Desde su balcón solariego, mi abuelo, subprefecto de Punata, veía pasar la banda borracha, alegre beodez que no coincidía con la penuria de los sones. Se acercaban, pasaban y desaparecían rumbo al campo dicho santo. Cruces pintadas a cal, que azules solo para la élite, inclinadas, deshechas, caídas. Flores nuevas para muerto nuevo. Viejo será apenas se marche el público y los desenterradores desvestirán al sujeto o aprovecharán el cuerpo de la difunta antes de medianoche. Luego palazos sonoros, arena y cascajo, el o la difunto difunta pelados con un resfrío que no podrá matarlos estando como ya están.