Embriaguez
Rodolfo Lobo Molas- Argentina
Se bebió la vida de un sorbo. Y durmió eternamente.
El tatuaje
Carmen Nani – Argentina
Le sugirió que no se tatuara un escorpión en el brazo y menos con la cola erguida como si fuera a atacar. Elena sonrió con ironía. Esa noche antes de acostarse, acarició la figura, apagó la luz y esperó. El grito de su marido le confirmó que no se había equivocado en la elección del tatuaje.
Benévolo camuflaje
Chris Morales – México
El humor que despedía su cuerpo atraía a todas las mujeres que por eso cargaba atomizadores con agua residual para rociarse en cuanto una se acercara. Prefería parecer mendigo que aniquilar las relaciones amorosas de su entorno
Manjar de los dioses
Nélida Cañas – Argentina
El viento olía al depurado aroma del mar. Sal y yodo curando heridas sin que nos demos cuenta. En el puerto, las redes y los peces plateados como luz de luna sobre la piel. Los pescadores llenaban cestos, que llevaban sobre los hombros como una ligera carga. Los niños corrían descalzos recogiendo los peces, que caían o sobresalían por las grietas del mimbre. Esa noche, luego de limpiarlos, encenderían la llama y los asarían con la destreza de un experto. Ah, que delicia separarlos en pequeños trozos y llevarlos a la boca. Morder la carne blanca y tierna. Sentir cómo se deshace entre la lengua y el paladar como un manjar elegido para los dioses.
Susurros
Rubén García García – México
Entrar a una venta de libros de segunda mano siempre me entusiasma. Uno encuentra joyas de la literatura o, entre las páginas, mensajes de puño y letra en los espacios en blanco, cartas debidamente dobladas, incluso boletos de algún evento. Revoloteo entre montañas de libros. En una antología de poemas, edición de 1930, encontré con letra presurosa. Lo transcribo:
«Es tímido o quizás tiene temor; no soy yo quien tiene que dar el primer paso».
Estaba escrito en la página quince, al lado del poema “Nocturno a Rosario”:
«Entró a mi dormitorio como fantasma. Se sentó en el borde de mi cama y sentí su brazo acariciar mi hombro, empezó a rodear mi cintura. (Por supuesto, yo me hacía la dormida). Se escuchó en la cocina un ruido de trastos y de inmediato se fue».
Entre los poemas de Neruda y García Lorca: «Cuando nos cruzamos en un pasillo, nos rozamos. Su mano de ladrón asalta mi cintura y su aliento cuando se queda en mi cuello me perturba. Una noche oscura, se atrevió a más y yo le acaricié la mano».
La frase estaba entre los versos de Octavio Paz.
«Mañana se irá mi tía, a cuidar a su mamá. Todo el día me he sentido nerviosa, el baño que me di de tina con albahaca no me quita la ansiedad. No estoy dormida, tiemblo y espero… esta noche no será como las demás».
No había más y el negocio lo estaban cerrando.