La política como pasión

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Cada país tiene su propia pasión: llámese el fútbol, algún deporte en particular, o una sintonía de muchas querencias sin llegar a un punto de apasionamiento febril.

En Bolivia, lo miro desde lejos, no hemos comprendido como sociedad en su conjunto (hay excepciones a la regla), que la política es nuestra verdadera pasión colectiva e inconsciente.

Y esto conlleva problemas de real magnitud: ante cualquier desencanto amoroso hacia un líder, como amante engañado por su pareja, rompemos la puerta y lanzamos cohetes contra éste. Villarroel fue colgado en la Plaza Murillo, hubieron muchos golpes de Estado en la historia, y quizás el peor legado del evismo sea ahora la confrontación con violencia verbal entre opuestos (que es en sí, un rasgo característico del populismo).

Es hora de dejar esta pasión, y buscar otras pasiones. La política no resolverá nuestra situación de penurias, anhelos y otras cosas más.

Admito que he sido un feroz combatiente desde la prensa escrita durante años y hasta la caída de Evo Morales, quien dejó, como dije, un legado populista que todavía es fácil observar en muchos políticos que se agarran de los pelos.

Es hora de dar la vuelta a la página y empezar a reconstruir nuestra sociedad entera, sobre la base del respeto y vigencia del Estado de Derecho, los derechos humanos y la dignidad humana. Y por otro lado, dejar a un lado las pasiones, o al menos, la pasión por la política.

Un tema no menor, es que algunos políticos creen que alzando en alto su voz, van a ser escuchados. Nada más ajeno a la verdad. Los bolivianos tenemos – creo en su mayoría – la necesidad de escuchar programas de gobierno serios y a la altura de las circunstancias.

Muchos ya estamos, en suma, cansados de las «guerritas». Pónganse a debatir asuntos serios, señores.