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Maximiliano Barrientos

Cuerpos 

                        Ella está desnuda y cae de rodillas y por un momento se lleva las manos a la cara, esconde dos mechones detrás de las orejas. Él está en calzoncillos y se reclina sobre una mesa de vidrio para inhalar coca. Cierra los ojos y arroja la cabeza hacia atrás, como si de ese modo agilizara el paso y  prolongara los efectos. Abre los ojos bruscamente y los clava en la mujer que sigue de rodillas.  Ella, otra mujer, los mira. A diferencia de la primera, no está completamente desnuda. Lleva el brassier y los jeans. Se reclina en la mesa de vidrio e inhala. No pasa nada durante algunos segundos y luego acontecen los recuerdos, se acumulan sin orden, sin lógica: un grupo de chicos patinando en un circuito cerrado, el sol a lo lejos estampado en un cielo hecho de hielo. Un auto abandonado en la lluvia. Un niño subido a una silla intentando alcanzar un paquete de cigarrillos.

                         La primera mujer la llama, besa al hombre y después se aparta. Intenta besarla pero ella se resiste y va hasta un lugar alejado de la sala donde se sienta y los observa besarse y tocarse y reír.

                        Daniela -la primera mujer- da vueltas por la sala y baila desordenadamente. La música es caótica y repetitiva. El hombre se sienta en uno de los sillones y se suelta el pelo, cae sobre sus hombros. Mira a Patricia -la segunda mujer- y se reclina en el asiento y abre las piernas. Está cansado, lleva tres días sin dormir.

                        Patricia observa el jardín desde la ventana. Son las dos de la mañana y hasta hace una hora estuvo lloviendo. El césped está húmedo y la fuente rebalsa de agua. Apoya la nariz en el vidrio, deja una marca de vapor en el cristal que se va borrando de a poco. Escucha la risa de Daniela y la imagina dando vueltas por la casa y la recuerda algunos años atrás enamorada de una chilena madre de una pequeña hija. Piensa en navidades pasadas y en los cumpleaños de su madre. Piensa en lluvias solitarias arremetiendo contra viejas piscinas de cemento. Se da la vuelta y encuentra a Daniela besando al hombre.

                        Vení, no te quedés ahí, dice él.

                        Patricia se acerca y besa al hombre y luego mira a su amiga. La conoce desde hace seis años. Antes era más robusta y llevaba el pelo teñido de rojo. Salían con un grupo formado por compañeros de colegio. Piensa en ellos -no lo hacía en meses-, y los imagina en una nave espacial que cruza el sistema solar a una velocidad muy lenta. Ahí están todos vestidos como astronautas. Por una de las ventanillas observan el sol, una inmensa circunferencia que destila calor y luces. En los rostros de esos muchachos no hay vestigios de miedo, son chicos apáticos mirando algo que se encuentra al otro lado del vidrio y cuyos destellos iluminan sus caras y les cambia paulatinamente el color.

                        No, no quiero eso.

                        Se aparta bruscamente de Daniela y sabe que ese rechazo repentino la entristeció. El hombre le quita el brassier. Intenta desabotonarle los jeans pero ella se aleja en dirección al baño. Desde ahí los escucha reír y hablar, escucha que la llaman con voces fingidas, como si fueran personajes de alguna caricatura, voces guturales que mutan y se tornan agudas para luego engrosarse nuevamente. Al cabo de unos minutos la olvidan por completo. Sale del baño y comienza a vestirse y cuando está por salir de la casa escucha que Daniela la llama. Se voltea y la ve con una toalla alrededor del cuerpo apoyada en el marco de una puerta. La vieja cicatriz en forma de luna debajo de su barbilla es lo último que ve de su amiga antes de cruzar el patio. Vuelve a escuchar su nombre pero no se detiene, sabe que Daniela corre y que en cualquier momento la alcanzará y le pedirá disculpas o intentará que se quede por más tiempo.  

                        En el asiento trasero del taxi ninguna de las dos habla. Tienen las cabezas reclinadas en las ventanillas. Daniela llora. Las luces de los faroles y de los otros autos se estrellan en sus rostros.

