Santos Domínguez Ramos
Manuel Mujica Láinez, autor de novelas memorables como Bomarzo o El unicornio, publicó en 1982, dos años antes de su muerte, El escarabajo, tras un demorado proceso de documentación y una lenta escritura de dos años y medio.
Planteada como una lúdica narración histórica, El escarabajo fue la última novela de Mujica Láinez y utiliza como eje narrativo el recorrido de un talismán de lapislázuli desde el Egipto de Ramsés II hasta el siglo XX:
Yo abracé la muñeca de la gran reina, la amé, la amo y la amaré siempre; yo torturé la falange del bufo Aristófanes; yo intervine en el asesinato de Julio César; yo estuve en Roncesvalles y Ávalon, con Carlomagno y Roldán; y presencié el pasar, por la piazzeta de San Marco, del divino Alighieri; y compartí la casa de Marco Polo; y dibujé con el Buonarroti; y anduve con Diego Velázquez; y colaboré en las invenciones de Raimondo di Sangro; y atestigüé los prodigios de Saint-Germain y Cagliostro; y al proscenio salí con Sarah Bernhardt… ¡Yo he visto a dioses y santos y ángeles y demonios! ¡Ah, si hubiese podido hablar!
Contada desde el punto de vista del escarabajo, que fue el regalo de boda para la reina Nefertari y en su complicada peripecia de tres mil años llegará a la Atenas de Aristófanes, presenciará de cerca el asesinato de César, llegará a manos de un comerciante de Éfeso, estará con Carlomagno en Aquisgrán y con Roldán en Roncesvalles, conocerá a Dante y a Miguel Ángel, frecuentará a Felipe IV y a Velázquez; se encontrará en Nápoles con Casanova o viajará al Buenos Aires colonial y regresará a París y a Grecia antes de ser arrojado al fondo del mar, donde coincide con una estatua de Poseidón a la que le narra su mágico discurrir milenario de mano en mano hasta que, rescatado de las profundidades del Egeo, acaba en poder de un escritor argentino que “reside en el corazón de su país, lejos de Buenos Aires, en un lugar que contornean las serranías verdes, y patrullan, como en los cuadros de lord Withrington, las colosales nubes. Lee, anota, pasea lentamente; contempla los árboles, el cielo. De noche me deja sobre su mesa, y no bien se duerme me pongo a hablarle. Al principio me pareció que mi mensaje no lo alcanzaba, hasta que una mañana compró un alto cuaderno, y en él, tan lentamente como pasea, se entregó a escribir. Tacha, enmienda, intercala, hojea textos, sacude diccionarios, consulta por carta a estudiosos. ¿Percibirá que su obra es el resultado de nuestra colaboración? Más aún: ¿discernirá que soy yo quien de noche se la va dictando, que soy yo quien se la hace soñar, y quien a menudo aprisiona y gobierna su pluma? ¿Se resignará a consignar esto en su libro, en nuestro libro, el libro que realiza el deseo del buen Poseidón? Ojalá no suprima nada, cuando deba corregirlo definitivamente. Ojalá él mismo entienda que esta historia, tan diversa y extravagante, es en realidad una historia de amor, y la última palabra que en la última página escriba, sea el nombre de la reina Nefertari, de Nefertari, de Nefertari, de la divina Nefertari…”
En su accidentado transcurrir, el mágico talismán había coincidido en el fondo del mar con una estatua de Poseidón a la que relata su intrincado itinerario entre siglos de olvido en un sarcófago egipcio, perdido en el desierto o extraviado en el Tíber. Un itinerario de milenios por catedrales, islas y museos, por tiempos y espacios muy diversos en que conviven lo mágico y lo sobrenatural con lo histórico y las diversas mitologías con reinas y guerreros, pintores y dramaturgos, dioses y viajeros, estatuas y monumentos en un monumental despliegue narrativo.
Y todo ello narrado con un extraordinario dominio de la prosa, una admirable fluidez narrativa y unas descripciones portentosas que exaltan la intensidad de la vida y del amor, uno de los hilos conductores de la novela, simbolizado en la estatua de Poseidón a la que se le atribuyen estas palabras:
Sin ti, yo no sería más que un noble objeto, quizás, en su género, absoluto; por ti, gracias a ti, supe la substancia y la profundidad del amor. ¿Hay algo que sobrepase en ridículo la idea de que un enorme bronce se haya enamorado de un pequeño lapislázuli? ¿Existe un despropósito igual? Pero ¿acaso existe un amor ridículo? Todo amor sincero es posible. ¿Qué es amar? ¿Qué es amar, sino añorar? Yo añoré y añoro los días que compartimos, sin entrevemos casi, en la penumbra del Egeo que apenas alumbraban los grandes peces encantados. Añoro tu voz. Tu pasión por la reina, tan fantástica como la mía por ti, nunca dejó de acompañarte, y me ilumina con su claridad a mí también, de suerte que hoy no sé si te amo a ti o a la reina, porque para mí la reina y tú, Escarabajo, son solo uno. Supongo que el encuentro en el secreto del cabo Artemisio, fue planeado por Khamuas y por el muchacho del taller de mi escultor, por nuestros dos magos, cuando nos dotaron de almas y nos otorgaron el fabuloso presente de amar.
Acaba de reeditarla Drácena en una edición preparada por Esteban Piñeros Mosquera con más de medio centenar de notas que aclaran las muchas referencias históricas y culturales sobre las que se sostiene la estructura de esta novela que ha quedado como el testamento literario de Mujica Láinez.
Un testamento de afirmación de la vida que podría resumirse en este párrafo:
¿Morirán sólo los que transitan por la vida como muertos, la vasta comparsa mecánica, las innúmeras figuras de fondo, y en cambio sobrevivirán, eternos y ubicuos, los que auténticamente vivieron?
Como el talismán, también esta novela irá pasando de mano en mano, de lector en lector como uno de los mejores textos de su autor.