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Nuevos clavos a mi ataúd

De: Jorge Muzam / Inmediaciones

Ando de madrugada, aspirando los aromas de diciembre, lilas de lavanda, gladiolos fucsias, castaños florecidos, mescolanzas de cedrones y acacias, aromas que solo se perciben antes que aclare. Retumban karaokes adolescentes en el valle, mariachis drogadictos empinándose garrafas de pipeño como agua bendita, indolentes ante los trinos de los chercanes, ante el descanso dominical de los futuros proletarios, de esos bebés que no alcanzarán a madurar, que serán carne de cañón, conscriptos apaleados, molinillo de terrateniente, sostén de empresario ladrón. Ciegos, sordos, mudos y tarados, que así es el nuevo hombre, el necesario, el Nietzsche de pacotilla que vivirá y morirá masticando las papas fritas de la resignación. Es la vida colectiva sin respeto por la forma ni el fondo. Rumio mi vida, mis etapas, mis descensos y también retomo mi oficio de escritor, lecturas, garrapateos, compañía virtual de escritores amigos, variaciones de Bach, oxigeno mi carácter, que la otra vida me consume casi a tiempo completo, y la opresión de que se me va el tiempo y no alcanzo a hacer todo aquello de lo que soy capaz, el despliegue de mi genialidad en bruto, que empiezo a olvidar quien soy o quien quise ser, que no soy el super héroe que pronostiqué en mi infancia, ni un Ché Guevara justiciero, más bien un foco roto, una grabadora con las pilas gastadas, un filósofo borracho con alzheimer ético, que cada día pongo un nuevo clavo a mi ataúd, y las dagas invisibles apretándome el cuello, quizás siempre es así, y esta es una lamedura de gato inútil, la disipación de la neblina azul de mi espíritu hacia una alcantarilla infesta.
Imagen: Paolo Ventura
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