                         Mañana viajará. Es una tarde soleada y Patricia se recuesta en la cama junto a su madre, que duerme profundamente. Pasa una mano por su cabeza, pero no la despierta. Observa el pelo recientemente teñido y las arrugas marcadas y los párpados delineados con pintura verde. Es su madre y la está viendo dormir. Así será cuando muera, se dice. Los padres muertos y los amigos desaparecidos vagando por ciudades desconocidas. Los padres con enfermedades mentales y los amigos en una habitación de hotel en Bangkok, mirando el ventilador dar vueltas monótonamente. Los padres y su promiscuidad (mira las piernas de su madre al pensar en esto, viste únicamente bragas) y los amigos corriendo en la playa o buceando o tirando en una tarde de lluvia con personas que recién conocen, la tristeza repentina de los contactos con cuerpos desconocidos. Toca la cara de su madre. Se da la vuelta y se acomoda de tal forma que ambas espaldas coinciden. Afuera la tarde es esplendorosa pero las cortinas están cerradas y sólo unos cuantos rayos de sol consiguen filtrarse en la habitación. Patricia tiene los ojos abiertos en la oscuridad, escucha la respiración de su madre. Esta vez no piensa en los hijos futuros o en el cáncer de piel o en incendios domésticos que la tomarán por asalto mientras duerma. Esta vez mantiene la mente en blanco y la reconforta el calor del cuerpo recostado al lado suyo, pero es una sensación de la que apenas es consciente.

                        No más drogas por estos días.

                        No más drogas por estos días.

                        Cerveza sí.

                        Y caipiriñas.

                        Caipiriñas también.

                        Daniela estira los brazos y se mueve como si fuera un avión planeando sobre el océano. Están en la entrada del Aeropuerto Internacional de Galeão. Las dos chicas llevan gafas y caminan hasta la parada de taxis. Daniela se detiene porque comprende lo ridícula que debe verse, se voltea y encuentra a Patricia riendo.

                        Qué es lo primero que vamos a hacer hoy.

                        Conseguir un hotel

                        Me refiero a qué vamos a hacer hoy de verdad.

                        Cualquier cosa.

                        Qué.

                        No sé. Broncearnos. Caminar. Ver gente.

                        Broncearnos.

                        Sí.

                        Van en el asiento trasero de un taxi. Daniela saca la cabeza por una de las ventanillas y saluda a las personas que caminan en la vereda.

                        Sabés cuánto quería estar acá.

                        Me imagino.

                        Me moría.

                        Este va a ser un viaje de limpieza.

                        Qué nos vamos a limpiar.

                        Todo.

                        Por ahí no nos guste lo que quede.

                        Nos va a gustar.

                        No quiero engordar.

                        Te metés a un gimnasio y listo.

                        Quiero mar.

                        Vas a tener mar.

                        Ingresan en una habitación con dos camas y baño privado. Es el octavo piso de un hotel ocupado en su mayor parte por universitarios en la última etapa de la vacación de verano. El botones se despide y cierra la puerta. Patricia va hasta la cama continua al balcón y se saca las zapatillas y enciende el televisor y ve a Daniela de pie apoyada en la baranda. Una mujer callada que lleva una pañoleta en la cabeza y que extiende los brazos y recibe las bocanadas de viento en la cara sin protestar.

                        Podría vivir aquí.

                        Y qué harías.

                        Cualquier cosa.

                        Limpiarías baños.

                        Limpiaría baños.

                        Servirías tragos.

                        Serviría tragos y me tiraría a todas las chicas.

                        Y a los chicos, te los tirarías.

                        Depende. Eso depende.

                        Ríen. Patricia se recuesta en la cama.

                        No quiero escuchar canciones tristes.

                        Nadie pone canciones tristes en estos lugares.

                        Lo único que sé ahora es eso, nada de canciones tristes.

                        Por qué estás pensando en canciones tristes.

                        Patricia abandona la cama y va al balcón. Desde ahí tienen una vista parcial de la playa y de la piscina y de un bar improvisado a unos metros del lobby, y más allá, a kilómetros de distancia, ven a hombres asoleándose y a heladeros con pequeños carritos varados en la arena. Ven ancianos con sus mujeres y sus perros y sus nietos, y al otro extremo, en la carretera que bordea la playa, decenas de autos de distintos modelos corriendo a menos de 90 kilómetros por hora. No alcanzan los veintidós años de edad. Eso les confiere una autoconfianza engañosa. Algo de extraterrestres y de niñas malcriadas, miedo ante lo que son y no controlan, miedo ante lo que son y desaparece. Pero sobretodo orgullo y ceguera y el deseo de que las cosas mantengan esa consistencia, como si sus cuerpos les sobrevivieran. Están ahí para una foto que nadie les tomará.

