Hay una realidad que no podemos omitir, y es la de sentirnos acompañados en todo momento. De ahí la importancia de avanzar en el conocimiento mutuo, de conocer y reconocer las diversas culturas, ofreciendo al mundo un testimonio de los valores de la justicia, la paz y la defensa de la dignidad humana. Levantemos, pues, todos los muros y hagamos piña por lo armónico, con espíritu generoso y entrega incondicional a los que piden nuestro auxilio. Socorrer no sólo es parte del deber humano, sino también parte de la placidez nuestra.
Para desgracia de todos, son muchas las personas que huyen desesperadas de su entorno y nos necesitan. Seamos su aliento. El mundo ha de ser más corazón que poder, más poesía que pedestal, más abrazo que rechazo. Cualquiera nos podemos ver en situaciones de dificultad en algún momento de nuestra existencia. En estos momentos, pienso en esas gentes que desean tener la posibilidad de una vida libre de violencia y afrontan la escapada con la ilusión de encontrarse con un ambiente hospitalario. También reflexiono sobre esas valerosas mujeres en riesgo permanente, puesto que son más vulnerables a los abusos sexuales. Ojalá reforcemos nuestra presencia, nuestra mano tendida, hacia aquellos seres humanos en situación de abandono y necesidad. No olvidemos que uno se reconoce a sí mismo en relación con los demás, y que es obligación levantar al débil, pero al mismo tiempo sostenerlo y sustentarlo después, hasta que se reencuentre con fuerzas.
Sentirse acompañado es la primera respuesta humanitaria, para luego focalizar nuestro soporte en los aspectos de integración, de reducción de la xenofobia y la discriminación, ofreciendo ese espíritu solidario que todos nos merecemos por el simple hecho de formar parte de la familia humana. Jamás desterremos los vínculos. Somos miembros de una estirpe común, que puede ser diversa, pero que ha de ser convergente en ese bien colectivo que a nadie le podemos negar. Por tanto, es hora de que la sociedad enhebre otras actitudes, de que sus moradores actúen de otro modo más auténtico y clemente, y por eso, es fundamental que la comunidad internacional reflexione sobre cómo puede cumplir con los compromisos de reducir la corrupción y el soborno, quizás haciendo de las instituciones una buena gobernanza, organismos más eficaces y tranparentes, para que podamos fortalecer la recuperación y devolución de activos robados.
Desde luego, este espíritu corrupto mundializado, con el consabido gran poder que le respalda, puede llegar a destruirnos como linaje. Es público y notorio que esa pequeña élite dominadora, que no ha sabido ganarse el pan con dignidad, estará siempre dispuesta a dificultar la rendición de cuentas, lo que no solo debilita la democracia con sus actuaciones, sino que también impide avanzar hacia ese orbe armónico, donde nadie ha de ser más que nadie. Sin duda, estamos llamados a ser ese equilibrio natural respetuoso con todo y por todos. Esto será la mayor riqueza de la familia humana. En consecuencia, no podemos continuar endiosados en esa atmósfera de injusticias permanentes, en ese andar egoísta, que solo entiende de negocios para sí y los suyos.
Seguramente nos vendría bien a todos, avivar una mayor entrega hacia ese pilar mundial de los derechos sociales, máxime cuando aumentan tanto las desigualdades por todo el planeta, cuando menos para poder sentirnos comunidad. Indudablemente, es la experiencia de sentirnos parte del mundo lo que nos pone en movimiento. Con la dignidad de sentirnos útiles y cooperantes es como se cimienta ese mundo más sensible a los problemas de nuestros análogos. Esto implica, activar las acciones conjuntas por muy diferentes que sean las políticas de los gobiernos, fomentando toda clase de intercambios entre culturas. Por otra parte, urge un cambio radical en el comportamiento de la humanidad. Para empezar, a mi juicio, hay que ser más consecuentes con nuestros estilos de vida, y no permitir degradarnos por estructuras económicas que nos manejan a su antojo. Ningún ciudadano se vale por sí mismo. Cierto. Forma parte de la naturaleza y hay que tomar conciencia de esa capacidad de compartir, de hacer familia, de sentirse tronco en suma. Es un modo de quererse y de amar, de donarse y de perdonarse, de embellecerse y engrandecerse, porque al fin, nada nos es ajeno a ese deterioro de la calidad de la vida humana y de degradación social que todos soportamos, unos de manera real y otros de manera tácita. Al fin y al cabo, lo armónico se conquista cada día y es para todos, como la muerte misma llega porque sí, y para todos de igual forma.