Ivan Castro Aruzamen
Para Elena con infinito amor
El amor es una pasión humana y cuando se habla de su naturaleza o la forma de experimentarlo, sin duda que nunca se ha dicho lo suficiente. Hoy cuando vivimos un tiempo de transformación y una nueva era Axial asoma por el horizonte, el amor no puede ser una excepción, por tanto, las concepciones sobre el mismo también sufren los efectos de una metamorfosis de época. El amor es profundamente humano y es el único del que tenemos la certeza de que como humanos lo experimentamos. Erich Fromm, decía que a todos nos toca el amor tarde o temprano, por tanto no existe ser humano sin experiencia del amor. Pero por otro lado, no debemos olvidar que esa experiencia de acuerdo al contexto y época ha tenido sus paradigmas. Sin embargo el modelo moderno de concebir el amor está en desuso. Y como vivimos en una sociedad de desechos, donde todo es descartable, el amor también se ha convertido en un objeto de uso desechable. Si todo es posible entonces todo está permitido. Marshall Berman en Todo lo sólido se desvanece en el aire, dice: «la idea de que la rutina cotidiana de los parques y las bicicletas, de las compras, las comidas y las limpiezas, de los abrazos y besos habituales, puede ser no solo infinitamente gozosa y bella sino también infinitamente precaria y frágil; que mantener esta vida puede costar luchas desesperadas y heroicas, y que a veces perdemos»; y el amor es precario y frágil en una sociedad del aburrimiento, del cansancio y la instantaneidad. Solo podrá subsistir y sobrevivir el amor humano como fuente de esperanza y de felicidad para los seres humanos, si está presente la memoria y la nostalgia. Amor humano o entre personas, que borra la memoria y no tiene nostalgia, no existe.
El amor y el otro
El deseo metafísico tiende hacia lo totalmente otro. En este sentido el otro es de alguna forma la visibilización del absolutamente Otro. En términos más concretos, el vaciamiento de lo trascendente en el otro inmanente sume al amor en una profunda crisis de identidad. Las relaciones entre individuos en nuestra sociedad actual, han sido reducidas a lo puramente inmediato, por tanto lo trascendente queda al margen. Emmanuel Levinas en Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, advertía sobre la ambigüedad del amor reducido a simple objetividad: «¿El amor no tiene más término que la persona? La persona goza aquí de un privilegio: la intención amorosa va hacia el Otro, hacia el amigo, el hijo, el hermano, la amada, los padres. Pero una cosa una abstracción, un libro, pueden igualmente ser objetos del amor. Es que, por un aspecto esencial, el amor que, como trascendencia, va hacia el Otro, nos arroja más acá de la inmanencia misma: designa un movimiento por el cual el ser busca aquello a lo cual se ligó antes de haber tomado la iniciativa de la búsqueda y, a pesar de la exterioridad en la que se encuentra. La aventura por excelencia es también una predestinación, elección de lo que no ha sido elegido. El amor como relación con el Otro puede reducirse a esta inmanencia fundamental, puede despojarse de toda trascendencia, sólo busca un ser connatural, un alma hermana, puede presentarse como incesto». No hay duda de que el otro, más aún en este tiempo ha sido arrebatado hasta de lo inmanente. El otro en una sociedad del vértigo y el riesgo, sin trascendencia y sin inmanencia está a la intemperie de lo superfluo y lo banal, sin ningún fundamento del cual asirse; y cuando el amor es cada vez más devaluado de su trascendencia y de su inmanencia no es sino otra cosa que un objeto de deseo sometido al mero intercambio.
Recientemente en esta misma dirección el filósofo Coreano-Alemán, Byung Chul-Han, en su libro, La agonía del eros, marcaba la fuente de dicha agonía del amor en la desaparición del otro, de la alteridad y el narcisismo como elementos fundantes de una sociedad de consumo que tiende a hacer del amor una dimensión humana sin importancia alguna: «No solo el exceso de oferta de otros otros conduce a la crisis del amor, sino también al erosión del otro, que tiene lugar en todos los ámbitos de la vida y va unida a un excesivo narcisismo de la propia mismidad». Y esa mismidad a la que se refiere Chul-Han es la homogeneización del ser humano que cercena la diferencia. Y si todos son iguales y forman parte del engranado tecnológico de la sociedad, individuos convertidos en chips, el narcisismo aflora en la individualidad humana que impulsa a las personas a parecerse más unos a otros: «Vivimos en una sociedad que se hace cada vez más narcisista […] La libido se invierte sobre todo en la misma subjetividad. El narcisismo no es ningún amor propio […] No es capaz de conocer al otro en su alteridad y de reconocerlo en esta alteridad», afirma el filósofo coreano.