                        Se broncean. Un animador incita a unos chicos a que beban licor de un embudo y les pide a las chicas que se saquen la playera y muestren los senos. Las que tengan los más grandes, se llevarán dos entradas con todo pagado en una discoteca de moda.

                        Escuchaste lo que dijo ese chico.

                        Qué chico.               

                        El que perdió el avión.

                        No.

                        Sabés cuál.

                        Sí, sé cual. No escuché lo que dijo.

                        Dijo que la policía está en huelga.

                        La policía.

                        Sí.

                        Entonces puede pasar cualquier cosa y nadie va a intervenir.

                        Ahá.

                        Tenés miedo.

                        No sé.

                        Yo no.

                        Te animarías a participar en una de esas huevadas.

                        Daniela se saca las gafas, se reincorpora y observa durante unos instantes a dos mujeres bailar con los senos al descubierto.

                        Depende.

                        De qué.

                        De mi estado de ánimo.

                        Te estás divirtiendo.

                        Parezco aburrida.

                        No.

                        Entonces.

                        Entonces nada.

                        Se quedan en silencio durante unos segundos. Patricia cierra los ojos y ve circunferencias de luces dando vueltas por su cabeza. Ve pequeños puntitos de colores que desaparecen y vuelven.

                        La última vez que vine aquí fue con Alejandra.

                        Ya sé.

                        Nunca te gustó ella, no.

                        Nunca dije eso.

                        Pero lo sabía.

                        No eras feliz con ella.

                        Sí lo fui, por un tiempo.

                        Por muy poco tiempo.

                        En un comienzo.

                        Los comienzos siempre son felices.

                        Ese año que vinimos fui feliz.

                        Y la niña, qué hicieron con ella.

                        Se quedó con el padre.

                        Vinieron a este hotel.

                        No, fuimos a otro, pero todo parece estar igual que entonces.

                        Qué hacemos en la noche.

                        Una disco o algo.

                        Hay fiesta en la playa.

                        Vamos ahí.

                        Pati.

                        Qué.

                        Nada.

                        Qué.

                        Perdón por lo de esa noche.

                        No hay lío, ya lo hablamos.

                        Sí, pero igual, perdoname. Estaba muy pasada y.

                        Ya está bien Dani, no sigás con eso.

                        Bueno.

                        Vas a la piscina.

                        En un segundo.

                        Daniela se pone de pie y se saca las gafas, las deja sobre la silla donde estuvo recostada. Camina hasta el borde de la piscina y estira los brazos como si acabara de despertarse. El color de su piel empieza a oscurecerse, a adquirir ese marrón madera por el que había esperado todo el año. Se zambulle de un salto. Patricia se incorpora y se saca las gafas y ve a su amiga desplazarse en el agua. Ve a unos hombres bailando con las dos mujeres que llevan el pecho desnudo. Se recuesta boca abajo para que el sol broncee su espalda. Vuelve a colocarse las gafas y le da volumen al discman. Se siente amodorrada, como si el cuerpo hubiera aumentado de peso súbitamente. Cierra los ojos y deja que las canciones la adormezcan. Se pregunta cómo sería no tener cuerpo. No tener deseos. No tener miedo. No tener ganas de irse. No tener pensamientos. No tener recuerdos.  No sentir culpa. Piensa en hombres desnudos y en hombres llorando y en hombres conduciendo motos acuáticas, y no está segura si los desea en este momento o si quisiera estar lejos de Daniela, lejos de estas personas y de esta música y del sol en su espalda. Siente la proximidad del sueño y se pregunta por qué todo eso justo ahora.

