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Noche de San Lorenzo

Maurizio Bagatin

Mirábamos caer miles de estrellas durante toda la noche, y las seguimos mirando mientras han muerto y a nuestros ojos miles de luces, materias empíreas o frutos celestiales, van llenando de sueños el tiempo y el espacio de nuestras efímeras presencias. Fragilidad de la poesía e inmensidad de la filosofía. A todas las materias quisiéramos ofrecerle una posibilidad alquímica, más allá de la piedra filosofal, que recoja los fragmentos de un amor y nos enseñe que es la eternidad, nos guie hasta donde puede alcanzar lo imposible, nos explique cómo lograr la libertad.

El dinosaurio, ser más fantástico del minotauro, del hipogrifo y del dragón, y de otros mil seres imaginarios, sigue ahí, en un cuento de Augusto Monterroso, y en la tierra donde seguimos pisando sus gigantescas huellas. El dinosaurio sigue lanzando avisos a los mamíferos que le sobrevivieron. Ayer Pangea fue víctima de una deriva global, la Pangea del Triásico, y la Pangea del Jurásico o del Cretáceo, ella lanzó a la aventura también a nuestra especie.

Ahora modificamos la naturaleza, no para sobrevivir, loco Titanic que sigue danzando mientras se hunde, sino solamente para enriquecernos más. Sin mirar a la hormiga que comparte su alimento, al pato que migra con su disciplinada belleza. ¿Seguirá siendo evolución este nuestro proceso?

Noche transcurrida en la lectura del cielo -jeans húmedos de burbujeante vino blanco y éxtasis de bocas con sabor a fresas frescas- arrancando tréboles con los ojos cerrados. Fue amor platónico, aquella vez y hoy, sueño de un diseño de rara perfección. Fue amor ebrio y pesadilla del mecanismo de una posibilidad.

Hoy son rosquetas y tawa tawa, api caliente y el viento que trajo al amanecer el deslumbrarse del cerro. Miramos nuevamente atrás para seguir adelante. Todo el resto es vida.

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