En este contexto es necesario recuperar la trascendencia del amor y devolverle su inmanencia, para que la cotidianidad de la vida de los seres humanos pueda tener un sentido de entrega, de desfallecimiento por el otro, porque el amor como manifestación de lo invisible y misterioso es la fuerza que impulsa a despojarse de la mismidad y el consecuente narcisismo. Reconocer y reconocerse en el otro es desvelar la alteridad capaz de interpelar la existencia como un don de la vida y ahuyentar la soledad del ser, para hacer presente el nosotros. Y sin memoria no existe la presencia de la alteridad del otro.
Memoria y actualización del amor
¿Por qué el amor está estrechamente vinculado a la memoria? ¿es la memoria una lucha desesperada por mantener vivo el recuerdo y actualizar el pasado? Paul Ricoeur habla de hacer una distinción básica: «La distinción entre mnémé y anamnesis se basa en dos rasgos: por un lado el simple recuerdo sobreviene a la manera de una afición, mientras que la memoria consiste en una búsqueda activa», por tanto, si la experiencia del amor se remonta a un determinado instante del tiempo y espacio, la búsqueda activa de la memoria será el regreso a ese instante; en ese sentido, Marcel Proust, no estaba equivocado cuando sostuvo que el único modo de recuperar el tiempo perdido es la memoria. El presentismo (presente) de la época actual simplemente cree que no es necesario ir En busca del tiempo perdido (Proust). De ahí que, según el filósofo francés: «A la memoria se vincula una ambición, una pretensión la de ser fiel al pasado; […] Para decirlo sin miramientos, no tenemos nada mejor que la memoria para significar que algo tuvo lugar, sucedió, ocurrió antes de que declaremos que nos acordamos de ello». Ser fiel al pasado entonces es rememorar la (s) experiencia (s) primigenia de toda relación humana y mucho más la del amor. El encuentro de dos personas a un riesgo de contaminación es siempre un acontecimiento seguido de otros sucesivamente, porque algo tuvo lugar y es ese mismo hecho que alimenta o configura lo que sobreviene. El amor es un momento que acontece, tiene lugar, pasa y sucede.
Ahora bien, el amor como experiencia y pasión humana por excelencia, está sobre todo marcado por lo emblemático y no tanto así por la singularidad. A pesar de que el encuentro entre un yo y un tú es un mundo oculto a la exterioridad. Dice Ricoeur: «los encuentros memorables se ofrecen a nuestra rememoración, no tanto según su singularidad no repetible, sino según su semejanza típica, incluso según su carácter emblemático». Por tanto el carácter emblemático del amor estaría marcado por la intensidad con que el descubrimiento de la alteridad se produce. Y descubrir al otro en su alteridad es hacer presente la singularidad de la existencia en cada ser, de este modo la alteridad es dialógica porque es un camino de ida y vuelta, o sino no es. Ahora bien, ese momento emblemático del conocimiento de la alteridad es la pervivencia del amor en el tiempo y su historicidad, no exenta de incertidumbre y amenazada por el olvido.
Por eso Paul Ricoeur afirma: «Esta incertidumbre sobre la naturaleza profunda del olvido da a la búsqueda un matiz de preocupación. No todo el que busca encuentra necesariamente. El esfuerzo de rememoración puede tener éxito o fracasar. La rememoración lograda es una de las figuras de lo que llamamos la memoria “feliz”»; el estado actual de las cosas en el mundo contemporáneo tienden a sobreponer el miedo y la incertidumbre fruto de la velocidad de las acciones; el ritmo de la vida de consumo arroja al ser humano a no esforzarse por la rememoración, porque es perder el tiempo y el amor es memoria feliz de lo emblemático, lo contrario es anular su valor trascendente; por tanto «la obsesión por el olvido pasado, presente, futuro multiplica la luz de la memoria feliz, de la sombra proyectada sobre ella por la memoria desdichada». Y una sociedad con una memoria desdichada en la que el objeto valor de las cosas tiene como motivación el deseo de posesión, la vacuidad hace presa del sentido de la vida.