                        Patricia sola. Daniela está bailando en la fiesta que armaron en la playa. Es de noche y el mar golpea sus pantorrillas. Lleva la parte superior del bikini y unos pantalones cortos. Se dejó puestas las gafas a pesar de que el sol se ocultó hace algunas horas. Desde donde está parada, ve a la gente bailando y fogatas en distintos lugares. No logra divisar a Daniela, pero sabe que está ahí, en alguna parte, riendo y conversando con personas de su misma edad. Se aleja un poco más y se sienta a unos metros de la marea. La oscuridad del mar la asusta, tiene la impresión de que allá lejos acaba el mundo conocido. Piensa en morir ahogada y en la desesperación del cuerpo, los pulmones inflados de agua, el cuerpo hundiéndose como una roca, los ojos abiertos – fríos, detenidos en una quietud sin misterio-, la oscuridad y los lugares alejados, y todas esas cosas que ya no serán registradas. Se estremece y ríe. Extraña a su madre. No sabe con exactitud si en eso consiste extrañar a alguien, pero la visualiza lavando los platos o haciéndose la cena o hablando por teléfono con alguna de sus amigas, diciéndole a la señora Álvarez que su hija vacaciona en Brasil.

                        No hay nada a lo lejos, una acumulación de oscuridad, eso es todo. Se recuesta en la arena y ve el cielo estrellado a través de las gafas. Puntos luminosos, inalcanzables todos. Su pequeñez no la asusta como otras veces. Me voy a morir algún día. Me voy a enfermar de cáncer o de sida o me dará un derrame cerebral. Mis pies quedarán inmovilizados tras una parálisis evolutiva, dice. Y ríe, llora un poco, ríe. Se reincorpora. Ve a lo lejos a esos hombres y a esas mujeres y tiene ganas de gritar. Grita el nombre de su amiga y su voz apenas logra escucharse con toda la música. Se limpia las lágrimas y se quita las gafas, los colores y el resplandor del fuego se acumulan en sus retinas.

                        Recostada en la cama del hotel, escucha a Daniela vomitar en el baño. Se pone de pie y va hasta el balcón. Se distrae con las luces de las otras habitaciones. En todos esos lugares hay fiestas, escucha la música, la gente está bailando o tirando o durmiendo sobre la alfombra o desmayada en la tina después de todas las caipiriñas y el whisky. Algunos autos pasan por la avenida y todavía son visibles las fogatas en la playa, poco a poco el viento las irá apagando a medida que la noche avance. Se sube a la pequeña baranda y se aferra con todas sus fuerzas al tubo protector, inclina la cabeza y ve el vacío a lo lejos, el vacío como una peligrosa fuerza de gravedad. Sus gafas caen y por unos segundos planean en el aire hasta que se pierden en la oscuridad. Escucha por última vez vomitar a Daniela y vuelve al cuarto. Ingresa en el baño y encuentra a su amiga reclinada en el inodoro, está con bragas y brassier y lleva el pelo desordenado, como si acabaran de darle una paliza.

                        La ayuda a incorporarse y con una toalla de mano le limpia la cara y luego la lleva hasta la cama.

                        Creo que me voy a morir.

                        No te vas a morir.

                        Quiero morir.

                        Estás de vacaciones.

                        Mierda qué puta tomé.

                        Mierda, eso.

                        Soy una polla.

                        No sos una polla, bebiste como cosaca.

                        Pati.

                        Qué.

                        Me querés.

                        Claro que te quiero.

                        Si alguna vez ya no somos amigas vas a pensar en estas cosas que hacíamos y vas a recordarlas con cariño.

                        Vamos a seguir siendo amigas, no voy a tener que recordar nada.

                        Pero igual quiero que recordés algunas cosas.

                        Bueno, ahora descansá.

                        Quiero que recordés cómo nos divertíamos. Quiénes fuimos ahora y aquí. Y también antes.

                        Voy a recordar todo eso, ahora dormite.

                        Te quiero, vos sabés que te quiero.

                        Ya Dani, descansá.

                        Me voy a morir, mañana voy a despertar muerta.

                        Dormite de una puta vez  y dejá de joder.

                        Te quiero Pati, te quiero mucho.

