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Los hogares en un orbe inestable

“No importan las riquezas, lo que nos incumbe es que cada niño, al venir a este mundo de todos y de nadie en particular, sea acogido por el calor de sus progenitores”.

Necesitamos comprensión de hogar, máxime en un tiempo donde las familias son muy heterogéneas; ya que los diversos vínculos suelen sentir y vivir de manera distinta, además de que los espacios sean muy diferentes, pues aún se silencian voces en muchos de ellos, imperando el ordeno y mando, sin apenas diálogo alguno. Por otra parte, el cambio climático también está repercutiendo negativamente en la salud y en el bienestar doméstico, con una mayor contaminación atmosférica, aparte de los fenómenos meteorológicos extremos exacerbados, como huracanes, sequías e inundaciones, que suelen provocar a menudo desplazamientos forzosos y la pérdida de los recursos de subsistencia. Todo este cúmulo de desalientos, debe hacernos repensar sobre nuestro modo humano de pasar y de morar. Sin duda, tenemos que tomar otra concienciación, sin ceder a tantas fuerzas interesadas dominadoras, contrarias a revitalizar la parentela, que amenazan con nuestra propia destrucción genealógica. Sea como fuere, tampoco podemos admitir esta comercialización de sentimientos, etiquetada por una mercadería de falso cariño, que nos oprime la belleza de oírnos estimados.

Ejercitar el amor de amar amor es la escena adyacente por excelencia. No importan las riquezas, lo que nos incumbe es que cada niño, al venir a este mundo de todos y de nadie en particular, sea acogido por el calor de sus progenitores. Tengamos presente que, aunque sean muchas las desmoralizaciones ante las continuas pruebas y permanentes dificultades que nos surjan, cuando se cultiva el apego conyugal de modo auténtico, nada se desmorona y todo se reconstruye, al servicio de la vida y de la cátedra viviente. La solución pasa porque nos familiaricemos y por saber conjugar la verdad con la bondad en grupo. Es cuestión de ablandar el corazón para poder restaurar el respeto, la entrega y la convivencia entre análogos. Retirar de nuestros andares el egoísmo, la prepotencia y las pasiones incontroladas que nos dominan como borregos, mejora la atmósfera para entrar en sanación. La fragilidad humana siempre va estar entre nosotros, pero esto debe hacernos más fuertes para poder reconstituirnos y proyectar con alegría la convicción de que nada está perdido. Enmendarse y enmendarlo, con el mejor nutriente: la acogida, aparte de restarnos pesares, también nos suma fortaleza, para transitar en corporación por los caminos terrenales.

Hoy más que nunca, hay un deseo de ascender, de conquistar las alturas en la vida diaria de cada jornada. Ahora bien, tenemos que tener cuidado, no cualquier elevación debe servirnos. Quizás, para ello, tengamos que auscultar mucho más nuestros interiores. Sólo así podremos avanzar humanamente, mejorando la situación y el bienestar casero. Desde luego, intensificando la cooperación internacional como parte de los esfuerzos mundiales para favorecer el progreso y el desarrollo en lo social está muy bien, pero también hay que dar a las generaciones venideras, motivos para coexistir y fundamentos para reencontrarse. El tronco mismo existencial es la gran mística poética que somos. Hemos de escucharnos, por consiguiente, para poder enhebrar en nosotros la cordialidad, con la radicalidad de sus exigencias. La mejor raíz, la más justa, es cultivar la entrega con el amar, poniéndonos al servicio todos de todo. En  consecuencia, esa vocación de latidos conjuntos tiene que universalizarse, inspirándonos seguramente en los impulsos armónicos de la creación, de la alianza en definitiva; respondiendo así, al vivísimo deseo natural de que todos formemos parte de ese gran poema hacendoso, que es el que nos quitará el aluvión de penas.

En comunión de pulsos y en comunidad de talentos, llega el fruto de la unión colectiva, sobre todo para ese tanto por ciento de pobladores, cada día más incrementado, que carece de morada o que vive en condiciones de vivienda inadecuadas. Convendría, pues, que nos preguntásemos a nosotros mismos: ¿De qué nos sirve que aumente la esperanza de vida, si luego no tenemos ese techo hogareño, donde participar nuestros movimientos o ese hombro naturalmente vinculante, sobre el que llorar y reír entre generaciones múltiples? Al final, el mejor analgésico, está en la cercanía, en la compasión y ternura. Indudablemente, tampoco podemos quedar atrapados en lo peor del interrogatorio, sino en valorar lo mejor, para volver a partir de allí juntos, a edificar algo grande y hermoso. Al mismo tiempo, es vocación de la familia ser germen, modelo, cimentación ejemplar de la sociabilidad humana. De esta forma se constituyen lazos profundos de aproximación entre las personas, respetando su libertad y valorando su propia identidad. No cabe duda, por tanto, que la pasión amorosa aprecia y armoniza las diferencias, convirtiéndolas en un don recíproco; en la medida en que genera virtudes sociales y vitalidades manifiestas.

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