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Mi hermana y yo y yo

Boris Viskin Jinich

Mi hermana y yo
J. R. Ackerley
Barcelona, Sexto piso, 2013
Epílogo: Traducción y prólogo : Andrés Barba. Francis King

1. J. R. Ackerley

Joseph Randolph Ackerley fue hijo de Roger Ackerley, exitoso comerciante de frutas del siglo XIX conocido como «el rey del plátano», y la actriz Janetta Aylward, a la que llamaban Netta. Antes de conocer a Netta, Roger estuvo casado con Louise Burckhardt que sirvió de modelo para «La dama de la rosa», del pintor John Singer Sargent y que murió prematuramente al contraer tuberculosis.

Al observar el bellísimo cuadro de Singer Sargent tanto la mirada de Louise como la rosa en su mano parecen decirnos que la vida es eterna y nada se marchita; sin embargo, Louise murió y (por ende) J. R. Ackerley nació.

Nació el 4 de noviembre de 1896 en Londres, Inglaterra. Desde su paso por la preparatoria Rossall en Lancashire, descubrió su naturaleza homosexual y la vivió abierta y valientemente en una época donde esta aún era ilegal y perseguida. En la Primera Guerra Mundial fue asignado capitán del ejercito inglés en Francia siendo oficial superior de su propio hermano Peter, quien murió dos meses antes de finalizar la guerra. J. R. resultó herido en la región de Arras, fue tomado prisionero por los alemanes y recluido en una prisión en Suiza donde escribió su primera obra: Los prisioneros de guerra.

Terminada la guerra cursó su licenciatura en Cambridge y posteriormente se trasladó a Londres, donde conoció a E. M. Forster, con el que mantuvo una gran amistad de por vida.

En 1928 Ackerly se incorpora a la recién fundada British Broadcasting Corporation (la BBC) organizando conferencias y entrevistas radiofónicas que ejercieron gran influencia en la vida cultural británica. Posteriormente, en 1935, fue nombrado editor literario de la revista de la BBC, The Listener, donde a lo largo de veinticinco años descubrió y promovió a muchos escritores jóvenes entre ellos W. H. Auden, Christopher Isherwood y Philip Larkin.

Ya retirado, a partir de 1943, se instaló en un pequeño apartamento con vistas al Támesis donde produjo sus obras más significativas: Mi perra TulipVales tu peso en oro y Mi padre y yo, considerada por numerosos críticos y lectores como una de las mas bellas autobiografías de la literatura.

Tres mujeres ocupan un lugar importante en esta época de la vida de J. R.: su tía Bunny, su hermana Nancy y su perra Queenie.

Un guionista resumiría así a los personajes:

Bunny: tía materna de Ackerley. Mujer que lleva sus ochenta años con humor y elegancia. Cantante y actriz en su juventud. Tuvo dos maridos pero ningún hijo. Ha dilapidado sus ahorros por lo que comparte departamento con su sobrino. Le teme a Nancy, su sobrina y procura mantenerse alejada de ella.

Nancy: hermana de J. R. Divorciada y madre de un hijo al que ve muy poco. El pleito por la manutención con su exmarido y sus abogados la consume y depende de su hermano para sobrevivir. Odia a la tía Bunny por sentir que usurpa su lugar y odia a la perra Quennie por la misma razón. Mujer bella en su juventud, llegó a ser incluso modelo, pero hoy día la depresión y la esquizofrenia merman su belleza.

Queenie: perra alsaciana (pastor alemán de pelaje más largo) vigorosa y temeraria. Caza pájaros y ardillas en sus paseos por el parque. Le gusta comer carne de res y rechaza los alimentos enlatados o en bolsa.

J. R. Ackerley: dandi inglés, intelectual alcohólico retirado, que pasa gran parte de su tiempo con su perra Queenie a quien ama por sobre todas las cosas. Comparte su departamento con su tía materna Bunny, a quien quiere y respeta, dado que ella tolera sus excentricidades y las de su perra. Ama-odia a su hermana Nancy, quien lo abruma con requisitos emocionales y económicos a los que responde por lo general con enojo y rara vez con cariño. ¡Ah!, por último: ¡gran escritor!

