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El mundo requiere donantes de amor

“Multitud de personas mueren ahogadas cada día entre sus lágrimas, sin que las visite nadie, con el deseo de abrazar y de verter una sonrisa. ¡Nos hemos empedrado las entretelas y nada se puede vivir en soledad!”.

El auténtico amor no está en las palabras, sino en los hechos, en el legarse y en el perdonarse, para estar siempre en posición de entrega, como están los verdaderos padres, que no son aquellos que únicamente proporcionan historia viviente, eso es demasiado fácil, hay que concretar actitudes, modos y maneras de existir responsable; puesto que todo requiere, un desarrollo sustentado en la acción y en el cariño. La situación no es fácil en ninguna parte del mundo. Cada día se requieren más donantes de caricias, sobre todo de apoyo a la crianza y a nuestros mayores. Un quehacer demasiado costoso para hacerlo solos. Sabemos que estos son malos tiempos. Multitud de personas mueren ahogadas cada día entre sus lágrimas, sin que las visite nadie, con el deseo de abrazar y de verter una sonrisa. ¡Nos hemos empedrado las entretelas y nada se puede vivir en soledad!

Desde luego, no hay mejor dote que un espíritu en guardia, lo que nos hace estar en vocación de querernos, de atendernos y entendernos, de ser familia en suma. Téngase en cuenta que, aprender a conciliar lo irreconciliable, es labor de todo ser humano que se precie como tal. Para empezar en la tarea, el pleno y armonioso desarrollo, siempre comienza en un ambiente hogareño y en una atmósfera de felicidad, ternura y discernimiento. Sin duda, tenemos que aplicarnos en crear morada, en sentirnos parte unos de otros, en convivir unidos y en coexistir a corazón abierto. Esto también nos demanda mucho tesón y paciencia, con la mansedumbre del abecedario, para no perder de vista la caricia. Pongámosla de moda. Será una buena reconversión practicar el roce con tacto.

Personalmente, me sacan de quicio esas miradas que asesinan. Es público y notorio que los niños hoy están en riesgo más que nunca, en parte debido a las multitudes de contiendas entre sus progenitores. A veces debemos separarnos para evitar un mal mayor; pero, en otras ocasiones, debiéramos repensar la situación, cuando menos para regenerar vínculos que pudieran haber entrado en crisis. Lo fundamental es permanecer francos, jamás encerrados en uno mismo. Justamente lo que nos hace tronco, no es la carne y la sangre, sino la disposición de la hoja de servicios que todos llevamos inherente en el alma, y que no podemos desfigurarla, con la exaltación de lo provisional, el predominio del individualismo y tantas otras necedades que nos dejan sin humanidad.  

Sea como fuere, en las diferentes estaciones de la existencia en las que nos encontremos, debemos cultivar nuestra biografía interior para continuar dando acogidas y recogidas, mediante la revolución  de la ternura, que es lo que en el fondo nos imprime fuerza y resistencia. Este ambiente de incertidumbres nos está dejando sin ánimo. Necesitamos un cambio profundo, que ha de comenzar por los propios padres, como donantes de amor. Adquirir el compromiso de proteger a sus genealogías de cualquier daño es misión de los que nos preceden. No podemos fracasar en esa donación, y si esto sucede, más que reprobar hay que acompañar y reconducir. Con las pruebas reales de amor todo se hace más llevadero, porque de esa actitud de servicio, siempre germina la nobleza y la grandeza del contribuir, sanando el egoísmo, en la medida que universalicemos la generosidad.

La cercanía de los latidos es vital; máxime en una época de rupturas, de falta de apoyo, de desequilibrios entre el trabajo y el medio familiar, de escaso acceso a la atención médica, lo que provoca un desasosiego grave de infelicidad, con repercusiones verdaderamente preocupantes. En consecuencia, a mi juicio, tan importante como tomar medidas contundentes para reducir la desigualdad de ingresos y la pobreza y asegurar el bienestar de todas las gentes, es abordar rápidamente la grave carencia de servicios de salud mental, así como ese amor perseverante, con las cruces pero hermoso, del proceder conyugal, que no conoce otro lenguaje que el desprendimiento y la disculpa permanente. Al fin y al cabo, el hacer todo en la vida en común, y toda la vida, es el mejor ejercicio de moralidad.

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