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Prólogo inédito de primavera dolorosa

Autora: María Isabel Saavedra.
Traducción al italiano: 
Marcela Filippi

De la dignidad combativa de la ternura en la poesía de Edmundo Herrera: El poeta de la vida y la libertad como constructor de un mundo posible.

Alguien se ensució las manos 
amasando tanta dulzura
Pablo Neruda

Cuando Edmundo Herrera abre La casa del hombre, en 1964, se asiste de inmediato al fulgor de una poética que va a cantar al humano rincón del mundo, lugar, cuyo eje central, es la vida misma que acontece a los hombres, no solo como el potencial cobijo interior, sino en el modo de la más plena resistencia para dar sentido a lo que “sabe”: que la trinchera del hombre poeta contemporáneo, ha de dar batalla desde aquél espacio que la modernidad ha arrasado –esto es- la vida privada como cocina del pensamiento crítico y de la convivencia más radical entre los hombres. 
Hannah Arendt nos invita a una reflexión esclarecedora sobre el asunto, cuando advierte que en la modernidad acaece la hegemonía de la esfera pública, como secuela del control sobre todos los aspectos de la vida de la población:

Lo que la esfera pública considera inapropiado puede tener un encanto tan extraordinario y contagioso que cabe que lo adopte todo un pueblo, sin perder por tal motivo su carácter esencialmente privado. El moderno encanto por las “pequeñas cosas”, si bien lo predicó la poesía en casi todos los idiomas europeos al comienzo del siglo XX, ha encontrado su presentación clásica en el petit bonheur de los franceses. Desde la decadencia de su, en otro tiempo grande y gloriosa esfera pública, los franceses se han hecho maestros en el arte de ser felices entre “cosas pequeñas”, dentro de sus cuatro paredes, entre arca y cama, mesa y silla, perro, gato y macetas de flores, extendiendo a estas cosas un cuidado y una ternura que, en un mundo donde la rápida industrialización elimina constantemente las cosas del ayer para producir los objetos de hoy, puede incluso parecer el último y puramente humano rincón del mundo.
Edmundo Herrera invita a un viaje que ocurre en rescate de lo esencial:

Pan

Cuando despierta
el olor del pan
ronda la casa.

Se introduce en todas partes;
con los hermanos le untamos manteca
que se deshace
cual globo herido. Los panes
son redondos

como el sol.
En la mañana, su sonrisa de pájaros
nos alumbra las manos.

Podría aseverarse –ciertamente- que el contenido de su poética, también es político. Lo es porque su lucha apasionada llena de una voz venturosa la palabra, como aquel instrumento de firme oposición contra lo que desaparece desintegrado en la experiencia social del hombre en la voracidad de un capitalismo tardío.
Lo es –además- cuando restablece la dignidad de la mesa familiar como epicentro del diálogo, de los amigos reunidos en torno a ella, de la palabra dicha a ese otro que llama hermano.
Advierte –así mismo- la potencia de una construcción poética-política también callejera, del humano común y diferente, como la más pura donación. Edmundo Herrera, recrea una mística de la cotidianeidad más estable del hombre: el pan, el mantel, los leños, la lámpara, la cama, la pareja humana, la hermandad, el vino, el puerto, la calle, no como una subjetividad que canta su canto irremediablemente enajenado, sino como una abertura iluminada del requerimiento al otro.

Cuando despierto, el olor del pan ronda la casa…
..Aquí se guarda el azúcar en las bocas, nos pertenece…
…Y la sal galopa por mi frente, hacia la tierra…
La leña vuela cuando arde…
…No tengo frío y el fuego
insiste en tocar mi cuerpo.

El mundo de lo humano se hace siempre en sus poemas, una plaza magnetizada por la utopía cuando se vuelve hondo sentimiento de concordia. Se asiste a un espectáculo en el que habita la cenestesia, lo táctil, lo visual, lo olfativo; la poesía, es el lugar privilegiado donde los seres y las cosas, adquieren pervivencia con una factible realidad que permite ser disfrutada como la vida misma. Hay en ella –en verdad- un placer añadido a la experiencia, como estas imágenes que se vuelven poesía para franquear el deseo de decir antes de la cierta muerte.
En Oscuro fuego (1970) El poeta sabe –desde luego- del certero acontecer del tiempo cuando canta: La ternura se repliega alrededor de la mesa cuando comprende que la mesa ilumina la casa… Ahí sucede el lugar de toda herida de la callada noche.
La escritura de Oscuro Fuego –además- entrega el sonido de una voz que se vuelve apelación desesperada, y el poeta se hace cuerpo: La casa se llena de dolores; el viento le busca los costados para herirla, y resiste.
El sentimiento trágico trae a la conciencia poética, el saber del huracán y de la sal líquida en su invocación:

Huracán y sol líquido te esperan

No me dejes la lluvia solitaria.
Ven, regresa con el fuego,
asume la muerte,
trae la canción fúnebre
del cielo esta noche.
Ven, amiga, ata tu huracán
abajo a mi lecho y escúchame.
Un sol líquido tengo en la copa.

