Durante la última semana de febrero de este año bisiesto hemos sido testigos de bochornosas actuaciones en una Asamblea Legislativa Plurinacional que da vergüenza y se equipara a lo más bajo que haya jamás existido en la historia republicana de este pinche país “tan solo en su agonía” (como escribió el poeta Gonzalo Vásquez Méndez).
Hemos visto trifulcas, empujones, golpes, narices sangrantes, polleras al viento y nalgas al aire. Si no fuera por el escenario lujoso de esas escenas lamentables, parecerían disputas en los mercados callejeros, cuando las verduleras se arrastran de las mechas y los puestos se derrumban.
La violencia que está en la genética social de Bolivia, donde todo conflicto pretende resolverse con gritos, empujones, huelgas, crucificados o barricadas belicosas, no es sino una clara evidencia de la incapacidad de crear espacios para pensar, articular relatos y dialogar. Somos mudos a la hora de expresarnos con palabras, y eso corresponde a la ausencia de pensamiento racional. Todo el tiempo me da la impresión de estar viendo gente ebria que se agrede.
Se ha perdido el mínimo de decencia y de honestidad, como prueba la sesión parlamentaria de la madrugada del viernes 1 de marzo donde se aprobaron por voto secreto créditos internacionales (que serán usados para pagar salarios, no para los fines supuestos). Esto revela que una docena de asambleístas vendieron su voto (o su conveniente ausencia), lo cual se ha convertido en una práctica común en la política masista.
En la ALP tienen un costoso sistema electrónico, que permitiría ver en una gran pantalla los votos de cada diputado o senador, pero no se usa esta forma transparente de votar porque de esa manera se pueden esconder los tránsfugas y filibusteros de la democracia. La corrupción campea, la compra-venta de votos por debajo de la mesa es cosa corriente.
El problema de las semanas recientes comenzó con el pacto político que acordó tratar tres temas en este orden: 1) terminar con los auto-prorrogados, 2) determinar las nuevas elecciones judiciales y, 3) considerar la aprobación de créditos internacionales. A pesar del compromiso, Luis Arce y sus secuaces mostraron que ya no existen “pactos de caballeros” en Bolivia: inmediatamente sabotearon las sesiones y borraron con el codo lo que habían firmado.
Veo a esta asamblea “plurinacional” como un circo lamentable, con payasos no profesionales, animales mal entrenados y equilibristas oportunistas. Son una vergüenza, un bochorno para el país, y además representan un costo humillante cuando la economía está de rodillas. No puede ser que paguemos tantos privilegios, altas “dietas”, viajes innecesarios, vehículos privados y otros privilegios para manka gastos que no merecen otra cosa que irse donde estaban antes.
Los bolivianos hemos podido constatar que solamente una docena de asambleístas nos representan con dignidad, honestidad y compromiso: Requena, Nogales, Barrientos, Urquidi, Ormachea, Nayar, Alarcón, Astorga, Campero, Aliaga y un puñado más de luchadores por la democracia, capaces de articular ideas y de expresarlas, muy lejos de la masa ignorante del MAS (en sus dos versiones), que no tiene la talla para ocupar curules pero son una mayoría que pretende definir el futuro de Bolivia con trampas, golpes, escupitajos e insultos. Ya se ha dicho antes: con semejantes padres y madres de la patria, mejor es quedar huérfanos.
No necesitamos un congreso de esta naturaleza, no sirve para nada y le cuesta demasiado al país. Los pocos senadores y diputados que valen la pena serían indispensables en un nuevo sistema de justicia probo y responsable, como magistrados harían un mayor bien al país que peleando con desaforados cocaleros, cooperativistas mineros y contrabandistas de autos chutos que no están preparados intelectualmente para la enorme responsabilidad de legislar, pero se salen con la suya con engaños y sobornos. Los representantes parlamentarios del MAS, evistas o arcistas, tienen cola de paja, no son honestos ni honrados, su comportamiento no es limpio, además de que son incapaces de ser coherentes y de articular pensamientos e ideas. Los escucho hablar y dan pena, empezando por Choquehuanca, el pajpaku de la plaza Murillo, tipo torcido y mentiroso, un impostor que arma su discurso de nivel primario en torno a la Pachamama que él ha contribuido a destruir.
No puede el ciudadano decente soportar más poderes del Estado que están podridos desde la médula. No hay nada que se salve. Además del poder Legislativo que parece una cantina de mala muerte, donde la mayoría de los comensales están ebrios, dormidos o ausentes, tenemos un poder Judicial que opera con magistrados, jueces, fiscales, abogados, notarios y ujieres corruptos, y un poder Ejecutivo sordomudo y autoritario que ha llevado al país a un pozo sin fondo tanto en su economía como en el ejercicio democrático. Tampoco es mejor el poder Electoral, compuesto por una banda de inútiles que no están preparados para los cargos que ocupan con tanta arrogancia.
No queda nada bueno. No hay esperanza. No veo solución. Llevamos un retraso de más de tres décadas con relación a los países vecinos. En la torre del antiguo Congreso, el reloj de Choquehuanca opera hacia atrás de manera funesta: 2006–17= 1989. Son 35 años de atraso.
El país está hecho añicos tanto en sus valores humanos como en su economía y su sociedad. Sobrevive y triunfa el pillo, el que engaña, el que hace trampa, el estafador, y el que miente. Los bribones abundan en todos los sectores de la sociedad nacional: servidores públicos, empresarios privados, periodistas, intelectuales y artistas oportunistas pegados al poder, cooperativistas, constructores, contrabandistas y comunarios que lavan dineros mal habidos, y toda la extensa gama de la economía ilegal y paralela. Los falsos optimismos que perviven permiten que algunos alimenten esperanzas (o comercien con ellas para asegurar su propia sobrevivencia), pero yo solo miro un país cloaca, turbio y fétido.
Alfonso Gumucio es escritor y cineasta