Según la Unesco, el concepto de industrias culturales ha ido evolucionando desde que Theodor Adorno, uno de los máximos representantes de la Escuela de Franckfurt, lo usará en referencia a las técnicas de reproducción industrial en la creación y difusión masiva de obras artístico-culturales. Actualmente, los modos de crear, producir, distribuir y disfrutar de los productos artísticos y culturales han cambiado significativamente. Aparte de los avances tecnológicos, el rol de las redes sociales y los medios de comunicación, la cultura se ha incorporado a procesos de producción sofisticados, cadenas productivas complejas y circulación a gran escala en distintos mercados nacionales e internacionales.
La cultura es todo lo material e inmaterial (valores, comportamientos, objetos concretos y formas de vida) que identifican a un determinado grupo de personas y surge de sus vivencias en una determinada realidad. Entonces hablamos en plural de grupos, comunidades y culturas que son la base y fundamento de todo lo que somos en el marco de la diversidad, la interculturalidad y las identidades culturales.
De esa manera, hombres y mujeres en equilibrio con la naturaleza somos productores de formas de vida, organizaciones sociales, filosofías, espiritualidades, normatividades éticas y jurídicas, artes, ciencias, tecnologías; son toda la información, conocimientos y saberes que poseen los seres humanos en las distintas etapas de su vida y desarrollo social.
Por ello, ya en los años 90, surgió el concepto de economía creativa entendida como el motor de la innovación, el cambio tecnológico y como ventaja comparativa para el desarrollo de los negocios. Posteriormente, el concepto de industrias creativas se entendieron como aquellas que tienen su origen en la creatividad individual, la destreza y el talento y que tienen potencial de producir riqueza y empleo a través de la generación y explotación de la propiedad intelectual.
Todos estos conceptos y enfoques comparten un núcleo común: la creatividad que da origen a los bienes y servicios de estas industrias. Coinciden en vincular dimensiones abstractas, como las culturas y las artes, con otras tan concretas como la industria, la economía o el mercado, vinculadas con la propiedad intelectual y los derechos de autor. Dada esta diversidad de enfoques, la Unesco define al conjunto de las industrias culturales y creativas como “aquellos sectores de actividad organizada que tienen como objeto principal la producción o la reproducción, la promoción, la difusión y/o la comercialización de bienes, servicios y actividades de contenido cultural, artístico o patrimonial”.
En el marco de este enfoque, es fundamental que el Estado piense en las artes y las culturas como una inversión que implique incorporarlas en las directrices de formulación presupuestaria y sus clasificadores, ya que los bienes, servicios y actividades de contenido cultural, artístico y patrimonial permiten llegar al público y al mercado, contribuyendo de esa forma a la economía nacional. Esta definición no se limita a la producción de la creatividad humana y su reproducción industrial, sino que incluye otras actividades relacionadas que aportan a la realización y la difusión de los productos culturales y creativos que están en la intersección entre la economía, las culturas y el derecho. Incorporan la creatividad como componente central de la producción y tienen una doble naturaleza: la económica (generación de riqueza y empleo) y la cultural (generación de valores, sentido e identidades), además de la innovación y re-creación.
Por último, remarcar que las culturas y las artes pueden convertirse en industrias culturales que también se vinculan con otras áreas productivas como el turismo, la gastronomía, la conservación del medioambiente, la biodiversidad y el cuidado del territorio de pueblos indígenas, en el marco de la descolonización, despatriarcalización e interculturalidad, desde una cosmovisión integradora y pluricultural.
Elizabeth Salguero Carrillo es comunicadora social