La decencia de la poesía de Edmundo Herrera, cuestiona una vida que no tiene por qué ser vivida para desintegrar, aquella nula vida que imponen las tiranías de lo banal y de lo venal. Podría –por cierto- ser vivida de otra manera, a condición de la construcción consciente y ética desde lo deshecho. ¿Qué sería –entonces- esa construcción desde la Poesía?
Indudablemente -podría asegurarse- se trata de la tarea de la reconstrucción de un Humanismo agonizante. 
Desde luego, no hay ingenuidad en su sueño, porque sus letras revelan que se han producido cambios aparentemente irreversibles en los modos de relación entre las personas y las cosas; sin embargo, ante estas encrucijadas de la Historia, es posible dar aliento a la amistad en la forma del reconocimiento del otro y su singularidad, y de los lazos vinculares fundamentales; de hecho, dichos vínculos pueden ser sostenidos vigorosamente en una poética que declara públicamente la amorosa realidad del encuentro: Lo prueban los numerosos poemas dedicados a los hombres y mujeres de su tiempo.
La vida, como aquél único cielo posible, está en la tierra. Leamos emocionados:

Cielo frutal (A Rubén Campos)

Los frutos alumbran árboles
y desde el escondite vemos luces
que titilan; con los primeros,
alertas, sigilosos, asaltamos la mansión olorosa;
cuando la noche sacude su sombrero de estrellas,
nos vamos hacia el río cercano con puñados de llamaradas.
Manzanas, naranjas se quedan silenciosas en bolsillos,
mientras invento otro cielo para las manos.

Podría decirse que tampoco hay diálogo con los muertos como presupuesto fundamental en la poética de Edmundo Herrera. En el funeral de Pablo Neruda (1902- 1973), el poeta no se dirige al público, hablando sobre él; el poeta se dirige a él, al poeta compañero, no al fenecido, -aunque también-; ya que, como testimonian palabras de su discurso, ninguna muerte es capaz de matar definitivamente al poeta.

En el improvisado panteón custodiado por carabineros, allí, habló el poeta Presidente de la Sociedad de escritores de Chile; tal vez se tratara de una voz consensuada por una tradición con sus propias reglas que implica la noción del otro como partícipe de un proyecto político-poético común. Pero una vez más, su trama discursiva, es dar vida a lo que se escapa, en metáforas del espacio de destinos análogos, más que del tiempo. Cito a Edmundo Herrera con vivo sentimiento:

Compañero Pablo: te traigo el saludo y las palabras de muchos que como tú, hombres sencillos: pescadores, herreros, navegantes, panaderos, maestros de escuela que tú fuiste encontrando en el camino. Ellos me han pedido que te traiga sus manos, que te diga que estamos con una flor roja abierta en el costado; y que te diga que estamos vivos, en esta hora en que ninguna muerte nos mata definitivamente…[sic] Compañero Pablo, déjame guardar la voz para que tú hables ahora en tu poesía, para que tú camines lento y abrazado a quienes siempre has querido, para que puedas seguir conversando de todas las cosas que revolotean a tu lado, junto, muy junto a la esperanza, la libertad y la belleza.

Pero es de mí, entender que es en 2009 cuando su voz se hace penetrante apelación o arenga, cuando poetiza diciendo esos versos atribulados, casi elegíacos:

Familia humana

Vieja piel alabada, errante semilla,
mariposa de la tristeza, te persigue la noche;
veloces 27 horas de trabajo cada día, remendadora
de trapos, cosedora de luz, lavandera de llagas.
Para la sociedad a color eres la teleserie
más importante; en tercera dimensión se ven
tus zapatos rotos, la cuchara desvalida
y un hambre de ternura en tu pasajero plumaje.

Entrecierro ahora estas páginas emocionadas y los dejo junto a este libro con tanta vida fabricada en ese sol para mi boca y la tuya; y me voy silbando para decir –yo también– al igual que Edmundo Herrera: soy una terrestre pegada a la raíz de la sangre.

María Isabel Saavedra
Tucumán, Argentina – 2015

Italiano

Prologo di «Primavera dolorosa» di Edmundo Herrera

(Maria Isabel Saavedra)

Traducción al italiano: Marcela Filippi


La dignità combattiva della tenerezza nella poesia di Edmundo Herrera: Il poeta della vita e della libertà come un costruttore di un mondo possibile.

