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Cada personaje una novela V (Los personajes de mi pueblo)

Todas aquellas personas que vemos en las fotos y que no conocemos, todas las que vimos una sola vez o que de ellas hemos oído solamente hablar, y hemos seguido sin saber quiénes fueron. Fotos amarillas, descoloridas por el tiempo, consumidas por el uso y bellas solo por eso. Ahí están el abuelo muerto con la gripe española del 1918 o durante la Gran Guerra, la novia nunca más encontrada, ahí está encerrada toda la memoria del olvido. Tenemos en algún rincón de nuestros depósitos una caja vieja de lata de galletas, un cajón de madera o de cartón donde adentro sigue viviendo toda esta memoria, tantas oralidades que llenarían libros y libros, muchos secretos y muchos pecados aun sigilados. Cantidad de imágenes, de gente y de momentos detenidos en el tiempo, en aquel instante decisivo y luego todo pasa y se va.
A veces he pensado en Macondo y en un pueblo como el pueblo donde nací, todos los pueblos son Macondo y todos los pueblos son el pueblo donde nacimos. En nuestras fantasías, y en la realidad. No siempre un lugar es el lugar que pensamos, no siempre es el lugar que imaginamos.

El Jumbo iba propio como un avión, el médico le predijo vivir hasta los cien años y el se enojó. Como se puede vivir solo hasta los cien años, como si después no hubiera mas años, mas goces de la vida. Lo veíamos volar en su bicicleta, la que aquí llamamos “robacholitas”, siempre en su infaltable elegancia de intermediario, oficio que exigía dialéctica e intuición, eficacia y eficiencia, rapidez. Personajes que no se doblaban nunca, piezas únicas y sin repuestos, los que fueron originales y hoy ya extintos para siempre.

Cuentan que en Cecchini hubo un toro que era un gran reproductor, se llamaba Pirro en el recuerdo de aquel rey de Epiro que derrotó dos veces a los romanos. Cuentan que solo una persona en todo el pueblo lograba cuidar a Pirro, y este era Silvio Urban, nadie más que él. Los dueños le habían perdonado la nariguera, esta brutal argolla nasal, tal vez por sus grandes prestaciones, a decir de muchos era el toro semental del cual todos conocían sus credenciales. En el territorio tenía solamente dos rivales, Satrabo, el toro del Conde Porcia y Stel, el toro de Cereser. Con un peso oficial de 12 quintales y un récord de 120 “coberturas” anuales, Pirro siempre les ganaba a los dos. Siguen narrando los paisanos que lo llevaban hasta Udine “a far le bolete”, donde llegó a un fabuloso récord de 14 “coberturas” en un día. Tristemente en el año 1955 la ciencia introdujo la inseminación artificial y para Pirro llegó la hora del ocaso. Cuentan que sus dueños lo vendieron y se olvidaron de él, y que este fue el triste epilogo de Pirro, el toro de Cecchini, el toro de todos los récords.

Ennio Fava fue hombre de estado fallido y sheriff de Cecchini por vocación. Si los cineastas entre Cinecittá y Berlin, entre Hollywood y Cannes, alguien como Luigi Zampa por ejemplo, o Florian Henckel von Donnersmarck, un Ted Post o Olivier Marchal lo hubieran conocido, nuestro pueblo tendría hoy un actor famoso. No fue así y entonces tendremos que contentarnos con el haber tenido a un hombre de estado que el estado nunca reconoció como tal, y un Sheriff de pueblo con ingenua vocación. Vocación y pasión puestas en una máscara que es persona, desde el teatro de la Grecia clásica hasta las mil caras pirandellianas. Hombre sin tiempo y sin edad, mascara sin rostro y sin identidad, camaleónico e imprevisible, personaje con una personalidad inalcanzable, en cuanto actor, hubiera sido el artista perfecto desde punto de vista sentimental, reconocería en él Oscar Wilde. La fascinación de todos sus roles, recitados sin celo quedan para nosotros un misterio; amor por el arte o quizás sus singulares sueños de gloria marcados por unas acciones compostas y llenas de dedicación, nunca llevadas a cabo improvisando, entre Cecchini y la Utopía.

Una foto del 1958 es la síntesis de una época. El boom económico, el milagro italiano está en acto, la miseria de las dos guerras mundiales queda atrás, la sonrisa de los trabajadores evidencia una inocente alegría, algo tan natural que da envidia. El hoy es desmesurado, cómplice, enfermo. Un simple click revela cuanto la necesidad supo ofrecer a la genialidad de la gente, una pausa encima de un techo compartiendo un vaso de vino, un instante que encierra una humanidad llena de esperanza.

Recordaré mi primer día de escuela porque no hay memoria que aun haya permitido a la Historia describir una foto, la imagen que un instante haya celosamente encerrado para sí. El color de la imagen no importa, miraremos aun con incredulidad al pasado, quedará aun en nosotros la belleza de la simplicidad.

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