Iván Castro Aruzamen / Inmediaciones
Para José Manuel, mi único hijo.
Cuando uno tiene un hijo, está condenado
a ser padre durante toda su vida. Son los hijos
los que se apartan de uno. Pero los padres
no podemos apartarnos de ellos
Graham Greene
A veces pienso si lograré ser un buen padre y vivir en plenitud mi paternidad; hoy más a menudo me asalta por las noches y de cara al cielo, unas preguntas que viajan interminables ante mis ojos; cuantas veces abrumados por las ocupaciones dejamos que las mismas pasen de largo: ¿Qué es ser padre? ¿Cuándo alguien decide ser padre? ¿Cómo vivimos nuestra paternidad? Si antes de haber optado por extender la vida a través de otro ser, lográramos responder estas sencillas preguntas, quizá entenderíamos los seres humanos el profundo significado de la paternidad; pero, no quiero hablar de abrazos o flores o tarjetas cuando ponemos en el centro de nuestra atención por un día, por ejemplo, la patria, el amor, la mujer, la madre, o los distintos oficios o como hoy día 19 de marzo, recordamos la imagen o figura del padre. Intentaré trazar desde un enfoque de la negación lo que encierra el hecho de vivir la paternidad como un regalo de la vida. Los ejemplos de cómo vivieron la misma, podemos rastrearla desde tiempos remotos. En el centro de la historia humana y en todas las culturas está presente la idea principal, posiblemente discutible, pero que se asienta en la noción primigenia de lo que es la paternidad: se es padre en la medida y en que se es hijo o en otras palabras, no se puede ser padre si no existe el hijo o viceversa; por tanto, ser hijo, como diría Aristóteles, es ya ser padre en potencia, aunque en algunos casos nunca llegue a concretarse en la descendencia. La paternidad en el mundo griego estaba marcada por la protección; ¿acaso los mitos de los dioses griegos no están repletos de esta idea?; por doquier salta la noción de que el padre debe cuidar del hijo; Zeus, a pesar de su descontrolada paternidad nunca deja solos a sus hijos. Aunque no siempre resulta ser este proceder una norma general, existen excepciones; Esquilo, poeta griego, en su trilogía sobre la Orestíada, cuenta el sacrificio trágico de Ifigenia hecho a mano de su padre Agamenón. Y es desde aquí desde donde quiero partir, desde esta negatividad, desde la locura de Agamenón, un padre desalmado y asesino que acaba con la vida de Ifigenia para saciar su sed de egoísmo, poder, orgullo, demencia y mucho más. Sin temor y aún a costa de que se me considere un soñador, me preguntaría, sin dejar de lado el dolor que produce adentrarse en sus consecuencias: ¿Qué no es ser padre? ¿Qué signos marcan hoy día la paternidad? No es padre quien sólo cree que el hecho de fecundar con un esperma un óvulo le da este derecho. No, absolutamente no. No es padre aquél que abandona a sus hijos en la más completa orfandad a merced del destino. No es padre el hombre que maltrata a sus hijos, a golpes o psicológicamente, intentando buscar al respeto y el cariño de sus hijos. No es padre el que prefiere farrearse la leche, el alimento o el vestido de sus hijos. No. No es padre aquel que no respeta y cuida su familia, por sobre todas las cosas. No es padre quien va a un tribunal de justicia a pelear el sustento mínimo para sus hijos. No es padre el canalla que pelea a toda costa por los bienes materiales antes que la comodidad y seguridad de sus hijos. No es padre ni mecerá serlo nunca quien decide deshacerse de un hijo no deseado. No es padre el maldito que viola y asesina a sus hijos. No es padre el que priva para siempre a los hijos del don y el regalo de tener una madre. Hemos escuchado esa máxima, por cierto indiscutible, de que madre hay una sola sin importar su condición. Con razón, Leonardo Boff, teólogo brasileño, dice, que Dios es madre antes que ser padre. ¿Acaso, los padres, los papás, no debiéramos esforzarnos para ser padres como una madre es para los hijos sin importar nuestra condición?; un padre de verdad, está más allá de lo biológico y, sobre todo, sabe renunciar a sí mismo para procurar la felicidad, aunque sea pasajera en esta vida para sus hijos. Vivir la paternidad con toda intensidad no es sino hacer el esfuerzo por construir un amor indestructible entre padres e hijos en el tiempo que nos ha tacado vivir, finalmente, única medida de nuestra existencia. Se es padre una sola vez en la vida, sin importar la cantidad de hijos. Quisiera terminar esta corta reflexión sobre el ser padre y la paternidad, con unos breves versos de una canción que tantas veces la han bailado, pero, no prestado la atención necesaria. El grupo Ráfaga, en Muero de frio dice: “Necesito decir que te amo/ hablarte al oído, decirte mi amor/ Necesito que sepas que eres el ángel que siempre me cura el dolor/ solamente te tengo en mi almohada y estas en mis sueños en cada rincón de mi corazón/ solamente conozco la casa que habitas de noche cuando sueño con vos”. El amor de un padre cree que los hijos son ángeles que nos curan de cualquier dolor y los quiere hasta en los sueños y se quedan a vivir en los sueños hasta que cierren los ojos al final de la vida.
Iván Castro Aruzamen es Teólogo y filósofo