Qualcuno si è sporcato le mani/impastando tanta dolcezza
Pablo Neruda

Quando Edmundo Herrera apre La casa dell’uomo , nel 1964, si assiste immediatamente al fulgore di una poesia che canterà all’umano angolo del mondo, luogo, il cui asse centrale, è la vita stessa che succede agli uomini, non solo come il potenziale rifugio interiore, ma nel modo della più ampia resistenza, per dare un senso a ciò che «sa»: che la trincea dell’uomo poeta contemporaneo, deve dare battaglia da quello spazio che la modernità ha distrutto -questo è- la vita privata come cucina del pensiero critico e della convivenza più radicale tra gli uomini.

Hannah Arendt ci invita a fare una riflessione chiarificatrice sulla questione, quando segnala che nella modernità si produce l’egemonia della sfera pubblica, come conseguenza del controllo su tutti gli aspetti della vita della popolazione.

Ciò che la sfera pubblica considera inappropriato potrebbe avere un fascino straordinario e contagioso che potrebbe essere adottato da un intero popolo, senza per questo perdere il suo tratto essenzialmente privato. Il moderno incanto per le «piccole cose», sebbene la poesia lo abbia predicato in quasi tutte le lingue europee all’inizio del XX secolo, ha trovato la sua presentazione classica nel petit bonheur dei francesi. Dalla decadenza della sua grande e gloriosa sfera pubblica, i francesi sono diventati maestri nell’arte di essere felici fra le «piccole cose» , tra le loro quattro mura, tra arca e letto, tavolo e sedia, cane, gatto e vasi di fiori, estendendo a queste cose una cura e una tenerezza, che in un mondo dove la rapida industrializzazione elimina costantemente le cose di ieri per produrre gli oggetti di oggi, potrebbe perfino sembrare l’ultima e puramente umana parte del mondo.

Edmundo Herrera invita a fare un viaggio che si compie come riscatto di ciò che è essenziale, e si può leggere:

Pane

Quando mi sveglio
il profumo del pane
gira intorno alla casa.
S’introduce ovunque;
con i fratelli lo ungiamo di burro
che si scioglie
come palloncino ferito. I pani
sono tondi
come il sole.
Al mattino, il loro sorriso di uccelli
ci illumina le mani.

Si potrebbe affermare -certamente- che il contenuto della sua poesia, è anche politico. Lo è perché la sua lotta appassionata riempie la parola di una voce accorata, come quello strumento di forte opposizione per ciò che scompare disintegrato nell’esperienza sociale dell’uomo nella voracità di un tardo capitalismo.

Lo è anche -anche- quando ripristina la dignità della tavola della famiglia come epicentro del dialogo, degli amici riuniti intorno ad essa, della parola detta a quell’altro che chiama fratello.

Suggerisce -quindi- la potenza di una costruzione poetica-politica anche della strada, dell’umano comune e differente come la più pura delle donazioni. Edmundo Herrera, ricrea una mistica della quotidianità più stabile dell’uomo; il pane, la tovaglia, i tronchi, la lampada, il letto, la coppia umana, la fratellanza, il vino, il porto, la strada, non come una soggettività che canta il suo canto irrimediabilmente distaccato, bensì come una apertura illuminata dalla richiesta dell’altro.

Quando mi sveglio, il profumo del pane gira intorno alla casa …
…Qui si immagazzina lo zucchero nelle bocche, ci appartiene …
… E il sale galoppa dalla mia fronte, fino a terra …
La legna vola quando arde …
…Non ho freddo ed il fuoco
Insiste nel toccare il mio corpo.

Il mondo di ciò che è umano prende sempre forma nelle sue poesie, una piazza magnetizzata dall’utopia quando diventa profondo sentimento di concordia. Si assiste a uno spettacolo, nel quale abita la cinestesia, ciò che è tattile, visivo, olfattivo; la poesia è il luogo privilegiato in cui gli esseri e le cose, acquistano continuità attraverso una realtà possibile, dalla quale ci si può deliziare come la vita stessa. C’è in essa, -in verità- un piacere sommato all’esperienza, come queste immagini che diventano poesia per rassicurare il desiderio di dire prima della morte certa.

In Fuoco oscuro (1970) il poeta conosce -indubbiamente- la certezza dell’avvenire del tempo, quando canta: la tenerezza si concede intorno alla tavola quando comprende che capisce che la tavola illumina la casa… E’ lì il luogo di ogni ferita della silenziosa notte.