                        Vuelve al balcón. La mayoría de las luces de las habitaciones están apagadas y el viento sopla con una intensidad agradable. Encuentra a un chico sin polera contemplando la playa. Al descubrir que ella lo está mirando, la saluda. Patricia agita una de sus manos. El chico vuelve a su habitación y ella, sola nuevamente, se reclina en la baranda y ve la silueta de Daniela recostada en la cama continua a la suya. Escucha canciones que flotan en el aire y se pierden y luego reaparecen, canciones idénticas a las que escuchó durante la tarde y la noche en la fiesta de la playa. Mira el cielo y ve nuevamente las estrellas y desea tener sueño o estar borracha, desea reclinar su cabeza en la almohada y desconectarse del mundo por algunas horas.

                         De uno de los departamentos sueltan globos y Patricia los ve descender en forma desordenada hasta que se pierden en la noche. Escucha las voces de esas personas y regresa a la cama y ve la cara de Daniela con restos de vómito en las comisuras. Se acuesta con la mirada clavada en el techo y comienza a contar de cien a cero hasta que le vista se vuelve borrosa y la música inexistente.

                        Desayunan en una de las alas del hotel. Daniela sólo probó una taza de café, Patricia devora un surtido combo de ensaladas de fruta.

                        Dónde dejaste tus gafas.

                        Las perdí anoche.

                        Dónde te metiste.

                        Fui a caminar.

                        Conociste a alguien.

                        No.

                        Por qué te fuiste entonces.

                        Quería caminar.

                        Puta Pati, estamos de vacaciones, si querías caminar te hubieras quedado en casa.

                        A vos cómo te fue.

                        Bien.

                        Conociste a alguien.

                        A un montón de gente.

                        Me alegro.

                        Hoy quedamos en ir a una disco.

                        Bueno.

                        Qué hacemos ahora.

                        Vamos a la playa.

                        El sol me va a matar.

                        Tomate una caipiriña y listo, cero resaca.

                        Sí, voy a hacer eso.

                        Santo remedio.

                        Cómo me veo.

                        Como una chica que bebió mucho.

                        Todas las chicas bebieron mucho.

                        Entonces te ves como el resto de la gente.

                        No asusto.

                        No asustás.

                        Vos dormiste bien.

                        Sí.

                        Ni siquiera bebiste.

                        Un poco.

                        De verdad te tomaste en serio eso de la limpieza.

                        Te lo dije.

                        Tenés miedo de algo.

                        Nop.

                        Entonces.

                        Entonces nada.

                        No tomé drogas.

                        Tomalas si querés.

                        No, quedamos en que no íbamos a tomar.

                        Todavía querés mar.

                        Todavía quiero mar.

                        Amaban el sol desde que eran niñas y venían a lugares parecidos a éstos con sus familias y se quedaban resguardadas en la seguridad de la arena mientras sus padres y hermanos ingresaban al agua y emergían sonrientes. Amaban la mitología asociada con el verano y con el mar y con todas esas cosas que no tenían en su país de origen. Por eso Patricia y Daniela, al llegar a la playa -a pesar de todas las veces que vinieron en el pasado-, guardaron silencio durante unos segundos para observar la inmensidad que se extiende por todas partes. Los hombres en trajes de baño jugando fútbol o volibol o caminando en compañía de perros de raza. Los niños y sus padres y jóvenes de su misma edad con botellas personales de cerveza y cigarrillos en sus labios sentados al lado de un castillo que algunos niños armaron una o dos horas antes.

                        Al ingresar al agua agradecen el frío que se apropia de sus cuerpos. Tiritan y sonríen. Patricia no tiene gafas y debe cubrirse con sus manos cuando los rayos de sol arremeten contra su rostro. Daniela, con las gafas oscuras, se burla de lo desprotegida que está su amiga.

                        Por qué no te comprás unas gafas.

                        Me las voy a comprar más tarde.

                        Te juro que necesitaba esto.

                        Yo igual.

                        No me importa nada más ahora. Me podría morir aquí.

                        No te vas a morir aquí.

                        Es una forma de decir que estoy siendo feliz en este momento.

                        Sí.

                        Será que esto es lo mismo a los treinta años.

                        No creo.

                        O a los cuarenta o a los cincuenta.

                        No, ni idea. No es lo mismo.

                        Cuando cumpla treinta no voy a volver a la playa.

                        Por qué.

                        Porque no va a ser lo mismo.

                        Pero por ahí no te importe tanto. Por ahí te importen otras cosas.

