ahora, tan solo el recuerdo de su antigua soledad es capaz de atenuar los espasmos que le provocan los ojos vacíos.

Un espejo al final del corredor

Christian Di Bari – Argentina

Mi casa es oscura pero apacible. Al final del corredor hay un espejo donde se refleja una silueta blanca. Cuando me acerco me agarra y me tironea al otro lado. Me corta el cordón umbilical. ¿Qué es este espantoso lugar?

Confieso que he soñado

Alberto Sánchez Arguello – Nicaragua

“L’hydre —univers tordant son corps écaillé d’astres”

Victor Hugo

Sé bien que este es un sueño que inicia con Chuang Tzu soñando con una mariposa que sueña con el Rey Rojo roncando en el bosque, que soñará a Alicia durmiendo plácida en el regazo de su hermana, transformada en el Borges de 1969, que soñó al Borges de 1918 en un banco frente al río Charles, que al despertar se percatará que usted está leyendo este texto y que yo he dejado de soñar.

Un gato en la lavadora

Luis Ignacio Muñoz – Colombia

Todavía me parece oírlo ronronear y restregarme su lomo. Después se reclinó en la comodidad del recipiente mientras las aspas lo hacían girar. Me imagino que dio vueltas como un trompo y cuando la lavadora se detuvo, me acerqué para sacarlo con cuidado. Limpio, oloroso a fragancia de detergente, mirándome con ojos de complacencia.

No me gusta bañar gatos, pero fue por la cochinada que hizo. Debo hacerle caso a mamá, cuando ensucia la casa. Ahora me queda la segunda parte de mi labor: Plancharlo para que vuelva a la normalidad.

Me robó el aliento

Silvia Rózsa Flores – Bolivia

Estoy buscando oxígeno en el hospital.

Legión

Jonathan Alexander España Eraso – Colombia

Después de la batalla, el último hombre en pie, ya sin secretos, desplegó sus alas ominosas. Justo cuando se preparaba para alzar vuelo, de entre sus plumas, empezaron a emerger minúsculos hombres que entonaban cantos lastimeros. De repente, uno de ellos gritó: ¡Las plumas, señor! El hombre recogió una espada y, enardecido, estiró sus brazos, y se cortó las alas. A lo lejos, mientras caminaba parsimonioso, el hombre se transformaba en una multitud que cargaba el cuerpo de Dios y desaparecía por las grietas del sol.

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