La scrittura di Fuoco oscuro -inoltre- consegna il suono di una voce che si fa disperato appello, e il poeta diventa corpo: La casa si riempie di dolori; il vento cerca i suoi fianchi per ferirla, e resiste.
Il sentimento tragico porta alla consapevolezza poetica, il sapere dell’Uragano, e delsale liquido quando canta:

Uragano e sole liquido ti aspettano

Non mi lasciare la pioggia solitaria.
Vieni, ritorna col fuoco,
assumi la morte,
porta il canto funebre
del cielo questa sera.
Vieni, amica, lega il tuo uragano
sotto il mio letto e ascoltami.
Un sole liquido ho nel mio calice.

La dignità della poesia di Edmundo Herrera, questiona una vita che non ha ragione di essere vissuta per disintegrare; quella vita nulla che impongono le tirannie del banale e del venale. Potrebbe -certamente- essere vissuta in un altro modo, sotto la condizione di una costruzione consapevole ed etica cominciando da ciò che si è distrutto . Cosa sarebbe -dunque- quella costruzione partendo dalla poesia?

Indubbiamente -si potrebbe affermare- che si tratta della ricostruzione di un umanesimo agonizzante. Senz’altro, non c’è ingenuità nel suo sogno, perché le sue lettere rivelano che si sono prodotti dei cambiamenti apparentemente irreversibili nelle relazioni tra le persone e cose; ciononostante di fronte a queste scelte imposte dalla Storia, è possibile favorire l’amicizia, sotto una chiave di lettura di riconoscimento dell’altro e della sua unicità, e dei legami relazionali fondamentali: infatti, questi vincoli possono essere sostenuti con vigore in una poetica che dichiara pubblicamente l’amorosa realtà dell’incontro: lo testimoniano le numerose poesie dedicate agli uomini e donne del suo tempo.

La vita, come quell’unico cielo, è sulla terra. Leggiamo, dunque, emozionati:

Cielo di frutti

I frutti illuminano gli alberi
e dal nascondiglio vediamo luci
che scintillano; con i primi,
avvisi, furtivi, assaliamo la dimora fragrante;
quando la notte scuote il suo cappello di stelle,
ce ne andiamo verso il vicino fiume con manciate di fiamme.
Mele, arance restano silenziose in tasca,
mentre invento un altro cielo per le mani.

Si potrebbe anche dire che non c’è dialogo con i morti come presupposto fondamentale nella poetica di Edmundo Herrera. Nel funerale di Pablo Neruda (1902- 1973), il poeta non si rivolge al pubblico, parlando di lui; il poeta si rivolge a lui, al poeta compagno, non al defunto -ma anche- come testimoniano parole del suo discorso, nessuna morte potrà mai uccidere per sempre il poeta.

Nell’improvvisato pantheon sorvegliato dai carabinieri, ha parlato il poeta Presidente della Società degli Scrittori del Cile; forse si trattava di una voce in accordo con una tradizione con le sue proprie regole che implica il concetto dell’altro come partecipante a un progetto politico-poetico comune. Ma ancora una volta, la sua trama discorsiva, è quella di dare vita a ciò che sfugge, in metafore di analoghi destini spaziali, piuttosto che il tempo. Cito Edmundo Herrera con vivo sentimento:

Compagno Pablo: ti porto il saluto e le parole di molti che come te uomini semplici: pescatori, fabbri, navigatori, panettieri, insegnanti di scuola che hai trovato lungo la strada. Essi mi hanno chiesto di portarti le loro mani, che ti dica che abbiamo un fiore rosso aperto nel fianco, e per dirti che siamo vivi in questo momento in cui nessuna morte ci uccide definitivamente….(sic) Compagno Pablo, lascia che io metta da parte la voce per far parlare te nella tua poesia, perché tu possa camminare lentamente abbracciato a coloro che hai sempre amato, e tu possa parlare ancora delle cose che ti girano intorno, vicino, molto vicino alla speranza, alla libertà e alla bellezza.

Ma è di mio intendimento, che è nel 2009, quando la sua voce si fa penetrante appello o arringa, quando rende poetici quei versi travagliati, quasi elegiaci:

Famiglia umana

Vecchia pelle elogiata, seme errante,
farfalla della tristezza, ti insegue la notte;
veloci ventisette ore di lavoro ogni giorno, rammendatrice
di stracci, cucitrice di luce, pulitrice di piaghe.
Per la società a colori sei la serie televisiva
più importante; a tre dimensioni si vedono
le tue scarpe rotte, il cucchiaio indifeso
e una fame di tenerezza nel tuo passeggero piumaggio
Concludo ora queste pagine commoventi e vi lascio con questo libro che ha tanta vita fabbricata in quel sole per la mia bocca e la tua; e me ne vado fischiando per dire -anche io- come Edmundo Herrera: sono una terrestre attaccata alla radice del sangue.

Maria Isabel Saavedra
Tucuman, Argentina – 2015

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