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René Rivera Miranda / Cuentos

Mariposas negras

– No silbes Elvio. Deja ya de silbar. Andá a buscar ayuda. Tu hijo ya no aguanta más. Deja de  silbar tan triste. Tú solo silbas y no dices nada. Andá hombre, no seas así. Elvio, andá.

La llorosa súplica parece no tener destinatario; el enjuto rostro no se inmuta para nada. Parado, con los brazos cruzados, se detiene en el cuarto y mira a través de la pequeña ventana una extraña y casi imperceptible nube negra en la lejanía de los cerros del soleado día. Caminaba de un lado a otro, deteniéndose a cada rato y mirando el horizonte, donde el viento hacía danzar las hojas. Dejó de silbar y se quedó mudo mirando el extraño remolino, repleto de hojas y pequeñas ramas que cargaba el viento. El remolino se fue tan pronto como vino, pero algo diminuto y ligero se separó de él: una pequeña y extraña mariposa negra volando en pequeños círculos. Cada aleteo mostraba un par de líneas blancas en cada una de sus alas. Al momento de separarlas formaba una horrible figura que asustó a quienes la vieron.

Esa noche parecía eterna. Caminaba por la pequeña habitación, iba y venía de un lado para otro, silbando y silbando. El niño despertaba a cada rato por la tos, presa de constantes convulsiones mezcladas de un cansino llanto que aumentaban la pena de la madre, quien, sentada a un costado de la cama, limpiaba el sudor de la frente del niño. Lloraba en  silencio, resignada,  con pocas  fuerzas  para  seguir  sosteniendo  al moribundo hijo. En el rincón más oscuro del pequeño cuarto, el famélico abuelo  sostenía entre sus huesudas manos un destartalado rosario, con el cual rezaba en voz baja. Los perros aullaron al oscurecer el día, desgarradores y largos lamentos se escucharon toda la noche. El tenebroso aullido del zorro contribuyó a quebrar el nocturno silencio y los sumurucucus, con su horrible gorjeo y su estrepitoso batir de alas rompieron, definitivamente, la calma. El conjunto de aullidos, quejas y sonidos extraños formaban una especie de desafinada  y tétrica orquesta.

– Elvio no silbes. Calla. Ya va amanecer y tú sigues silbando.

Los recuerdos se apilan uno a uno, como si fueran una pared de adobes. Los recuerdos vienen pero no interrumpen a los obsesivos brazos que siguen trabajando. Las callosas manos sangran por el esfuerzo pero siguen cavando. El azadón en sus manos se mueve una y otra vez, sin dar tregua a su trabajo. El azadón se levanta una y otra vez, se estrella contra la tierra seca buscando doblegarla. Ese año la sequía fue la peor de todas. No llovió por mucho tiempo. Se secaron los cultivos, las plantas no dieron frutos, los animales enflaquecieron hasta parecer espectros de tan flacos por la falta de pastos; el florido terreno se convirtió en un triste páramo. El sol era calcinante y parecía multiplicarse en mil lenguas de fuego que lamían la tierra seca, exprimiendo la última humedad de sus entrañas.

– Elvio, basta, ¡basta por favor! Ya no silbes. Mira tu hijo está ardiendo en fiebre. Ya va amanecer y tú no vas. Tampoco fuiste por tu otro hijo. No quiero que este también muera. Elvio, deja de silbar tan triste.

Sabe que debe seguir cavando, que debe ser más profunda la fosa para que no vengan los perros a escarbar. Ya casi está lista. Golpea con más fuerza, para que no parezca recién enterrado. Aunque el corregidor le dijo que debía quemar los cuerpos. Pero no, ella no quería eso. Ella quería sentir la tierra cerca de su cuerpo, sentir que está junto al resto de su familia rodeada de sus seres  más queridos en el descanso eterno.

Recordó que la mariposa no quería marcharse de su rancho. Se acercó volando en pequeños círculos donde estaba el niño que no dejaba de toser; luego voló donde la mujer. Cuando el viejo la vio, se persignó dos veces sin soltar el rosario de sus manos y se puso a rezar con mayor prisa y mucha fe. Elvio siguió silbando. Sabía porque vino la mariposa. Siempre lo supo. La mariposa volaba de un lado a otro, subía, bajaba, daba vueltas, incansable, aleteando sus alas y mostrando el tenebroso dibujo que formaba en cada batir de alas. Cuando la mariposa salió por la ventana, un pesado y lóbrego silencio se sintió en el aire, parecía que oscureció más, una curiosa calma envolvió al rancho y la tos del niño no se escuchó más.

Solo, en la cima del cerro, el escuálido cuerpo, apenas cubierto por unas andrajosas ropas y un sombrero “lapa”, prosigue su faena. Nada interrumpe su último trabajo, nada distrae su atención. El viento sigue escalando el cerro, araña cada uno de los lugares que toca y continúa silbando. A ratos forma pequeños remolinos jugando con la tierra. El sol arde más que nunca. No deja un solo lugar sin iluminar. Luego el viento se detiene y el sol se vuelve más inclemente. Quema las plantas, las piedras, cada pedazo de tierra. Parece la boca de un horno caliente. Todos sienten la caricia del infierno, menos Elvio, que silba indiferente a todo.