2. Mi hermana y yo

Este cuarteto de personajes baila un tango alucinante que se asienta en los diarios de Ackerley a través de una escritura sublime en donde la pluma, cual bisturí, penetra y disecciona las distintas capas del alma humana y canina. El vaivén entre lo espiritual versus lo animal nos arroja a un mundo en donde lo intuitivo y lo racional se fusionan. Amor, odio, poder, sumisión, dependencia, celos, ¡muchos celos!, en una amalgama de demente belleza. Una furiosa odisea que transcurre en los escenarios más banales y anodinos; esto a través de los ojos de Ackerley que juzga y dicta sentencia sin piedad, incluso a sí mismo. El tema principal es la relación con su hermana Nancy, mientras Bunny y Queenie sirven de segunda y tercera voz, como esos muñequitos de maqueta que nos dan la escala del monumento. Esta tortuosa, pero al fin y al cabo telenovelesca, relación de hermanos es transportada por la prosa de Ackerley a niveles Shakespearianos. La sombra del suicidio que recorre el grito de Hamlet To be or not to be?, se traduce aquí al susurro de J. R.: ¿Lo hará o no lo hará?

Un atisbo a los oscuros abismos que rodean y acechan nuestra cordura.

3. Ackerley y yo

No soy dandi (¿o quizás sí?).

No soy inglés (pero ¿qué importa?).

Tengo perro pero también hijos.

No soy homosexual, con todo y que he tenido pretendientes.

En resumen: ¿qué me conecta con J. R. Ackerley?

NADA.

Y sin embargo: TODO.

La gran literatura nos enseña que todo es circunstancial. Nacer de este lado de la frontera o del otro, en el siglo pasado o en el siguiente, ser hombre o mujer. Tallar la palabra hasta develar al elefante escondido tras la cereza, lo que siempre esta ahí y simplemente no vemos.

Elefante escondido tras una cereza, Boris Viskin, Óleo sobre madera, 2002.

4. Viajando con Mi hermana y yo, de J. R. Ackerley

Miércoles 24 de junio, 2024

A tres días del vuelo intento cumplir con unos trámites pendientes. En este caso: el pago anual del impuesto predial de mi casa cuyo descuento del cincuenta por ciento, bajo el código 272 de inmueble registrado como patrimonio histórico, depende de la autorización del departamento de arquitectura del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, el INBAL, ubicado en el quinto piso de la Torre Latinoamericana. Al salir de la estación del Metro Bellas Artes me topo con una pequeña feria de libro, un pasillo de puestos callejeros que me lleva del Metro a la Torre. Varios ejemplares me guiñan al andar, pero tengo que apurarme pues a las dos en punto es el recreo de los funcionarios del INBAL para echar la torta de la tarde.

Aun así, un letrero que resalta sobre una mesa rodeada de gente me frena:

1×50
3×100

Me abro paso elegantemente con un par de codazos, apretando mi portafolio de documentos al costado y ya en primera fila hurgo en la pileta de libros amontonados como truchas salmonadas. ¡Opa! ¡Una edición de bolsillo de La Ilíada! ¡Un cine llamado deseo de Andrzej Wajda! ¡Me falta uno gratis!

Tengo debilidad por los buenos diseños de portada. Me viene, como a tantos otros que nacimos en los sesentas, por la magia de recorrer con dedos de pianista las hileras de los LP cuando la música aun era propiedad privada.

Alargo mi brazo para raptar esta fotografía en blanco y negro recortada por un listón amarillo ocre que contiene un título en tipografía Bakersville Regular color rojo Ferrari, justo cuando un estudiante de la UNAM (o al menos hincha de los Pumas por su camiseta) intenta ganármelo. Nuestras miradas se cruzan. Me mira feo.

Mi hermana y yo de J. R. Ackerley. Me emociono; su padre y y él o sea Mi padre y yo abre mi sección de autobiografías en mi biblioteca al ir por orden alfabético de autor. (Aunque ―pienso―, podría ser casi la primera si fuese por orden de predilección).

No obstante, una duda me invade. ¿No será una trampa editorial? A seis años de distancia aún no me repongo del cuarto tomo de la autobiografía de Elías Canetti, cuyos tres primeros tomos  abrirían mi sección de autobiografías si las ordenara por orden de predilección.

