Una de las preguntas más peliagudas que plantearon los medios de prensa con motivo de la celebración de las fiestas patrias del 6 de agosto, tuvo que ver con la visión de Bolivia a futuro. Una interrogante nada fácil de contestar considerando las actuales vicisitudes a escala planetaria, pero, además, la propia situación interna del país en diferentes campos (político, social, etc.).
No siendo la primera vez que tuve que enfrentarme a la necesidad de responder tan difícil consulta, me puse a reflexionar cuántas veces imaginé una Bolivia de ensueños para mis hijos, llegando a la conclusión de que, a lo largo de mis 35 años de trabajo, fueron muchísimas las veces que añoré un país distinto al que teníamos en el pasado, aunque, pensándolo bien, también, un país diferente al que tenemos hoy.
De que Bolivia ha progresado y que hoy somos un mejor país que ayer, es cierto -aunque a tropezones-, hemos avanzado en muchos aspectos para bien; pero, de que retrocedimos en varias cosas para mal, igualmente.
En todo caso, debemos convenir que no somos el país de las maravillas, pero tampoco, el peor país para vivir. Lo malo es caer en el error de exacerbar lo bueno (queriendo hacer creer que todo está bien) o en exagerar lo malo (queriendo hacer ver que todo es negativo) comparándonos inútilmente frente a otros, ignorando lo que “Desiderata” aconseja para nuestras vidas: “Si te comparas con los demás, te volverás vano y amargado pues siempre habrá personas más grandes y más pequeñas que tú” (Max Ehrmann).
Al pasar por alto tal exhortación, por parte de las autoridades y la ciudadanía, las comparaciones se tornan insufribles, tanto por la autoalabanza que lleva a la vanidad (como si se estuviera tocando el cielo con las manos), así como también, por la permanente denostación (como si el que critica nunca se hubiera equivocado haciendo algo). La consecuencia de ello son los desencuentros y posiciones polarizadas que suelen llevar a situaciones irreconciliables, como ocurre en los matrimonios, pudiendo derivar en la sensación de estar “durmiendo con el enemigo”. ¿Es o no es así?
Pero, volviendo al inicio: ¿Con qué Bolivia sueño de aquí a 10 años? ¡Una Bolivia digna, productiva, exportadora y soberana!
Un país definitivamente unido y solidario en su diversidad; libre de odios, complejos y rencores; que no mira más las heridas del pasado y se proyecta confiado, hacia al futuro. Una Bolivia integrada al mundo, jugando su histórico rol integrador desde el centro de Sudamérica, prestando los más amplios servicios de conexión y distribución.
Un país con seguridad jurídica en el que se premia la legalidad, se incentiva la formalidad y se facilita desde el Estado la inversión privada nacional y extranjera con fines de producción, industrialización, comercio y prestación de servicios, para generar con ello riqueza y empleos de calidad para los ciudadanos. Una Bolivia bien educada donde rige la pacífica convivencia, en la que todos respetan las normas al ser iguales ante la ley; una nación donde las entidades públicas funcionan y rige el Estado de derecho.
Una Bolivia que brinda oportunidades de realización para todos, con un moderno sistema de salud y acceso universal, pero, además, que sanciona la corrupción, sin privilegios para nadie. Una Bolivia donde funciona la mano invisible del mercado, pero también, la mano de la justicia del Estado y la mano fraterna de la solidaridad (Michael Camdessus, exdirector Gerente del FMI). Esa es la Bolivia que quiero para nuestros hijos ¿tiene Ud. el mismo sueño?
Esta columna se inspiró en medio del dolor -en el velorio del visionario hombre de negocios y filántropo cruceño, Ing. Hugo Landivar Cuéllar (Q.E.P.D.)- conversando con un gran empresario y amigo que, preocupado por lo fugaz de la vida, reflexionaba que el gran obstáculo para que Bolivia avance más rápido en la producción con inclusión social es la falta de confianza:
“El Gobierno desconfía de los empresarios, nosotros desconfiamos del Gobierno y resulta que pasa el tiempo y, como no hay diálogo, no hay señales; entonces, todo lo que el Gobierno puede dar en beneficio de algo, no es espontáneo, es bajo presión; por lo tanto, eso no es una señal, sino, simplemente, consecuencia de un amedrentamiento que en muchos casos destruye cosas que, más bien, se podrían construir y que serían fáciles de hacer, con diálogo y confianza”.
Así las cosas, viendo lo avanzado hasta hoy y lo que aún resta por hacer a futuro, tengo la certeza de que, con la ayuda de Dios, si se da un desarme espiritual hacia un sincero diálogo en base a puentes de comunicación entre gobernantes y gobernados, para escucharse y considerarse unos a otros, en pocos años Bolivia destacaría en aspectos de orden económico, social y ambiental. Pero si seguimos con aquello de que “yo desconfío, tú desconfías, todos desconfiamos…”, entonces preparémonos para el fracaso, porque corremos el grave riesgo como país, no de detenernos, sino de retroceder en cuanto, con gran dificultad, hemos avanzado…