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La boda de “Casa de Campo”

Cuando su hija Gabriela se casó, Carlos Gill Ramírez recorrió quizás los callejones del primoroso pueblo en piedra y barro, esa réplica del siglo XVI italiano, que los dueños de “Casa de Campo” levantaron sobre una colina verde, bordeada por el río Chavón, allá en la República Dominicana. Abajo, los yates se mecen sobre el azul turquesa del mar Caribe. O tal vez Gill haya optado esa mañana por caminar descalzo por playa “Minitas”, la zona exclusiva de aquel club de golf para súper ricos y celebridades. No sabemos si juega golf o tenis, practica la pesca deportiva, monta a caballo o prefiere probar puntería a carabina descubierta. Y es que “Casa de Campo La Romana” ofrece todo eso a precios tan robustos como los quilates de sus huéspedes. ¿Y su esposa? Doña Josefina Gómez Sigala, “Chepita” para los panas, quizás encontró un respiro bajo el masaje tibio de espalda, la oferta más tentadora del Resort. 

De la vida y obra de Carlos Gill Ramírez, los bolivianos sabemos escandalosamente poco. Ello, a pesar de que desde 2009 es el dueño del diario La Razón de La Paz y según propia confesión, entregada el año pasado al periodista Carlos Valverde, tiene bajo su mando a 22.000 empleados en cinco países. Perdón, a la fecha ya sólo suman 21.903 si restamos los que Claudia Benavente, la directora del periódico de Auquisamaña, ordenó echar a la calle. Fuera y sin desahucio.

¿Qué tendríamos que saber sobre Gill? Por ejemplo que en Bolivia posee un periódico durante más de una década, pese a lo cual sólo pasó un promedio de dos días por mes en el país.  O que prometió volver en enero de este año y no se asoma para rendirle cuentas a sus empleados. 

También, que se jacta de no meterse en política, ni acá ni en Venezuela, ni en su Paraguay natal ni en Madrid, donde reside, pero que su esposa asesora a Juan Guaidó, el Presidente encargado de Venezuela. Perdón, ¿acaso 

Gill no era un boli-burgués?, ¿un empresario chavista?  Sí, hasta noviembre de 2018,  cuando el Nacional de Caracas, donde tiene algunas acciones, se peleó con Diosdado Cabello, el número dos de la nomenclatura bolivariana. Tal vez, por eso Chepita acompañó sin rubores a Guaidó a una gira de tres meses por los Estados Unidos. Los Gill hicieron pues una conversión “on time”. 

El flamante consuegro de Gill, Carlos Uzcátegui Valero, se hizo rico mandando a recoger la basura en el estado venezolano de Monagas. Y cómo olvidar a Popa Corporation, la empresa off shore de los Gill en Barbados, registrada ahí desde el 12 de junio de 2008.  Más de un despedido de La Razón tendría hoy el derecho a preguntarse si parte de su desahucio no estará apilado por allá.  

De toda la información acopiada sobre Gill me quedo con dos reveladas en la entrevista con Valverde. La primera es que su hoy maltrecho diario facturó por publicidad 135 millones de bolivianos en 2016, 98 millones en 2017, 85 millones en 2018 y 51 millones en 2019.  Aun con 300 empleados, el superávit anual oscila entre los nueve y los 93 millones.  ¿Dónde está esa plata?, ¿en el galpón con grietas que sus improvisados gerentes azules hicieron edificar? 

Segunda perla. Cuando Valverde le pregunta a Gill por el entonces vicepresidente García Linera, él dice: “Para mí, él era el operador, el gerente del país”.  A estas alturas, cuesta creer que no lo haya mandado a recoger en un jet desde Buenos Aires para asistir a la espectacular boda caribeña de Gabriela Gill Márquez y Carlitos Uzcátegui, felices herederos de los escombros de La Razón.

Rafael Archondo es periodista.

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