Maurizio Bagatin
“…pienso en la hermosa inscripción que Pompeya Plotina había hecho colocar en el umbral de la biblioteca instituida por su encargo en pleno Foro Trajano: «Hospital del alma”. – Marguerite Yourcenar –
Todos tenemos una adicción por algunas librerías. Dependencia que puede llevarnos a una ruina o, simplemente, a la sabiduría. Todos tenemos un “Hospital del alma” donde refugiarnos, un paraíso borgeano que nos acuda o, simplemente, reconforte.
Mi librería era Il Becco giallo, nombre que tomó de una revista satírica italiana de los años veinte del “corto siglo XX”. Si ahí no encontraba lo que estaba buscando, me introducía como Teseo en el magnífico laberinto de Il segno, donde en un menudo espacio podía recorrer toda la historia de la literatura. En la Manchester del Nord Este italiano estas dos librerías fueron el referente de muchas de nuestras lecturas. Los marcalibros siguen siendo los testigos de las muchas librerías que frecuentamos, de sus étimos extravagantes o cautivante de sus arquitecturas embriagadoras.
Yachayhuasi, que de casa del saber ya no tenía nada desde hace tiempo, fue cerrada en las ultimas semanas del mes de agosto, trasladándose en Santa Cruz de la Sierra, ciudad pujante con su modelo de desarrollo aplastador que en cuanto a venta de libros en los últimos años está por encima de lo que fue la Cochabamba de antaño.
Transcurrir tardes enteras en Abya Yala de Quito o en Gandhi de Lima, en Fnac de Paris o en las pequeñas librerías de Montmartre o en la única que encontraba siempre abierta en Yaundé y que ahora olvidé su nombre, mientras que en Guinea Ecuatorial no encontré nunca una, porque ahí no existían. Servilibro en Asunción fue una sorpresa para mí y para Charly que me acompañaba, caminando como flâneur, encontramos también un sinfín de librerías de libros viejos muy bien surtidas, toda la obra de Rafael Barret yo y el Charly nos las compramos en una de estas increíbles librerías.
En Roma me compré en un mercadito al abierto una hermosa edición de las poesías de Trilussa y un ensayo sobre la grappa que aun hoy es disponible en mi “Hospital del alma”; Roma posee librería majestuosas y antiguas, una la encontré en Trastevere hace más de treinta años atrás, ahí un viejito de origen dálmata conservaba libros de algunas editoras de la que fueron Istría y Dalmacia, unas auténticas reliquias. Las librerías además de hospitales para las almas son lugares que empreñan algo de sagradamente laico; el perfume del papel impreso es afrodisiaco, las palabras luego pueden hacer voluptuosa cada página. Hay librería donde uno quisiera hacer el amor, en Venecia existe una librería que no podía que llamarse Acqua Alta. Ahí Paradiso de Lezama Lima se confunde con Lolita y al salir un amargo sabor a sal nos conduce a Thomas Mann, un ensayo de Steiner filtra en la Historia del ojo de George Bataille. Quedarse o fluir con el agua alta.
E París, en Buenos Aires, en México D.F., en todas las ciudades me embriagué de vino y de librerías, leyendo el Spleen de Baudelaire y besando amores platónicos o de un solo minuto, “belles de jour” y “femme fatale” que estarán aun leyendo su novela preferida.
Imagen: Pablo Picasso, Mujer leyendo