Maurizio Bagatin
Esta expresión dialectal siempre acompañó al delirante, al errabundo y al decir la verdad. Y siempre, dicha en nuestro dialecto, con su musicalidad, me pareció un feliz encuentro entre la literalidad y la onomatopeya. Al pie de letra había, siempre, una música.
Como puede dominarnos la belleza de un libro, la alfombra de las flores de jacarandás, el viento que desde el sur sopla y agita como campanitas las semillas de esta planta. Y los impalpables fragmentos de poesías que vivimos. Una koiné que desearía compartir. La belleza en una simple afirmación de un amigo del sud: “son toda gente como mis paisanos”. Podría pasar por un nuevo humanismo, aunque la soledad es como la poesía. Hay que ser fuerte para vivirla y para lograr escribirla. El pasado y el futuro no colaboran, y el presente duele siempre.
“El hielo ya no se forma en las zanjas en invierno, cuando con las manos iba agarrando el fragmento más grueso para calmar la sed de una tarde futbolera o, solamente para hacernos a los que habían agarrado el trozo más grande. Menos aun cuando, luego de cada batalla de hormigas, terminábamos siempre con un nuevo enseñamiento”.
“Hace tiempo que nos fuimos. Antes del dron y de todas aquella cosas. De los domingos cuando todas las ciudades son periferias de sí mismas y de algo mas, del mundo. Nos fuimos y seguimos viendo este multiplicar de copiosos ilustres y mediocres andares. Un viaje hecho de bellezas ocultadas y honestidades sin relevancias”.
“Y cuando en las mujeres reconocemos la no verdad, la escritura. Cuando el mundo verdadero se vuelve en una fábula, y el tiempo sin idealizar, y en la flor y la mariposa, en la araña que teje obsesiva, y en el texto”
Cuanto se aprende de la voz lejana, de los lugares donde nunca sucede nada, de la palabra nunca dicha, de la fiebre y de la “”escritura que escribe”, zavariando…
Foto: Matteo Bagatin, El campanario chueco de Barco, Pravisdomini, Italia, junio 2012
