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Extraño el “premio del saber”

En su ensayo La civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa escribía: La banalización de las artes y la literatura, el triunfo del periodismo amarillista y la frivolidad de la política son síntomas de un mal mayor que aqueja a la sociedad contemporánea: la idea temeraria de convertir en bien supremo nuestra natural propensión a divertirnos.

Recordé este libro del Nobel peruano hace unos días, cuando circuló en las redes sociales un video de un programa televisivo local, en el que un par de señoritas responden unas preguntas de “cultura general” que deberían ser contestadas de manera correcta hasta por un niño de primaria, aunque lastimosa y sorprendentemente no pudieron ser bien contestadas por las participantes.

No es mi intención hacer mofa de las señoritas que participaron en el programa mencionado, ni del programa mismo, sino más bien reflexionar a qué lleva a la gente participar en esos programas, y yendo un paso más allá, sobre qué lleva (y creo que esto es más importante) a los canales televisivos a producir ese tipo de programas.

En este punto, no puedo menos que reparar en el hecho de que en las llamadas “revistas noticiosas” los periodistas (asumo que lo son) de los que cabría esperar información y en algún caso –en los espacios editoriales– opinión, pasan la mayor parte del tiempo bailando, contando chistes, cocinando o, básicamente, buscando entretener a la gente. Como opinión personal, debo confesar que este hecho me resulta triste, por decir lo menos, y me parece que el párrafo de Vargas Llosa arriba citado explica al menos en parte esta situación.

Ante el video mencionado, se escucharon algunas voces pidiendo prohibir ese tipo de programas, y ante la tentación de apoyar tal moción, surge nuevamente la voz del escritor peruano, que dice “el periodismo escandaloso es un perverso hijastro de la cultura de la libertad. No se lo puede suprimir sin infligir a la libertad de expresión una herida mortal. Como el remedio sería peor que la enfermedad, debemos soportarlo, como soportan ciertos tumores sus víctimas, porque saben que si trataran de extirparlos podrían perder la vida. No hemos llegado a esta situación por las maquinaciones tenebrosas de unos propietarios de periódicos o canales de televisión ávidos de ganar dinero, que explotan las bajas pasiones de la gente con total irresponsabilidad. Ésta es la consecuencia, no la causa.

Es decir, que ni siquiera tenemos el consuelo de poder culpar a los canales televisivos de emitir este tipo de espectáculos denominados “TV basura” por muchos, pues –si creemos al arequipeño– las casas televisivas programan solamente lo que el público pide. Analicemos un poco este tema: ¿Cuál será el requisito principal para que un determinado programa salga al aire?, supongo que el que sea rentable, ¿y cómo se logra esto?, supongo que a través de los patrocinadores (empresas que ponen publicidad en los programas), ¿y a qué programas patrocinan las empresas?, supongo que a los que asumen que tendrán mayor audiencia. Por tanto, el “culpable” final es el público por ver esos programas.

Probablemente algunos programas locales no sean sino una copia (burda y mediocre, por cierto) de programas extranjeros exitosos, pero la fórmula anterior se ajusta también a esos caso, pues nosotros, como público, seguimos irreflexivamente las modas que vienen de afuera, que también están copadas de reality shows, concursos sobre casi cualquier actividad o talento que pueda ser evaluado en medio de un show, o simplemente aquello que pueda “divertir”. Si se ve con atención este tipo de espectáculos y la mayoría de las películas hollywoodenses, la expresión I´m gonna have some fun (me divertiré un poco) parece justificar cualquier tipo de decisión.

En la escasa oferta televisiva local que existía en mi niñez, recuerdo con especial nitidez un programa conducido por el señor Lalo Lafaye, cuyo nombre era “El premio del saber”, en el que los concursantes respondían preguntas acerca de un tema en particular que antes habían elegido, entre los que recuerdo “Las conquistas de Gengis Kan”, “La segunda guerra mundial”, “Historia de Bolivia” y algunos otros. Pero recuerdo con especial claridad al ganador de uno de esos concursos; no recuerdo su nombre, pero sí que el tema con el que concursó era la novela “Crimen y castigo” de Fedor Dostoievski (confieso que me impulsó a leer el libro, por lo que estoy agradecido hasta el día de hoy). El premio que ganó era un  viaje  al parque de Disney (esto muestra que estaba dirigido al público juvenil, otro motivo de aplauso), supongo que provocando cierta envidia en los televidentes que componíamos ese segmento.

¿Qué nos pasó (como sociedad, no solo como televisión), para que una generación atrás algunos jóvenes conociesen en detalle obras de la literatura universal, y hoy otros crean que Ecuador se halla en Asia? No tengo la respuesta, pero recojo el guante que a todos nos reta a encontrarla.

Mientras tanto, consolémonos pensando que si el escandalete suscitado sobre ese video (incluidas estas líneas) ocasionó que al menos un niño ahora tenga claro que el Titicaca es un lago y no el océano más grande del mundo, quizá haya valido la pena.

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