Heberto Arduz Ruiz

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París, estallas en mi alma por el reencuentro. La ansiedad de haber mantenido oculta por verte y sentirte tanto tiempo de pandemia que afectó a nuestro planeta, creó incertidumbre y por fin, en el año que agoniza, se descorrió el velo invisible e hizo factible volver a tus predios queridos donde se respira cultura, paz y libertad a raudales. Esta secuencia me llena de emoción y reverente te saludo.

En la lejanía observo la torre Eiffel desde varios lugares, inigualable emblema que atrae la atención de propios, así como de extraños provenientes de todos los confines del mundo. Pasear por las calles parisinas es grata experiencia y ni qué se diga recorrer lugares que hablan de épocas pretéritas, prietas de historia que exhalan sus monumentos. Y en la señalética debajo del nombre se da una referencia precisa, si se trata de un expresidente, escritor de nota, benefactor o destacado ciudadano.

Fui a conocer la Biblioteca Nacional de Francia, denominada Francois Mitterrand; en su estructura constituye un rectángulo de edificios concebidos arquitectónicamente bajo la forma de un libro abierto en sus cuatro esquinas. Transmite devoción por los impresos que hoy, en millares de ejemplares, quedan guardados en su interior a título de óptima herencia para las nuevas generaciones.

Inmueble diseñado y levantado por Dominique Perrault en el año 1995 en pleno centro parisino, con una altura de ochenta metros, tendido en una vasta explanada, representa una arquitectura pública monumental. Al lado de oficinas del personal, galerías, una librería en la planta baja y numerosas salas de conferencias de diversas dimensiones, dispone –admírate lector— de cuatrocientos kilómetros de estantería; motivo por el que se asegura que es el mayor depósito de libros de la República de Francia y uno de los mayores del mundo.

La noche está brillante, tiene aires de fervor y fragancia de un pasado secular. Ciudad mágica, de encanto pleno y ensueño sin final que dibuja el paisaje y los rostros de la gente que veo pasar, ensimismada y segura.

Bajo el cielo de París no he podido contar las estrellas porque empezó el otoño y el techo de la ciudad se puso gris, oscuro, temeroso. A cambio de ello, vi la espléndida fachada de sus construcciones que encierran historias aún vivientes en sus muros invencibles que sacuden y estremecen el espíritu curioso del viajero. Quise asomarme a una terraza y extender la mirada hacia el horizonte, ¡qué eco de voces, no audibles pero presentidas, testimonian la existencia de sus habitantes!

El río Sena tan vívidamente descrito por Víctor Hugo, escritor que confluye con el admirable caudal de las palabras a la mar de la perfección literaria, atraviesa la ciudad mediante una serie de puentes, brindándole una bellísima estampa y vitalidad a toda la región. Visité el enorme departamento que en vida rentó el autor de Los miserables, a cambio de 1.500 pesos franceses por año y pagaderos en cuatro meses; marcando diferencia con el de Balzac, pequeño y austero, donde en su pequeña mesa de trabajo, provista de un crucifijo, queda el último papel manuscrito que escribiera y que presenta varias correcciones por él efectuadas.