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El empoderamiento de los idiotas

Aunque lo vengo rumiando desde hace ya casi veinte años, cada vez me convenzo más de que no hay trampa mortal más brutal para la democracia que el «empoderamiento» de los «desempoderados». Claro que no puedes decir esto en voz alta y menos ahora, tiempos tan de buenas personas y de tan buenas intenciones, sin que te acusen de racismo o de machismo o de elitismo o de cualquier otra cagada que se les ocurra a los amantes de los ismos. Pero la verdad es que ni Cristo bajado de la cruz puede oponerse a la idea de que hay algunas cosas que no deberían «democratizarse».

La justicia por ejemplo. Que un pueblo mayoritariamente politizado y con grado de educación apenas llegando a un promedio bajo, «elija» a sus magistrados de la Corte de Justicia es una aberración vomitante. ¿Con qué criterio el profesor de música o el ingeniero civil podría decidir qué abogado es mejor o más capacitado para dicho cargo? Es como si hiciéramos elecciones para decidir qué médico es el más idóneo para operar de la próstata al abuelo. No se puede, cojudos. A ver, si usted necesita de una solución arquitectónica para refaccionar en qué lugar de la casa debe colocar su bidet ¿confía en un profesional que sabe o hace elecciones para ver cuál le cae mejor?

La ciencia, la justicia, la educación y la cultura no deben ni pueden «democratizarse». Democratizas la Universidad y ¡zas! aparece un Black Ríver y la caga todo. ¿Ven? Peeeero somos buenitos ¿no ve? Y hace tiempo hemos empoderado y democratizado a los dirigentes vecinales, verbigratia, y pasan cosas boludas.

Primero porque los dirigentes responden a intereses partidarios y/o personales y no a los de los vecinos. Segundo porque los dirigentes no necesariamente están capacitados para entender ciertas cosas, como por ejemplo la importancia del medio ambiente o de una biblioteca o de un centro cultural en un barrio y cuando alguien propone hacer un teatro en el barrio, el dirigente dice, no cabrones, yo quiero cancha de fulbito y cagamos todos. Hemos empoderado a un idiota.

Eso, precisamente, es lo que pasa con el melodrama del carnaval orureño. Al haberse empoderado tanto a los gilipollas de la dirigencia de fraternidades, los hermanos de la tierra del qhirqhincho han creado un mounstruo. El resultado es que el bien empoderado dirigente impone su estúpida y retrógrada visión del folklore y la tradición y se cree con el derecho de «prohibir» la libre expresión y entonces, ahí los ven a los pobres incas danzantes cagados por no poder ir a mostrar su pellejo en esa fiesta que, a todo esto, es un canto al vergazo. Devoción, mis pelotas.

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