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Las reescrituras de Guillermo Ruiz Plaza

¿En qué momento se da por terminado un texto?

Responder a esta pregunta puede resultar más complicado de lo que parece. Cualquier persona que haya intentado escribir un poema, un cuento o una novela, sabrá que la lectura de lo ya escrito plantea varias posibilidades de cambio, que pueden ir desde una letra a una palabra o a párrafos enteros.

Esos cambios pueden ser incluso más amplios, pudiendo modificar no solamente la forma del texto, sino incluso su sentido.

Leí alguna vez que el último manuscrito de Pedro Páramo de Juan Rulfo tenía una corrección en el inicio de la novela: El original “Fui a Comala” tenía tachada la primera palabra, y la corrección mostraba “Vine a Comala” (que es la frase con que se publicó la novela). Es cierto, correcciones como esta, hechas antes de la publicación, son habituales, pero este caso muestra la importancia que puede llegar a tener una sola palabra, como podrá apreciar cualquier lector atento de la obra del mexicano.

Estas líneas proponen analizar los cambios realizados en textos ya publicados. Y de estos hay varios ejemplos. Uno de los más conocidos es el de Walt Whitman, de quien se dice que escribió y reescribió su obra Hojas de hierbadurante toda su vida, siendo imposible hablar de una edición definitiva de este poemario.

En Bolivia, recuerdo que Sebastián Antezana presentó la segunda edición de su libro La toma del manuscrito aclarando que había hecho cambios importantes al texto que había ganado el premio nacional de novela. No digo más al respecto porque confieso que no leí esa segunda edición.

Sí leí, sin embargo, el volumen de cuentos Sombras de verano, de Guillermo Ruiz Plaza, que consta de dieciséis relatos, diez de los cuales son reescrituras de cuentos ya publicados. Esos diez cuentos presentan cambios que en algunos casos son de forma, y en realidad no cambian la historia contada, solamente modifican en algo la forma contarla. En otros, sin embargo, los cambios afectan al núcleo mismo de la historia, que a pesar de ser la misma en cuanto a los hechos narrados, cambia en cómo se presenta a los ojos del lector. Estos textos experimentaron una reescritura profunda, “radical”, como consecuencia de un “impulso vicioso” como dice el autor en la nota introductoria del libro. Entiendo que Guillermo Ruiz se atrevió a ceder a la tentación que tiene (creo) todo escritor, la de cambiar lo ya escrito, hija de esa tentación mayor que ansía poder alterar la vida misma, un ctrl-z mágico que nos permita evitar errores o perfeccionar aciertos de nuestro pasado. Si nuestros textos son parte de nuestras vidas ─es común escuchar que todo texto lleva en sí una parte de la vida del autor, lo quiera éste o no ─, ¿por qué no hacerlo? Quizás así podamos cambiar de alguna manera nuestras propias vidas, quizá los cambios afecten no solamente al texto, sino que al mismo tiempo cambiemos lo que fuimos al momento de escribirlos y, por tanto, cambiemos lo que ahora somos. Resulta fascinante creerlo así.

La lectura comparada de los textos (publicados antes en La última pieza del puzzle o El fuego y la fábula) podría equipararse a mirar un objeto cualquiera durante algún tiempo, y luego moverse un poco (hacia adelante, atrás o a un costado) y verlo nuevamente. Reconocemos el objeto, estamos al tanto de sus características básicas, pero encontramos algo nuevo en él. El autor logra ese efecto en sus textos ocultando alguna información en algún caso, proporcionando alguna nueva en otro, confiando en el lector para que descubra algo (acaso retándolo a que lo haga). En los cuentos con este grado de transformación, se cambió incluso el título, reflejo de su “cambio de espíritu”, según el autor.

El ejercicio me resultó muy placentero, y en algún momento me recordó a La casa de Asterión, de Borges, que cuenta la historia del minotauro, relatada desde el punto de vista del monstruo. Como premio adicional, la relectura de estos libros me permitió establecer una conexión entre dos cuentos que ayuda a entender el final de uno de ellos. Un cuento de Sombras de verano(también presente con otro título en su primera versión en El fuego y la fábula) comparte un personaje con otro cuento de este mismo libro(también presente en la antología Nuevos gritos demenciales), y este hecho ayuda a aclarar (o confirmar) algo que apenas se sugiere en el primero, y que además de mostrar que el autor gusta de la obra de Melville, me recordó a una tía mía, que cuando no podía encontrar un objeto extraviado, decía que “el diablo lo había escondido”.

Anécdota final de estos días de relectura. Luego de identificar los diez cuentos reescritos en Sombras de verano (tarea sencilla en los que habían conservado el título, un poco menos en los que lo habían cambiado), leí los seis relatos que el autor presentaba como inéditos… para darme cuenta de que ya había leído tres de ellos.

Nueva visita a los estantes para encontrar la explicación. El libro Sombras de verano se publicó en su edición boliviana en agosto de 2016, y en septiembre de ese mismo año se publicó el libro del XLII Premio Nacional de Cuento Franz Tamayo, que incluía como mención al cuento Invitación al viaje, con algunas pequeñas diferencias respecto a la otra versión. Es decir, este último se había editado después, aunque yo lo había leído antes. Algo similar ocurrió con el cuento Raíces, que se publicó en la antología de cuentos de la Guerra del Chaco Sed y sangre en febrero de 2017. Estoy también seguro de que leí el cuento Los regalos, pero no pude encontrar el libro en que este cuento se encuentra. Si algún lector acucioso tiene el dato, le estaré muy agradecido de que me lo haga conocer. No descarto, sin embargo, que haya leído el cuento antes en Sombras de verano, quizá incluso en la misma presentación del libro (los ingenuos que llegamos temprano a las presentaciones de libro que empiezan con retraso, tenemos esta oportunidad). Refuerza esta posibilidad el hecho de que sea el primer cuento del libro.

Si alguien tiene la impresión de haber leído alguno de los cuentos de Guillermo Ruizsin haber leído antes sus libros, no se preocupen, quizá los hayan leído en Memoria emboscada (el cuento Nevermore), en Gritos demenciales (Gato encerrado y Rendez-vous), en Vértigos (Sombras de verano), o en Nuevos gritos demenciales (el cuento Visión).

Entonces, ¿es mejor reescribir los textos o dejarlos tal cual fueron editados y publicados por primera vez? ¿Dónde se halla el límite, si acaso hay uno?

Difícil respuesta. En el caso puntual de Guillermo Ruiz, en algunos casos me gustaron más los cuentos reescritos, en otros prefiero la versión original.

Quizá ayude a responder esta interrogante lo que dijo Philip Roth, cuando decidió dejar de escribir e inició la relectura de las 31 novelas que había publicado. “Quería saber si no había perdido el tiempo”, habría dicho el escritor para justificar la relectura. Su conclusión fue: “Lo he hecho lo mejor que podía con lo que tenía”.

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