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Médicos escritores

Hace unos años, el nefrólogo Renán Chávez Córdova (La Paz, 1940) me invitó para presentar su autobiografía novelada: “Vida y muerte en mina Kelluani” (2015) que relata pasajes de su vida como médico, especialmente durante los obligados años en provincia. Le tocó iniciarse en un campamento minero, cerca de La Paz. Quedé sorprendida por la excelencia del lenguaje y del argumento.

Chávez, ya jubilado como galeno, publicó posteriormente otros cuentos y ensayos históricos, incluso un tomo sobre las experiencias de los médicos durante el covid-19. Aprendí con él que una cosa es la letra de los doctores en sus recetas, casi siempre encriptada, y otra es el potencial literario de quienes ejercen la medicina. (Quiero recordar que el evangelista sirio San Lucas era médico.)

Ellos cumplen una profesión que los acerca a las condiciones más profundas del alma humana; a experimentar la vida y la muerte cotidianamente; a amar a la ciencia y a la vez respetar el margen de los milagros de santos y vírgenes. Los médicos suelen recorrer las orillas del país ejerciendo sus primeros años de trabajo, labores solidarias, investigaciones específicas, campañas de salud o atendiendo desastres.

Tienen mucho que contar.

Con razón, apasionan tanto al espectador las series televisivas que se desarrollan en un hospital. Especialmente me emocionaba en la niñez una de las más famosas (1966) tanto por el guapo Richard Chamberlain como por cada drama intenso que debía atender el doctor Kildare.

 Con ese impulso recopilé algunos nombres de médicos bolivianos que han publicado sus ideas.

Uno de los pioneros es el admirable Antonio Vaca DÍez (Trinidad 1849-Uyucali 1897) cuya obra “La propuesta” es considerada el primer libro escrito en el Beni. En ella, el médico, científico, explorador, empresario, planteaba al gobierno una serie de medidas para interconectar al país desde las sierras a las selvas. Fue también un notable periodista. Dirigió “El Clarín” en Potosí, “La República” en Sucre, “El Monitor Médico” en Santa Cruz y la famosa “Gaceta del Norte” en su amada tierra natal. Una provincia beniana lleva su nombre. Guillermo Aponte Burela, pediatra beniano, escribió su biografía.

En el otro extremo geográfico y a la vez en el vecindario, otro doctor, Jaime Mendoza Gonzáles (Sucre 1974-1939) fue poeta, músico, escritor y geógrafo. Como Vaca Diez hizo propuestas a la nación para integrar al país que conoció en sus recorridos como médico, desde la sureña Uncía hasta la norteña floresta. Su novela “En las tierras de Potosí” y su ensayo sobre la tragedia en el Chaco, entre otros escritos, reflejan su experiencia de médico conviviendo con el dolor humano y el devenir boliviano.

Ambos fueron a la vez científicos interesados en investigar sobre las enfermedades de la pobreza, como la tuberculosis, y otras dolencias.

Menos reconocido por las nuevas generaciones, pero de gran importancia es el pediatra Juan Manuel Balcázar (Potosí 1894-La Paz 1956), quien fue historiador, catedrático, autor de manuales y de la historia de la medicina en Bolivia. Muy joven, fundó la Cruz Roja Boliviana en 1917. Como médico organizó junto con otros colegas los servicios sanitarios durante la Guerra del Chaco y también formó al personal para atender las urgencias durante la contienda.

Balcázar escribió sobre la masacre minera en Catavi y sobre otros asuntos sociales y políticos. Es muy importante su rol y el de la Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San Andrés en la conquista de la autonomía universitaria en 1930, ideal donde también colaboró Jaime Mendoza desde Sucre. Existe muchísimo material poco difundido sobre su trabajo combinando la ciencia, las letras y las luchas sociales.

Junto a él, actuaba el Dr. Renato Riverín, quien fue rector paceño y presidió la Convención Nacional en 1938, después de la experiencia en el Chaco. Él estudió en Argentina de donde trajo la influencia del movimiento autonomista de Córdova. Escribió “Hacia la unificación de las fuerzas socialistas democráticas”.

Gonzalo Silva Sanjinés (La Paz 1925-2007) curaba a los niños y dividía su tiempo entre ciencia y literatura, como partícipe de la bohemia “Gesta Bárbara”, famoso grupo de escritores de mediados del siglo XX. Publicó varias obras. Con “La Muela del Diablo” ganó el premio Franz Tamayo en 1986. Estudió en Chile y en Colombia, pero el escenario preferido de sus relatos fueron los espacios rurales de las cercanías paceñas, la montaña, los Yungas, las serranías de colores que conoció en sus caminatas dominicales.

Enrique Saint Loup Bustillo (Potosí 1889- La Paz 1966) fue médico destacado, otro de los que acudió al frente de guerra en 1932, y a la vez literato y pensador. Su obra recibió las mejores críticas en la prensa paceña. “Historia de la medicina”, publicada de forma póstuma en 1991, mantiene su pulcritud en la investigación y en el lenguaje.

El médico beniano Orlando Montenegro Melgar se ocupó de recoger la historia y los mitos de los pueblos de Moxos, texto publicado por la Universidad Técnica del Beni “Mariscal José Ballivián”. Son varios los médicos bolivianos preocupados por la historia de la medicina y por la historia boliviana. Existe inclusive una Academia Boliviana de la Historia de la Medicina y dos museos, uno en La Paz en el Hospital de Clínica y otro en Cochabamba, en el antiguo Hospital Viedma. Doctores como Luis Edgar Quiroga o Javier Luna Orozco se han preocupado por mantener la memoria colectiva.

La lista es larga y llena de nombres ilustres, como el psiquiatra José María Alvarado, de extraordinaria trayectoria al frente del manicomio Pacheco, escribió biografías, ensayos, obras científicas, gacetas especializadas.

Mención especial para el recientemente fallecido Dr. Rolando Costa Arduz, autor de casi medio centenar de libros de historia, ficción, experiencias en su profesión, asuntos nacionales. A sus 92 años continuaba inquieto por recopilar papeles sobre biografías de paceños, geografía nacional, política, cartografía. Mantuvo abiertas las puertas de su casa para compartir su hermosa biblioteca.

 Son bolivianos que muestran que en el país existen generaciones de estudiosos que podían ser excepcionales científicos y a la vez notables narradores. La mayoría de ellos participó en política, en la dirigencia gremial, en la enseñanza. Era gente decente.

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