Inicia otro mes del 2020 que muchos quisieran “resetear”, para que comience de nuevo y despertar de una pesadilla que dura demasiadas noches, más que los cincuenta atardeceres de Pentecostés. No se vislumbra aún el lucero del alba, ni en esta patria, ni en la región, ni en el mundo.
Sin embargo, el sistema solar sigue con su rutina y los planetas son visibles, en ese “firmamento” que se mueve, pero a la vez es lo único estable que en esta cuarentena, acreditamos desde la Tierra.
La humanidad ha pasado tantísimos glaciares, diluvios, éxodos, hambrunas y guerras que, aún en estos momentos oscuros, es seguro que el mundo seguirá girando.
Para no remontarnos a épocas bíblicas recordemos hechos en este espacio que llamamos Bolivia. Podemos imaginar las tragedias que vivían los patriotas, los agrarios y los citadinos en la decrépita Audiencia de Charcas en 1818, año gemelo, cuando además se acentuaron los juicios y condenas a los rebeldes. Aunque formalmente la lucha independentista había empezado el 25 de mayo de 1809, una década después seguían las batallas, el desangramiento y las hambrunas.
Algunos pasajes de las biografías de los guerrilleros retratan las jornadas trágicas de las sucesivas derrotas; de más de cien caudillos sólo sobrevivían nueve. Mientras otras naciones ya eran repúblicas, los futuros bolivianos tenían aún que combatir. Al final, la economía estaba colapsada, las minas inundadas, los campos vacíos y las instituciones quebradas.
En 1919, otro año gemelo, quedó quebrada la frágil estabilidad política. Después de 21 años de presidentes liberales y de sucesiones constitucionales, el 12 de julio de 1920, fue derrocado el presidente José Gutiérrez Guerra.
El Diario y otros periódicos de la época reflejan desde 1917 las crecientes tensiones políticas y sociales en Bolivia. A pesar del comercio exterior favorecido por las ventas de estaño y de goma y de un periodo de migración europea y de industrialización, el país entró a una nueva etapa inestable y sangrienta.
En 1919 el mundo estaba convulsionado. El final de la Primera Guerra Mundial arrojaba un saldo dramático de 17 millones de muertos, otros tantos millones de heridos, desplazados, huérfanos. Ese año gemelo definió un destino perverso para muchos territorios que padecen sus efectos hasta ahora: países árabes, particularmente Siria y Palestina; el norte africano, el sudeste asiático. Larga lista de conflictos internacionales.
Esos años son especialmente sangrientos en Irlanda, la isla que simboliza la lucha de muchos pueblos contra los imperios que los dominan. Hace poco se conmemoró la revuelta de 1917; entre el 19 y el 20 se sucedieron otros levantamientos igualmente sangrientos con miles de muertos y heridos, muchos de ellos niños y adolescentes.
Las decisiones de las grandes potencias hace 100 años sembraron las reacciones que provocaron a su vez los fascismos y totalitarismos y la nueva guerra mundial de 1939.
Además de las decenas de protestas sociales, sindicatos organizados, luchas agrarias, la humanidad se estremecía por sucesivas epidemias que mataban tanto como las balas. Cuando parecía que la ciencia había ganado a la mitología, gripes, cóleras, el sarampión, el polio, se llevaban decenas de vidas.
Y la humanidad resistió. En medio de la podredumbre creció la más hermosa generación de poetas españoles, el cabaret berlinés, el ballet ruso y el teatro francés.