Bueno ―me digo―, es gratis. Peores vinos he pagado caro.

Viernes 28 de junio, 2024

Mi padre y yo. Mi perra y yo. Mi hermana y yo. Y yo. Y yo. Y yo.

Pienso en la palabra «Yo». Su vibra impresa es la resortera de David en la piedra del ojo de Goliat. Un camino que se bifurca seguido por la mirada celestial.

En inglés «I». Soldadito británico en posición de firmes, inmune al bombardeo del destino. ¡Gran presencia!

El italiano «Io» es mezcla afortunada de ambas. Guapo mulato.

El griego Ego: machete con el que nos abrimos paso por la jungla darwiniana al grito mexicano de «¡A ver quién la tiene más grande!» maleducado como la frase con la que iba arrancar Ackerley Mi padre y yo: «El pene de mi padre medía treinta centímetros y medio».

Sábado 29 de junio, 2024

El Yo, decía Virginia Woolf, es una gran mancha violeta que devora todo.

¿Será que la literatura del Yo es ahora moda porque, como escribe Ackerley, «los pensamientos de uno mismo son mucho más interesantes y menos cansinos que los del resto de las personas»?

O ¿será porque, como decía Cioran, «es más interesante lo que ha ocurrido que lo posible»?

Antaño deliramos con Raskolnikov entre la vida y la muerte. Sudamos el horror del general Kurtz por el río Congo. Hoy, preferimos cambiar pañales con Karl Ove Knausgård o masturbarnos con Emmanuel Carrère por las calles de París.

Domingo 30 de junio, 2024

El avión libra la zona de turbulencia y la luz del cinturón se apaga. Por intervalos los pasajeros apagan sus pantallas, se quitan los zapatos y se acurrucan para dormir. Pocas lucecitas personales se adivinan en los pasillos ya oscuros; somos los lectores.

Desenvuelvo el libro de su playo, lo hago bolita (el playo) y empujo (la bolita) tras las instrucciones en caso de amerizaje.

Empezar un libro es momento de magia. En el avión que vuela, encapsulado en el aire y a la vez en el Tiempo (pues uno viaja contra él), esta magia se expande. Late hacia dentro y hacia fuera.

«Mi hermana y yo. 20 de agosto de 1948».

¡Oh, oh! Es un diario ―pienso con cierta decepción―, los diarios son volubles y transformers como la vida misma. A días de profunda inspiración siguen listas de pendientes y supermercado. Aun así Ackerley despliega una bella alfombra roja de bienvenida: «He estado pensando en mi madre. A sus perros les prodigó todo su amor y sus cuidados. Por mi parte veo que he acabado haciendo lo mismo. Es más, a veces me descubro con mi perra utilizando las mismas frases ―es como si florecieran en mis labios― que ella utilizaba en sus reproches y en sus momentos de ansiedad. Veo que hasta en eso he acabado regresando a ella».

Cada día sintetiza una idea, un personaje, un espacio. La rutina es ritual, lo prescindible memorable. Ya Proust nos instruyó que la gran aventura humana radica en el llegar (o no) del beso materno nocturno.

Me asomo por la ventanilla. En un hueco que abren las nubes aparece un rectángulo verde, un parque por el que Ackerley y su perra Queenie van cruzando. La perra atrapó una ardilla y Ackerley ―Yukio Mishima londinense―, (d)escribe: «…era gris y estaba muerta, junto a sus patas. Sobre aquella belleza caída, rojos, brillantes, y diminutos borbotones de sangre, como rubíes. Un día precioso, un claro de bosque encantado y en mitad de todo aquello la muerte en toda su belleza».

Martes 2 de julio, 2024 (madrugada)

Son las cinco de la madrugada y el aeropuerto de Atenas luce vacío. No soy malo para las matemáticas pero el tipo de la única casa de cambio abierta me ha visto la cara. Al entregarme el sobre con los euros me indica dónde y a qué hora tomar el autobús al puerto del Pireo «pues ―sonríe con descaro― los taxistas son unos ladrones».

No hay tráfico y en cincuenta minutos arribo al puerto. Amanece.

