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Pablo Cerezal. Arábica

Santos Domínguez Ramos

“Escribir es la manera más profunda de leer la vida”. Esa frase de Umbral que se recuerda en el colofón de Arábica, la novela de Pablo Cerezal que publica Chamán Ediciones, podría resumir también la actitud literaria y vital sobre la que se sostiene su escritura.

Organizada en tres partes, su estructura narrativa arranca cuando su protagonista, Munir, un periodista marroquí adicto al café, recibe en Milán el encargo de hacer una serie de reportajes sobre cafés famosos que publicará la edición dominical del Corriere della Sera. Los cafés y los viajes se convierten así en el eje argumental y en el hilo conductor de un recorrido por cafés como el Hafa de Tánger, los parisinos Le Procope y Café de Flore, el Kiva Han de Estambul, el más antiguo, el Central de Viena, el Café de los Espejos de Beirut, el Cintra en Orán, el Café M’Rabet de Túnez o los cafés cantantes andaluces y madrileños.

Cafés europeos y musulmanes, en los que se resumen dos actitudes, dos formas de estar en el mundo. Así lo explica Munir en uno de sus reportajes:

Mientras que en los Cafés europeos, occidentales, un grupo de personas, amigos, conocidos, contendientes, se sientan alrededor de una mesa enfrentando su presencia unos a otros, aún a pesar de dar la espalda, de esta manera, a la calle y lo que en ella pasa (si el local tiene terraza) o al resto de clientes sentados a otras mesas (si solo dispone de estancia interior), en los Cafés musulmanes los clientes toman asiento, invariablemente, con el rostro orientado hacia el exterior, hacia la calle, la mirada fija en el transcurrir incansable de la vida en las calles. Mientras en los Cafés europeos las charlas y coloquios son encendidos, acalorados y breves, en los musulmanes la charla es escasa, pausada y prolongada, numerosas veces interrumpida por algo que ocurre en la calle y que merece mayor atención que lo hablado con el compañero de mesa.

La prostituta de la que está enamorado el protagonista, Tiziana, en el diván y Francesco, su amigo milanés y sus dudas, completan un triángulo narrativo -El extranjero, Tiziana en el diván, Francesco y la duda- de personajes unidos además por la común devoción a Led Zeppelin, otro de los motivos que articulan la estructura itinerante de la novela junto con las figuras de Robert Plant, vocalista del grupo y compositor de la canción Kashmir, de Camus y su otro extranjero, del novelista Jean Genet, el autor del Diario de un ladrón, o de la cantante egipcia Oum Kalthoum.

Escrita con agilidad narrativa y prosa trabajada, Arábica es un recorrido por los espacios y los tiempos diversos de los cafés, pero también un viaje al interior de los personajes, una meditación sobre la vida y la muerte, sobre el sexo, la música y la literatura a través de las distintas perspectivas de esos personajes y a su búsqueda de identidad con el viaje exterior e interior desde el desarraigo:

“¡Viajar! ¡Perder países!”, que dejase escrito Pessoa. Lisboa, sin embargo, era una de sus asignaturas pendientes. A pesar de lo cual nunca olvidaba el poema del autor lusitano. ¿El motivo? Tal vez solo se tratase de lo que el propio Pessoa afirmaba en los versos que lo componían, aquellos que se repetía a menudo, ese “ser otro constantemente”, aquel “¡no pertenecer ni a mí!”, definitivamente esa “ausencia de tener un fin” y por supuesto “el ansia de conseguirlo”. Quizás el fin, por tanto, no fuese acumular historias ajenas.

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