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Sobre palabras y sobrevivientes de las palabras

Márcia Batista Ramos

Después de dar muchas vueltas, invariablemente, tropezamos con las palabras y con la luz o las tinieblas que ellas irradian a través de su significado. Lógicamente, el paisaje mental de cada uno influencia para que las palabras emitidas sean secas, blandas, coherentes, viscosas o como quieran.

A través de las palabras construimos nuestros modelos mentales de cómo funciona el mundo, de cómo lo entendemos, de cómo lo sentimos, de cómo lo interpretamos y de cómo respondemos ante las cosas. Puesto que las palabras son las interconexiones que unen al hombre con la realidad, ellas son de quien las porta y son las que nos ubican en el mundo.

Según Alicia Aradilla, autora del libro «Las palabras que nos habitan” (2017), las palabras que pronunciamos con más frecuencia son las que definen nuestra situación de felicidad o infelicidad. «Las palabras que nos habitan«, es un libro que busca reconectar a la persona con sus palabras como toma de conciencia del lenguaje y de cómo este maneja el resto de situaciones. Por ende, la autora reta al lector a su búsqueda innata de la felicidad a través del uso de las palabras. Entendiendo que, las palabras son la esencia del hombre, que con su aliento vital las pronuncia, crea y transfigura para hacer girar el mundo sensible de lo humano; pues, es a través de la palabra que construimos el mundo o le damos significado.

Existen muchas palabras y cada uno escoge las palabras que le habitan. Hay palabras que liberan, que estallan, que crean, que destruyen, que confortan…

Sabemos que, existen muchas palabras que parecen hechas de polen que luego se transformará en miel, tal su dulzura. Existen palabras que, como niños desahuciados, se apagan. Sin asombro se despiden, con inocencia erguen los brazos y levitan sonrientes…Nadie las imaginaba tan suaves, tan bellas en su despedida.

Mientras que otras palabras, suenan como elocución de tambores y logran erizar todo, hasta el mar. También existen las palabras pronunciadas alrededor del fuego, que se quedan tatuadas en la memoria por muchas generaciones y nadie logra apagarlas.

A veces, las palabras llegan como una navaja cortando filo y profundo, además, dejando cicatrices para siempre porque se anidan en el fondo, donde los rayos de luz no llegan. Sobre la piel se queda una marca, pequeño trazo que, no se funde, ni se apaga con la estática belleza. Allí, donde la herida se abre deberían volar cometas que se confunden con el brillo del sol. De tiempos en tiempos, en la primera hora de la noche, las palabras regresan como dolores viejos, como ansiedad de orates. Los sobrevivientes de las palabras que hieren, repiten en un soliloquio una y mil veces, las mismas palabras, las tragan, las regurgitan y vuelven a rumiar, hasta que escupen fuego como dragones. Entonces, emocionados lloran.

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