                        No va a ser lo mismo.

                        Alguna vez debimos haber venido con ellos.

                        Con los amigos.

                        Sí, con los amigos.

                        Por qué pensás en ellos en este momento.

                        No sé.

                        Qué estarán haciendo.

                        Trabajando.

                        No, trabajando no.

                        Estudiando.

                        No, tampoco.

                        Entonces.

                        No sé. Están con sus novias o novios.

                        Vamos a caminar.

                        Llegan hasta donde hay un grupo de personas amontonadas alrededor de algo que no es posible divisar.

                        Qué es eso.

                        No sé.

                        Se acercan y encuentran a una chica vomitando.

                        Qué pasó.

                        La chica no responde, mueve la cabeza. Un chico les hace señas para que se acerquen. Encuentran el cuerpo de un muchacho ahogado recostado en la arena. Es rubio y tiene la piel pálida con ligeros matices azules debido a la hipoxia. Le falta un diente delantero y viste una diminuta malla Speedo.

                        Mierda, puta. Mierda

                        Qué duro.

                        Hace cuánto que estará así, Dani.

                        Por qué no hacen algo.

                        La policía.

                        Sí, la policía.

                        No, te digo que la policía está en huelga.

                        Y no hay nadie que pueda encargarse de esto mientras tanto.

                        No sé.

                        Y qué van a hacer. Dejarlo.

                        Al parecer, sí.

                        Y los guardavidas.

                        No les corresponde. No les pagan por los muertos.

                        Puta, mierda. Puta.

                        Es un muchacho de dieciséis o dieciocho años, no mide más de metro sesenta. Es algo robusto y tiene algas alrededor de las piernas. Nadie puede precisar cuánto tiempo estuvo en el fondo del agua ni cuándo se ahogó ni las cosas que hacía ni con quién estaba en el momento en el que se sumergió en el océano. Patricia piensa en los días que pasó en el interior del mar, rodeado de oscuridad. Piensa en la madre o en el padre o en la novia o en los compañeros de universidad y de trabajo. Quién es toda esa gente, la gente que conoce a los muertos, la gente que no sospecha que esa persona con la que comen y conversan y tiran y viajan está muerta. Hay algo totalmente injusto en la cotidianidad de los otros cuando estás muerto y nadie lo sabe.

                        Es un surfista.

                        Cómo lo sabés.

                        No sé, pero ellos suelen ser los que se ahogan con más frecuencia.

                        Dónde está su tabla.

                        Ni idea.

                        Daniela se lleva una mano a la boca, un mechón de pelo cae en su cara, pero no intenta acomodarlo detrás de su oreja.

                        Creo que tenemos que hacer algo.

                        No. No quiero meterme en problemas.

                        Alguien debería alejarlo de la vista de los niños.

                        Nos vamos a meter en problemas. Que se encarguen las autoridades.

                        Mierda, están en huelga.

                        No es nuestro problema.

                        Está muerto.

                        No es  nuestro problema.

                        No volvieron a hablar del muerto en el transcurso del día, lo borraron de sus mentes como un recuerdo peligroso que podría enturbiar sus vacaciones. En este momento se alistan para salir. Anocheció hace unas horas y se encuentran en la habitación preparándose para ir a una discoteca. Ya están vestidas y se miran para cerciorarse que lo que llevan puesto es lo indicado. Comprueban su apariencia en un espejo de cuerpo entero y aprueban lo que ven asintiendo con la cabeza. Distintos tipos de música se confunden afuera, la fiesta continúa en las habitaciones vecinas, la fiesta o la preparación de la fiesta. Las dos chicas se acercan al balcón y encuentran a personas en los distintos balcones, algunas bailan, otras observan ensimismadas el mar de noche o las otras habitaciones o la piscina vacía.

                        Es una discoteca inmensa con distintas pistas y niveles con sus respectivas decoraciones. Hay mujeres semidesnudas en el interior de jaulas y una máquina de espuma suelta un chorro y empapa a los que bailan en el centro de la pista principal. Patricia y Daniela están en una de las barras y ya bebieron bastante. Vinieron con la gente que Daniela conoció en la fiesta de la playa. Es un grupo extenso formado por uruguayos, colombianos y argentinos.

