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Una Italia que muere

Maurizio Bagatin

Recorrí este territorio hace más de veinte años atrás; la Regina Viarum acompañó a Virgilio en su retorno de Grecia, es la Appia del vino fuerte, de las legiones romanas hacia el Oriente. Ahí, narra Paolo Rumiz, recorriendo más de veinte siglos de historia, vislumbras las sombras de los Ligures, deportados a través de una de las operaciones de ingeniería étnica más implacables de la historia, es el Sannio telúrico. Ahí hoy van despoblándose pueblos y más pueblos, es una tierra donde “nun ce sta chiú nisciuno” (ya no hay nadie) me dice al teléfono Antonio. Pueblos que a mancha de leopardo van muriéndose, sin acariciar la globalización y quedándose al aire de una nueva mutación, alguien la llama analfabetismos del tercer milenio, otros una hemorragia del tejido social. Sud. Es el cambio que vieron los artistas, es la sugerencia que ellos dieron: una escena de Nuovo cinema Paradiso, párrafos entero de literatura, la eterna retórica de nuestra politiquería.

Con el Sannio, la triste Irpinia se va despoblando, más de mil jóvenes al mes, 40 mil en 5 años, como si fuera una diáspora, en el territorio va quedándose la eco de los ancianos, mirando aun las ruinas del terremoto del 1980, cuidando un poco de tabaco colgado bajo el ultimo galpón sobreviviente, esperando el milagro de San Pio de Pietrelcina.

Parece haber transcurrido un siglo desde cuando oí decir a varios jóvenes del Sannio que le “sacaron la mugre” a los romanos, memoria frágil, en el recuerdo de Aníbal y en una frase que me dejó atónito: “Es el mito lo que cuenta, no la historia, y que en el mito el tiempo no cuenta”. En ausencia de cultura y de espiritualidad, el joven emigra, no resiste al destino que adivina, al olvido que entrevé. Al ayer que es un eterno presente: brazos fértiles, mineros, obreros, carne de cañón. Se va despulpando el hueso de los Apeninos, como si no hubiera sido suficiente la muerte de la antigua civilización, la desaparición campesina del dialecto profundo y los callos en las deidades rurales del Arco de Trajano. Un nuevo silencio incumbe, el lobo, el zorro y el oso miran de lejos y siempre más de cerca.

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