Unas semanas atrás me encontré en la librería del Museo Universitario de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional Autónoma de México un libro cuyo título era desconcertante: “Plagie, copie, manipule, robe, reescriba este libro”. La autora: Valeria Mata (Impronta Casa Editora, 2022, Guadalajara). Su color naranja chillón atrajo mi mirada y sus letras en la portada me obligaron a tomarlo. Luego de una rápida hojeada, a pesar de su mandato, no pude hacer caso a la instrucción “robe este libro”: formal como soy, pasé a la caja para pagarlo y llevármelo a casa.
Se trata de un documento que busca provocar, sacudir los lugares comunes y los principios con los que nos movemos en la ciencia y en el arte. Estamos en una era donde se premia el sentido de lo nuevo –lo que en México repercute directamente en el salario de los académicos–, prima un productivismo loco que obliga a “publicar o morir” como reza la sentencia. Uno de los pilares del argumento es que se debe ser creativo, ofrecer algo nuevo que se diferencie lo suficiente de lo que se ha hecho previamente. Ser original. ¿Es posible vivir inventando? ¿“renovarse” cada año?
La contratapa del libro en cuestión revira con decisión: “La propiedad es el robo. Todo lo que existe es copia de algo que, virtuosa o vilmente, lo antecede. ¿Y el original? ¡El original jamás existió!”. En las páginas interiores, debajo de los datos oficiales se lee: “Ningún derecho reservado. Las palabras y sus posibles combinaciones son una propiedad colectiva, por lo que compartir este texto no constituye un delito. Puede prestarse, copiarse o retocarse, siempre y cuando se haga sin fines de lucro y se mantenga esta nota. Es mejor que un libro viaje a que se quede encerrado en una caja”. Dos epígrafes abren el documento: “La escritura no requiere permisos…”, Eugenia Almeida. “Los libros de los que soy escriba son de todo el mundo”, Hélene Cixous.
Es verdad que lo único que tenemos los intelectuales son nuestras ideas y que es una canallada que otro se las robe, las presente como suyas sin reconocer al autor (como soy también fotógrafo, no tolero que una foto mía se publique sin mi nombre, como si se hubiera hecho sola, o peor, que se la atribuya a otro). Pero no es menos cierto todo lo que pensamos se inscribe en una tradición y lleva algo de los otros. Nada más colectivo que una idea, que una obra de cualquier naturaleza.
El libro retoma un fragmento de Alejandra Myrial de 1898: “Nuestros pensamientos nacen y son alimentados por pensamientos de otros, todo nuestro organismo mental y físico, en constante comunicación con el todo, no tiene siquiera un punto en el que pueda reposar y decir yo, porque por todas partes encuentra a otros en él”). Y adelante cuestiona la idea de “derechos”: “la escritura se produce y sostiene gracias al trabajo de otras y otros, la historia de la producción artística ha sido así, pero el surgimiento del copyright imposibilita y congela este proceso de intercambios dinámicos, pues supone la apropiación privada de las expresiones culturales y está cada vez más disociado de intereses colectivos”.
Cierto. Por un lado, somos herederos de una tradición y cada letra está impresa nuestra historia, y por otro lado, “el autor” es un invento inscrito en la lógica del mercado y de sus réditos. Miles de documentos de la humanidad fueron anónimos o colectivos, y esa es su potencia. En realidad, nada hacemos solos, vivimos de préstamos incobrables, somos síntesis, hechura de muchas manos.
También hay que recordar que a menudo un espíritu de las ideas recorre los tiempos, por lo que autores geniales pueden confluir sin haberse copiado ni consultado mutuamente. En ese sentido es muy sintomático que, por ejemplo, La visión de los vencidos sea el título de dos libros dos autores brillantes: el mexicano Miguel León de Portilla y del francés Nathan Wachtel . ¿Quién copió a quién? Ninguno, y poco importa, es una coincidencia de época.
En fin, el libro nos invita a pensar sobre el sentido de lo original, la propiedad individual, el comercio, el mercado, la colectividad y la creatividad. Discusiones imprescindibles para esta temporada.
Hugo José Suárez es investigador de la UNAM, miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.