Nostalgia y amor
La nostalgia o la melancolía es un estado del ser humano por el que tiende a lo inalcanzable, o a aquello que ha sido perdido y anhela ser recuperado. La nostalgia por la plenitud del amor por tanto es una constante en la existencia humana. El teólogo Ítalo-alemán, Romano Guardini, escribió: «El anhelo de plenitud de valor, de vida y de belleza infinita, unido profundamente con el sentimiento de caducidad, la negligencia y el fracaso, y con la irreprimible nostalgia, el dolor y la inquietud que de ahí se derivan… esa es la melancolía. Es una amargura y una dulzura, a la vez, que va unida a todo». Por consiguiente, la nostalgia por el amor, aún en su imperfección humana, moviliza la creatividad humana que inventa una y mil formas para acercarse a la experiencia y vivencia de la belleza del amor. Sin nostalgia la vida sería aburrida, insípida. Al respecto dice Guardini: «Sin un temperamento melancólico no creo que sea posible la capacidad creativa y de relación profunda con la vida». De ahí que la melancolía por el otro sea un pilar esencial del amor en su inmanencia pura. La nostalgia por el o los instantes de encuentro con el otro, moviliza la memoria, no sin otra intención que la de hacer presente el amor vivido. El mismo Guardini hace un cuadro de la persona nostálgica: «La persona melancólica se caracteriza por sufrir una tensión constante y fuerte hacia lo noble y digno, lo valioso y fecundo. No se contenta con ganancias inmediatas, por intensas y halagadoras que sean. Quiere sentir a través de lo que ve y le acontece, la presencia de lo excelente, y, sino lo experimenta, queda frustrada y decepcionada». La sociedad de consumo actual ha domesticado al ser humano, para contentarse con lo inmediato y desechable; así lo sustituible en el menor tiempo posible, ha borrado la nostalgia por lo excelente, lo noble, lo digno, lo valioso o lo fecundo, en suma, por la trascendencia e inmanencia del amor.
En este sentido, la nostalgia humana por una existencia plena «consiste en nostalgia de amor. De amor en todos sus grados; desde la sensibilidad más elemental hasta el amor más elevado del espíritu», dijo ese incansable buscador de la verdad que fue Romano Guardini. El amor sin nostalgia pierde su novedad y su poder de humanizar al ser humano, porque si bien se nace humano el poder hacerse verdaderamente humano es un punto de llegada. Y el amor hace a hombres y mujeres humanos en un grado elevado.
Para terminar este viaje por el amor, la memoria y la nostalgia, escuchemos al filósofo francés, Jacques Derrida en su texto ¿Qué es poesía? donde compara a la poesía con un erizo, y dice: «El se ciega. Hecho un ovillo, erizado de espinas, vulnerable y peligroso, calculador e inadaptado (porque se hace un ovillo, al sentir el peligro, en la autopista, se expone al accidente). No hay poema sin accidente, no hay poema que no se abra como una herida, pero también que no sea hiriente». Del mismo modo también el amor es un erizo expuesto a los peligros en la autopista de las relaciones humanas permeadas por el contexto y clima epocal. Sin duda, no existe amor sin accidente y que no nazca como una herida y sea hiriente; por ese miedo a la herida y el accidente, en una sociedad del éxito y donde los descerebrados festejan el triunfo efímero en la posesión de los objetos, el amor por ser vulnerable y peligroso, calculador e inadaptado, hoy es poco apetecido porque implica un largo camino de renuncias y vaciamiento de prejuicios. Y sin memoria y nostalgia el amor humano tiende a desaparecer de la condición humana, porque la inmediatez y velocidad del consumo no dejan espacio a la memoria, la nostalgia y el amor.
Iván Jesús Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo, poeta y escritor