Una fabulosa panadería se yergue frente al muelle del cual partirá mi ferry en dos horas. En su interior múltiples repisas despliegan panes dulces o salados, redondos o rectangulares, con hoyos o sin hoyos, con crema o sin ella. Quedo salivando paralizado. ¿Cuál será el pan ideal para acompañar mi latte light? Opto por un triángulo forrado de almendras brillantes de miel y salgo a la terraza para sentarme a dibujar un barco.

Una mujer cincuentona me mira desde la mesa de enfrente. Por las maletas que la rodean deduzco que subirá al mismo ferry y por la cantidad, que espera a su pareja o amiga que está pasando por el dilema del pan. Lleva un atuendo inusual. Un jersey gimnástico de una sola pieza color lila. Lo lleva tan pegado a la piel que parece una mujer lila desnuda. Sonrío pues justo leía a J. R.: «Llevaba los pantalones cortos más ajustados que he visto en mi vida. Para mí es un misterio cómo ha conseguido ponérselos. Se le pegaban a las piernas y se le metían por la raja del culo. Por la parte delantera dibujaban la sombra de un sexo más bien precario. Me pareció psicológicamente digno de estudio, a pesar de no tener más de quince años…»y remata con la frase que paralelamente me venía en mente al observar a la mujer lila «uno no podía dejar de preguntarse qué le había movido a exhibirse de ese modo».

Martes 2 de julio, 2024 (mañana)

Me asombra cómo el inmenso buque navega por el mar Egeo sin tambalearse ni tantito. Tengo que asomarme por las vitrinas ―digo vitrinas pues más que barco parece boutique―, para caer en cuenta de que no solo ha zarpado sino que va hecho la madre. Hace cuarenta y cinco años viajé a Santorini y la travesía de diez horas derivó en un círculo dantesco. Gente amarilla yacía encerrada en los baños o enroscada a cualquier poste disponible. El horizonte se hundía y resurgía. Me viene el ácido olor de los vómitos que se esparcían por resbalosas o pegajosas cubiertas. Ahora, en vez de Dramamine, saboreo un ouzo con hielo y leo al Ackerley escatológico sin nauseas de por medio: «En la estación de Waterloo con frecuencia me fascinaba la visión de filas enteras de cubículos y en todos ellos la sombra de esos cagadores; abrigos colgando de los panales de cristal mientras otros jóvenes avergonzados que están cagándose encima esperan en la cola, con su bolsa de cricket en la mano. ¿Quién ocupa todos esos cubículos para cagar? Me pregunto ensimismado y los lleno en mi imaginación con la gente a la que más desprecio».

En eso la mujer lila irrumpe la escena levantando una ola de cejas a su paso.

Martes 2 de julio, 2024 (medio día)

Arribo a Naxos. Desde la colina del templo de Apolo, Zenón me mira con su apórica sonrisa. Bajo del ferry envuelto en decenas de turistas por alguna razón apurados. En la explanada el encargado de la agencia de renta de autos me espera con una cartulina blanca «Boris» en rojo; así sin apellido. Me encanta cuando me reciben letreros con mi nombre. Reafirman mi identidad.

Viernes 5 de julio, 2024 (amanecer)

El cielo se pinta de día mientras, cual cuadro de Magritte, la tierra sigue de noche. El martes que llegué a esta casa en la zona de Moutsouna, resultó a la inversa: el cielo negro estrellado formaba un telón inmutable mientras la tierra se negaba a oscurecer. La belleza del lugar es tan contundente que no leo ni escribo palabra. El canto (grito, llanto, mantra) de las cigarras es la escritura de Ackerley: susurro ensordecedor.

Martes 9 de julio, 2024

Desde hace cuatro días Mi hermana y yo. La fórmula parece simple. Repetir un tema en espiral. (Cual Bolero de Ravel o los Tubular Bells de Mike Oldfield). El aburrimiento se salva al introducir una pequeña vuelta de tuerca en cada repetición. Un mantra que hipnotiza. En mi mente el último tramo del camino a Moutsouna. Una culebra de un carril de ancho que baja a lo profundo de un acantilado imponente. Mi rojo Fiat Panda pita en cada curva con vocecita de gorrión. Segunda y primera. Segunda y primera. La naturaleza de la espiral, su esencia, te succiona. Y así J. R. y Nancy su hermana.

