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Próximo papa: Entre la fidelidad al Evangelio y la renovación de la Iglesia

Ha muerto el ducentésimo sexagésimo sexto papa de la Iglesia católica. Y a pocos días de su fallecimiento el mundo ha exteriorizado su pesar por el siempre triste acaecimiento que significa la muerte del primer pastor de la Iglesia en la tierra. Particularmente la partida de Francisco ha desencadenado cierta incertidumbre en Latinoamérica, porque dentro de las posibilidades está que su sucesor sea un mexicano, pero si nos atenemos a un ejercicio aritmético, pero principalmente a la tendencia europeizante del papado en la historia, lo más probable es que el nuevo prelado sea ajeno a nuestra subregión.

Tenga la nacionalidad que tenga, el pontificado, para bien de la propia Iglesia, debe recaer en un cardenal poseedor de una visión renovadora y evolutiva de la doctrina social que la sustenta. Es casi ritual que, a la muerte de un papa, por cuestiones protocolares de la diplomacia internacional, todos los líderes y sin importar su afiliación religiosa o careciendo de ella se adhieran al dolor del pueblo católico y exterioricen las virtudes de quien apenas dejó de existir, y obviando ex profeso los errores en que pudo haber incurrido, los mensajes son siempre elogiosos. Y es que Francisco tuvo virtudes, pero también proyectó sombras como vicario de Cristo, sobre todo si se recurre al expediente siempre repelente de la comparación con san Juan Pablo II, cuya santidad hizo de él un pastor humanista en el más cabal sentido del término, o de Benedicto XVI, que ha alcanzado excelencia como un hombre dotado de una inteligencia extraordinaria, un dominio absoluto del Evangelio y un intelectual versado en teología sin precedentes ni similitud posterior en el Vaticano.

Francisco, arquetipo de la austeridad en sincera emulación al Cristo que predicó, ha proclamado la supresión de varios ritos y hábitos verdaderamente hueros que la tradición de la Santa Sede ha venido practicando por siglos. Ha librado un fiero combate en favor del medio ambiente, ha roto el hermetismo que por siglos ha impuesto la Santa Sede respecto a las finanzas y muy cuestionadas en las últimas décadas, ha dado los primeros pasos para que cualquier fiel pueda presidir un dicasterio (especie de ministerio en gobiernos seculares), de manera que un civil y aun un ateo pueda formar parte de lo que todavía es un círculo cerrado, y sin obligaciones de mantener secretos de confesión. Con acierto, se ha declarado incapaz de condenar la homosexualidad. En general, Francisco inauguró varias reformas que tienen que ver con la modernización de la Iglesia que no puede anclarse en doctrinas medievales que hoy, la hacen cuestionables incluso para muchos miembros del Colegio cardenalicio.

En cambio, el papa Francisco también ha tenido declaraciones absolutamente disonantes con el Evangelio: yerros como la declaración del pluralismo religioso arguyendo que todas las religiones conducen a Dios; también la bendición de parejas del mismo sexo y otras más que yo las llamaría imposturas espirituales.

Bien, Francisco, con sus luces y sombras, creo que pasará a la posteridad de la historia católica, no solo por su condición del primer pontífice latinoamericano, también por su probado servicio a la causa de Jesucristo. Fue un hombre falible, sí; pero fue un hombre justo. Y aquí cierro mi percepción sobre Jorge Bergoglio, arzobispo de Roma.

El Colegio Cardenalicio durante la “Sede Vacante” debe entrar en un periodo de purificación espiritual y profunda reflexión intelectual, que permita a todos los electores pensar en un papa que abra la Iglesia a un futuro de nueva interpretación evangélica, una que, por ejemplo, no condene los métodos anticonceptivos a los que casi todas las mujeres católicas recurren, evitando así millones de abortos, que siempre serán un pecado mortal, o la revisión profunda de esa visión laxista que contra natura impuso la doctrina que no argumenta, pero que proclama la infalibilidad del papa.

El Santo Padre es un jefe de Estado, y para el derecho internacional, con las mismas prerrogativas y obligaciones diplomáticas que cualquier otro enteramente secular; y en tal virtud, el papa deberá ser versado y sobre todo decidido a emitir su posición respecto a los múltiples conflictos tanto en el orden bélico como político, en vista de su jerarquía y autoridad eclesial.

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor

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