“¡Deja de silbar!” Fueron las últimas palabras que escuchó poco antes de cerrar los ojos de su esposa. Algo similar le dijo su padre, cuando sentenció que debía llevar al resto de la familia a otro lugar. La peste era implacable y nadie saldría con vida si no se marchaban pronto. Pero, marcharse ¿a dónde? Qué otro lugar conocía aparte de éste.

Solo, en el solitario cementerio de la montaña, silbaba. Sólo faltaba una tumba. Allí vio otra vez en la lejanía de los cerros, la extraña nube negra que se acercaba cada vez más. Cerca de sus oídos escuchó un suave aleteo. Era la primera. Lo sabía. Siguió silbando. La cruz también estaba lista. Pero quién la pondrá. Un momento se detuvo para limpiar el sudor de su arrugada frente con la palma de su mano y escupió a un lado. Sí, era sangre. Lo sabía. Pero él debía ser el último en partir. Faltaba poco. Seguía silbando. Las ampolladas manos sangraban más. Nada  detenía su trabajo. El sol parecía marcharse por fin, en su lugar el viento tomaba fuerza y en la punta de los cerros la noche empezaba a oscurecer con su sombra. La mariposa negra ya no estaba sola, otras  mariposas revoloteaban junto a ella. Apresuró su trabajo. Ya casi estaba, un poco más. Seguía silbando. El viento no se iba, las pocas mariposas negras volaban en pequeños círculos y cada vez más rápido, resistiendo al viento que aumentaba paulatinamente. El viento silbaba, Elvio también. La noche llegaba, Elvio se iba, avanzaba el crepúsculo, el número de mariposas se multiplicaba. Elvio no dejaba de silbar.

El círculo de mariposas negras era incontable. Parecían brotar de la joven noche. El cielo estaba nublado y las mariposas ayudaban a oscurecer aún más. El azadón sonaba apenas. El silbo  triste era más fuerte. Seguía cavando, cada vez con menos fuerza pero con mayor frenesí. Era incontenible la faena. Seguía y seguía, obsesionado con terminar su trabajo.

En la lejana oscuridad de la montaña, la noche y el silencio llegaron vestidos de un lóbrego batir de alas. La nube de mariposas negras que parecía tan lejana estaba sobre él, volando en interminables círculos a su alrededor. El viento corría con mayor prisa y como un lejano lamento se escuchaba en la eterna noche:

–       Elvio, ¡Deja de silbar!

Biografía

René Rivera Miranda, escritor, poeta, ensayista, editor, gestor cultural y docente universitario.  Nació el 22 de octubre de 1970 en Tarija. Salió bachiller del Colegio Nacional San Luis de Tarija. Estudió Filosofía (Mención Letras) en la Universidad Católica Boliviana (Cochabamba) y luego Lingüística e Idiomas en la UMSS. Tiene varios posgrados en diferentes universidades. Fue Director de la Carrera de Lingüística Aplicada a la Enseñanza de Lenguas y actualmente es docente titularen la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UMSS.

Fue fundador de Escritores Unidos y ocupa el cargo de Presidente en la actualidad. Como editor es el Director Ejecutivo de la Editorial Fe de Erratas y es Vicepresidente del Comité Plurinacional del libro y la lectura.
Desde la gestión 2015 ocupa el cargo de Presidente de la Cámara Departamental del Libro de Cochabamba.

Publicaciones literarias

Ha publicado los libros:
Testamento a la ausencia (cuentos, Edit. Los Amigos del Libro, 2001);
Sendero deDudas (poemas, Edit. Los Amigos del Libro, 2003; Edit. “Fe de Erratas, 2da Edic., 2011).
La sombra del miedo (cuentos, 1ra Edic. Editorial Kipus y ESUN, 2007; Editorial “Fe de Erratas, 2da Edic. 2010).
La eternidad del deseo (cuentos eróticos, Edit. Kipus y ESUN, 2010).
De la lluvia al río (poemas, Edit. Kipus y ESUN, 2012).
El océano en un pez (cuentos, Editorial Tetralia, 2013).
PUBLICACIONES DE SU OBRA EN ANTOLOGÍAS DE POESÍA Y CUENTO
Sus poemas han sido seleccionados en la Antología Poética chileno-boliviana Hermanando (Santiago de Chile, 2005),Arcilla Iluminada. Una muestra de la poesía tarijeña actual (Tarija, 2007), en la Antología comentada de la poesía Boliviana (Cochabamba, 2010), Antología poética al pie de la colina Nº3 (Cochabamba, 2011), en la Antología del Castillo azul (Tarija, 2011),  Antología Universal del soneto de amor (Cochabamba, 2012).
Sus cuentos han sido seleccionados en la antología latinoamericana de cuento El océano en un pez (La Habana, 2011 y Cochabamba, 2013), Cuentos y cuentos. Antología de Escritores Unidos.  (Cochabamba, 2011.

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