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Del Tata lo mejor: el periodismo

Eran las 11:00 am. del martes 27 de agosto en el templo Sagrado Corazón de Jesús del Colegio San Calixto y, como si se tratara de una romería, mi hijo y yo, que fuimos distinguidos para participar en El hombre invisible, nos pusimos en el último lugar de la larga fila que luego de varios minutos nos conduciría a la capilla ardiente de una conmovedora solemnidad, ahí cerca del altar donde por muchos años ofició las misas dominicales. Cuando estuve frente al cuerpo inanimado del cura Eduardo Pérez Iribarne, como en toda muerte de un ser querido o de alguien tan ilustre como aquel, muchas imágenes de la multifacética vida de quien en vida fue de una extraordinaria versatilidad se me asomaron a la cabeza. Fueron segundos solamente los que me transportaron a los días previos de varias Navidades, en que con su característico timbre de voz comandaba las campañas que terminaban con el reparto de miles de juguetes para niños pobres, con el ímpetu con que los Carros de Fuego condujeron al profeta Eliseo al cielo. “Por la sonrisa de un niño” se hizo patrimonio del pueblo, pero su verdadero artífice fue el Tata Pérez.

Haciendo volar mi imaginación, lo vi de hinojos, pidiendo la bendición de Dios para dar la partida por varios años en las competencias ciclísticas de la Doble Copacabana y la Vuelta a Bolivia, hasta lograr su inclusión en la Unión Ciclística Internacional (UCI). De esos eventos salieron consagrados deportistas como Oscar Solíz y Juan Cotumba.

Su férrea lucha por la democracia le valió persecución y exilio en gobiernos dictatoriales que por respeto a este gran servidor de Dios y de la sociedad, prefiero ni nombrar. El padre Pérez es responsable de varias generaciones de periodistas que hoy mismo cumplen su labor en varios medios de comunicación, aunque sin desmerecer las aptitudes profesionales de todos ellos; en este caso, nunca llegó a cumplirse aquella máxima de que el verdadero alumno es el que supera al maestro, dejando de alguna manera mal parado a Aristóteles, porque ¿quién podría negar las dotes vocacionales de gran formador del jesuita calixtino?

Su profundo dominio de la teología contribuyó a una evangelización que, desde el presbiterio de donde presidió cientos de oficios religiosos o desde los micrófonos de la radioemisora más influyente en la historia de la comunicación sonora en Bolivia, caló hondo en miles de fieles católicos a cuya doctrina muchos se convirtieron y muchos consolidaron una fe que la Iglesia tradicional, de la que en ocasiones fue acerbo crítico, no fue capaz de retener.

Fue un hombre de estudios académicos, filósofo y periodista, pero su olfato de la realidad en que su país de adopción vivía y la inestabilidad política que desde entonces y hasta ahora pervive, dieron paso a un aprendizaje autodidáctico de la ciencia política, de la que era un agudo analista. La excelencia, entonces, fue su rasgo, considerando su polifacética vida.

Pero creo que en el polímata Eduardo Pérez, la graduación como gran hombre se debió a su faceta de periodista, habiendo innovado la comunicación social a partir de su incursión en Radio Fides y de formar parte del Grupo Fides en general. Irónico cuando la hipocresía del estadista o del servidor público le indignaba, prefería emplear un lenguaje corporal suficiente para ridiculizar una idea de las que en nuestros políticos abundan. Practicante de una discrepancia entre el significado literal de sus palabras y la intención subyacente del mensaje que pretendía instalar en el oyente, eso lo convirtió, como alguna vez lo calificó Carlos Mesa, en el periodista más audaz de la comunicación católica; yo diría que fue el comunicador más audaz de Bolivia, sin que por ello haya perdido nunca la templanza que su formación cristiana exigía de él. Con un tono de voz y una expresión facial muy propios y una sonrisa que pudo haberse confundido con mordacidad y que subyugaba a sus interlocutores, no pasaba de una postura desenfadada, y en definitiva no traicionaba su íntima humildad.

El padre Pérez está en la misma galería de los insignes Luis Espinal y José Gramunt de Moragas, y quizás en varios aspectos por encima de ellos, si nos circunscribimos a su compromiso con la fe católica y la defensa de los valores morales, pero con nadie comparte podio en el periodismo nacional. Fue además defensor de la vida en cualquier etapa de ella, así como de los derechos humanos, campo en el que su figura se agigantó siempre que el poder amenazó su ejercicio.  

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor

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