Los que han pasado por una relación tormentosa (adictiva, destructiva, violenta), leerán estas páginas de banalidades londinenses como persecución de Jason Bourne y el: «¡Oh! ¡Lo ha hecho!» como un martillazo del destino. Otros, que han tenido la sabiduría o simplemente la suerte de llevar la vida sin enroscarse en conflictos de pareja, leerán esta odisea como la gran final a la que no llegó su equipo. Ambos quedaremos atrapados por esta bella y mortal telaraña.

Escribir es describir. En el describir yace el gran escritor y Ackerley describe como pitbull que encaja su mordida en la realidad. La encaja y no suelta. Disecciona la tragedia cual fotograma de Muybridge. Cada fotografía es anodina por naturaleza: un paraguas atascado, tres ginebras en el café de la estación, el reclamo de la manutención del cuñado, el menú de la cena; sin embargo, la secuencia en su totalidad es la muerte. La locura es la culminación de una cordura perseverante.

Habrá momentos que, asfixiado, bajaré el objeto libro para tomar una pausa. A mis pies colinas calizas desplegadas una tras otra, cual tinta china, culminan en aguas desnudas en su transparencia. Arriba, arriba, cual artista que firma en la parte superior del cuadro, el horizonte que todo lo abarca. La belleza es indiferente a nuestro sufrimiento y por ende sirve de consuelo. Leer aquí, en este pueblo griego, te da la posibilidad de despertar a modo de la pesadilla. Si en las páginas del diario falta el aire, afuera sobra.

Y, ¡qué curioso!,pienso, hoy es el cumpleaños de mi hermana.

Viernes 12 de julio, 2024

Ackerley se sumerge en las escalofriantes profundidades que habitan el cerebro humano. Mas que desvestir despelleja, armando un diario de entrañas. Cual Mersault despreocupado, va por la vida mostrando sus cartas. Es un vil misógino «A las chicas (yo) las despreciaba. Su sitio estaba en el harén, de donde nunca debían de haber salido», un marrano «Vivir soltero en mi apartamento ha generado en mí algunas costumbres nefastas, como tirarme pedos con fuerza para oír el ruido», desprecia hasta a sus mejores amigos «Suelo utilizar como recordatorios de las cosas que debo hacer la parte de atrás de las cajetillas de mis cigarros Abdulla y su nombre ha ido pasando de una cajetilla a otra durante meses» y es un clasista de mierda «Qué irritantes y desagradables pueden llegar a ser las llamadas clases trabajadoras». En esta época políticamente correcta leer un testimonio tan descarado y vulgar resulta, al menos para mí, refrescante. Ackerley no persigue un cliché de sinceridad simplemente hila su estilo con la verdad. La escritura será verídica o no será y esta lo abarca todo. Cagar y llorar conviven la misma poesía.

Miércoles 17 de julio, 2024

Pienso en Francis King, editor de este libro. Lo hago desde mi perspectiva de pintor, comparando la labor del editor con la del curador plástico. Me tocó enfrentar en el México de los noventas una camada de jóvenes curadores que irrumpió la escena cultural declarando la irrevocable Muerte de la Pintura. Los aludidos, en represalia, desenvainamos nuestros pinceles colocando la labor manual por encima de los marcos teóricos y al santo artista por encima del curador sabandija.

A distancia y asentados los egos, es evidente reconocer la importancia del curador, no sólo como filtro imprescindible en una época desbordada en propuestas, sino a la par, el filtro en la labor misma de cada artista, espejo de este esquizofrénico entorno.

Separar la paja del trigo es ardua labor y requiere la humildad de arrodillarse. King hace honor a su apellido: decapita párrafos enteros sin misericordia; el fin (un gran libro) justifica los medios.

Su epílogo es contundente y revelador. Elogia el arte de Ackerley con una corta frase que todo escritor quisiera por epitafio: «Incapaz de escribir mal»; pero a la par nos presenta su versión de la realidad: Nancy no era un monstruo, ni Ackerley un santo benefactor, ni Queenie una perrita dulce de peluche. «Todos los amigos de Joe, incluso aquellos que amaban a los perros, entre los que me incluyo yo mismo, odiaban a Queenie. Esa perra brutal».

