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La división del MAS es real y banal

Este mes de septiembre se cumplen dos años del divorcio político entre Luis Arce Catacora y Evo Morales Ayma. La separación se ha consolidado de la peor manera: a puñetes en las calles de La Paz.

Arce y Morales coinciden hoy en una sola cosa: enunciar las razones del cisma.

El presidente ha dicho que él no quiso ser más «el títere» del ex presidente.

Desde el Chapare llegó una explicación más precisa y detallada. Evo contó que se reunieron cerca de Sacaba y que tras el pedido de cambiar algunas piezas del gabinete por parte del cocalero, el economista se hizo al sordo.

Conclusión: es una pelea por el control del estado, por operar los nombramientos y repartir beneficios. ¿Queda claro? No es un abismo ideológico el que los separa. Ni Evo se ha radicalizado, ni Lucho se ha «derechizado». Nada de eso.

La metáfora del títere es perfecta para entender. A ninguno le gusta ser manejado por el otro, pero los dos se aprendieron el mismo guión y gustan de la obra a ser escenificada.

Por ejemplo, juntos derrocharon mil millones de dólares en las piscinas que no recuperan litio bajo la lluvia. Juntos respaldan el atraco de la voluntad popular en Venezuela y juntos hacen fila para abrazar al invasor de Ucrania. Juntos también califican como fascista a cualquier mortal que los contradiga. Juntos viven en el error.

No, el divorcio no es ficticio, porque muestra el valor relativo de la ideología frente al interés material de monopolizar el andamiaje de la burocracia. Arce quiso gobernar sin tutelas, como Evo lo hizo durante 14 años.

La marcha para «salvar Bolivia» mostró que Morales conserva capacidad de movilización, algo de lo que Arce carece ya por completo. Este lunes 23, ni el cabildo en El Alto ni la vigilia en la plaza Murillo redujeron la soledad del Presidente. Si había unos miles en el puente de la Cervecería, en las inmediaciones de la Casa Grande del Pueblo eran solo unas decenas. Evo se impuso en la pugna intra partidaria, pero al parecer eso no le ayudará en un país que ya perdió el interés en la desvencijada narrativa masista.

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