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El mañana se sustenta en la concordia

“Todo ha de hacerse corazón a corazón, será como encender una luz en la noche, sembrando sosiego por todas partes”

Necesitamos de otro brío más generoso, decidido en darse y en donarse hacia sus análogos, para superar  la multitud de desavenencias que nos están dejando sin fuerzas para poder subsistir. Todos nos pertenecemos a todos. Por eso, es importante tomar el lenguaje del auténtico abrazo, ayudar a la gente a superar ese maldito arrojo excluyente, contribuir sobre la base de una cooperación efectiva a otro mundo más humano, en el que los valores sean los que realmente nos activen a la entrega solidaria, que es lo que verdaderamente nos une en la diversidad y nos hace repensar sobre nuevas iniciativas, para la toma de una novedosa época, más respetuosa con toda vida humana y con nuestra propia naturaleza. Hasta ahora tenemos el programa de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que nos sitúa en el centro, tanto a la persona como al planeta, apoyándose en los derechos humanos, pero nos falta activar ese vínculo de concordia, imprescindible para la subsistencia del linaje. Hemos de caminar, en consecuencia, todos a una; por muy diferentes que seamos. Sólo así, podremos levantar el vuelo de la mejora de nuestra propia casa común. No olvidemos que, allá donde hay cordialidad, siempre brota quietud; mientras que a donde habita la discordia, suele surgir la inquietud, hasta el punto de llegar a desesperarnos la zozobra.

Sea como fuere, nos espera un incesante trabajo de colaboración conjunta; en un momento de gran emergencia humana y atmosférica. Lo racional es que modifiquemos actitudes y comportamientos, fomentemos ese inherente vigor armónico que toda existencia lleva consigo, y que no se basa en la riqueza, sino en el sentirse cooperante de esa simpatía coherente entre el soñar y el hacer. Quizás tengamos que romper con muchas estructuras de poder injustas, tal vez debamos desmantelar esos endiosamientos de algunos y cribar nuestras propias torpezas. Lo trascendente, sin duda, pasa por acrecentar la poética de las bellas historias de solidaridad, como avance primordial de un planeta, en el que proliferan, para desgracia de todos, más las tradiciones de dominio que las de servidumbre; también aquellas que nos esclavizan, en lugar de las que nos liberan de nuestras propias atrocidades. Indudablemente, tenemos que unirnos más y reunirnos mejor, de modo auténtico, ya no solo para mantener la paz y la seguridad en el mundo, sino además para crecerse y recrearse en la vivencia de un desvivirse por vivir. En cualquier caso, todo ha de hacerse corazón a corazón, será como encender una luz en la noche, sembrando sosiego por todas partes.

Despojémonos de fronteras, solidaricémonos con otros lenguajes más interiores, pongámonos a disposición siempre, cambiemos el sueño de una sociedad competitiva por el de una humanidad fraterna, que ayuda a los que menos tienen, porque  poseen un alma grande. No retengamos la emoción de un hallarse desposeído, dejemos que fluya la satisfacción de un morar humilde más allá de las meras palabras. Luego, tampoco desesperemos ni permanezcamos pasivos; cada amanecer hay que trabajarlo, no es posible instalarse en la indiferencia, porque el futuro se sustenta en las raíces que cultivemos como humanidad. Puede que dividiendo te subas al pedestal del poder antes, pero jamás ascenderás a esa vinculante dimensión comunitaria, que es la que evidentemente nos sustenta  y dignifica. Cada generación ha de reencontrar su propio andar, en un universo en el que todo lo honesto, hemos de cultivarlo a diario. Nuestra propia fragilidad nos demanda estar en permanente alerta ante situaciones de abandono y descarte, puesto que la barbarie continua produciéndose en cualquier lugar de nuestro entorno.

Convencido, como estoy, de que el mañana se sustenta en la concordia; o si quieren, en la promoción de la acción solidaria y del hálito de acompañar, es fundamental un impulso de alianza entre culturas, países y organizaciones internacionales; a fin de que generemos confianza y respeto mutuo, al menos para que puedan promoverse ordenes sociales más equitativas, en base a los derechos humanos y a  las libertades fundamentales que todos nos merecemos, por el simple hecho de cohabitar, para poder recuperar la pasión de pertenencia y de adhesión. Lo nefasto es caer en el desaliento, acentuando odios y resentimientos, que nos llevan a la deriva, cuando lo que requerimos es alimentarnos de lo bueno y ponernos al servicio del bien.  Indudablemente, la concordia, entendida en su sentido más hondo, es una manera de abrir horizontes, de hacer crecer las pequeñas cosas de cada día, puesto que si alguien tiene ese mínimo vital, y además lo participa, es porque ha logrado una altura moral que le permite avenirse a su linaje.  De ahí, que  jamás  el espíritu solidario sea  algo  ideológico, ya que no sirve a las ideas, sino que se dona a los que reclaman su asistencia, sin otra espera que la bondadosa misión cumplida.

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