Martes 23 de julio, 2024

Suelo saltarme los prólogos por miedo de arrancar pervertido (que me spoileen pues), así que leo al final el prólogo del traductor del libro: Andrés Barba como epílogo definitivo; la cereza del pastel; «…en el fondo de todo gran odio existe también, que duda cabe, una impetuosa fascinación».

Comparo su prólogo (cual duelo Alcaraz – Nadal), con el de Javier Marías a Mi padre y yo.

Javier Marías: «La doble investigación del hijo sobre el padre, hacia el pasado remoto y el pasado inmediato, resulta tan apasionante y morbosa como el más indiscreto de los relatos. Pero no es eso, con todo, lo que da a este libro su mayor valor, su rareza, su originalidad. Lo más llamativo es su increíble impudor involuntario o, mejor, indeliberado».

Andrés Barba: «Sobra decir el pudor que he sentido a veces al traducir alguna de estas páginas, una experiencia nada común para alguien que se dedica a traducir con frecuencia. Por momentos era como estar tocando, literalmente, la superficie uniforme y cálida de unos sentimientos que estaban forjándose en ese instante preciso y que resonaban de una forma tan intensa, envolvente e incomunicable como la soledad de la persona que amamos».

Apunto en mi libreta: conseguir su libro: Los años frente al puente que se acaba de publicar en mayo.

Sábado 27 de julio, 2024

Heme nuevamente en el avión. Me encanta la palabra «Heme». Una mezcla del trillado «I´m» inglés y el sagrado ינניה (Hineni) hebreo, con la que sella Leonard Cohen una vida escrita poema; «Hineni, I´m ready my lord». Heme.

Libramos la zona de turbulencia y la luz del cinturón se apaga. Pocas lucecitas personales se adivinan en los pasillos ya oscuros; somos los lectores. Repaso mis notas del viaje, los dibujos.

El existir, hay momentos, puede ser tocado. La llave del fregadero, el apagador de la entrada, el control del ventilador, me transportan a través de su materialidad a Moutsouna.Heme ahí.

Levanto la mirada del diario de Ackerley. Un pez plateado salta, revolotea en el aire y vuelve a sumergirse en el mar Egeo.

Cada ser es un milagro. Una aporía que caga y llora.

Y sonríe.

5. Nota final. Yo

Boris Viskin nace en la ciudad de México en 1960 donde vive su niñez.

Su juventud transcurre en Israel (Jerusalén, Tel Aviv y Kibutz Galed), y posteriormente vive tres años en Florencia, Italia, donde arranca su trayectoria pictórica en el Studio Art Center International, (S.A.C.I.).

En 1985 regresa a la Ciudad de México y forma parte de los talleres de grabado y litografía de la Academia de San Carlos.

Estos cambios de cultura, paisaje e idioma quedan plasmados en su obra, donde ya sea a través de figuras pequeñas devoradas por grandes espacios, o a través de mezclas de elementos abstractos que se contraponen a otros figurativos, brota la presencia del ser desarraigado: por un lado frágil y vulnerable, por otro firme y fuerte ante el aparente sin sentido de su existencia.

Ha expuesto individualmente desde 1984 en México (Ciudad de México, Monterrey, Guadalajara, Zacatecas, Mérida), así como en el extranjero: (Los Ángeles, Zúrich, Buenos Aires, Florencia, Jerusalén, La Paz).

También ha participado en numerosas exposiciones colectivas en México y en el extranjero.

En noviembre del 2018 el Museo de Arte Moderno de la CDMX le dedicó una retrospectiva titulada «La belleza llegará después».

―En mi pasado, debido a los cambios de idioma en mi entorno ―comenta el artista―, me sentía inseguro con la palabra y la imagen devino en un refugio seguro. Fue a través de la lectura que se dio una reconciliación con la lengua y desde hace un par de décadas acompaño cada obra con un texto mío, no un comparsa didáctico sino un eco con voz propia. Y es curioso: cuando muestro mi Pintura: expongo pero cuando publico mis escritos: me expongo. La escritura es el arte desnudo.

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