                        Nunca supe de qué iba esta canción

                        Es una canción sobre los amigos.

                        No jodás.

                        Sí, es una canción sobre los amigos perdidos. Los viejos amigos muertos.

                        Daniela guarda silencio durante unos segundos y observa a la muchedumbre desplazarse en esa oscuridad que es interrumpida por los haces de luces de colores.

                        Qué hubiera pasado si no se hubieran ido a estudiar afuera o casado muy pronto.

                        No sé.

                        Estarían con nosotros.

                        No sé. Es probable.

                        Al final no fue tan bueno, todos estaban con su mierda.

                        Ningún final es divertido, Dani.

                        Sí. Pero si no hubiera pasado nada de eso, hubiéramos seguido juntos hasta ahora.

                        Sí.

                        Recordás el colegio.

                        A veces.

                        Qué recordás.

                        Fiestas. No sé. Cosas.

                        Qué cosas.

                        Nos recuerdo como éramos.

                        Esta canción no trata sobre amigos perdidos, no es cierto.

                        No, trata sobre otras cosas.

                        Te estás divirtiendo.

                        Me estoy divirtiendo.

                        Yo también. Necesitaba esto. Creo que vivo con la esperanza de que al final del año voy a tener este tipo de semanas. No sé qué voy a hacer cuando ya no pueda venir más.

                        Vamos a volver al año próximo.

                        De verdad.

                        Yo creo. Si no nos enamoramos o si no comenzamos a trabajar o si no pasa algo.

                        No va a pasar nada de eso, Pati.

                        Ok.

                        Prometeme eso.

                        Qué cosa.

                        Que vamos a estar aquí al año que viene.

                        Te lo prometo.

                        Decilo de verdad, para que te crea.

                        Vamos a estar el año próximo, te lo prometo.

                        Un poco más viejas.

                        Un poco, pero no tanto.

                        No tanto.

                        Vamos a bailar esta canción sobre los amigos perdidos.

                        Ya te dije que trata de otra cosa.

                        Pero igual, vamos a bailarla.

                        Ahora.

                        Mañana, Pati. Claro que ahora.

                        Bailan porque tienen veintidós años y están en un lugar alejado del mundo que conocen, del mundo real. Bailan porque el miedo es más soportable cuando las rodea el ruido y cierran los ojos. Bailan de esta forma porque están cansadas y las luces se estrellan sobre sus caras y tienen la leve sospecha de que perderán algo importante si no enfrentan al ruido y a los cuerpos como lo están haciendo en este momento. Si se pudieran ver desde cierta distancia, no se diferenciarían del resto de las personas que intentan establecer alguna clase de contacto: un montón de sudor y deseos, un montón de confusión y soledad moviéndose a un ritmo más o menos coherente. No hay cuerpos perfectos. No hay enfermedades visibles. Patricia piensa en su madre y la recuerda dormida al lado suyo, y abraza a Daniela torpemente como si también fuera su novia, y por un momento sus miradas se cruzan y Patricia tiene que bajar la suya para que ese instante de intimidad no se convierta en otra cosa. Desearía no escuchar la música y bailar en el silencio, en un mundo de sordos. Quisiera sanar a su madre. Volver inmortal a su madre. Borrar esa lista de fracasos y hombres incorrectos. Meterse en su cuerpo y descubrir que dentro de esa degeneración hay restos de una compasión o valentía no extinguida del todo. Baila porque la semana en algún momento acabará y porque sus amigos, en distintas partes del mundo, no piensan en ella en este momento, baila por ese exquisito instante de soledad en que ninguna de las personas que quiere la tienen presente.

                        Patricia se escapó de la discoteca, dejó a Daniela con el resto de los nuevos amigos. Camina por la playa, en unas horas amanecerá. Todavía encuentra algunas fogatas encendidas pero casi no hay personas. Todas están perdidas en discotecas o ya regresaron a sus habitaciones. Bordea el agua, se sacó los zapatos y los lleva en una de sus manos. Llega hasta donde está el cuerpo del muchacho ahogado. A diferencia de lo que sucedió hace algunas horas, no lo rodea esa pandilla de curiosos. A lo lejos, tres hombres beben cerveza alrededor de una fogata, ni si quiera se percatan de su presencia. Se acerca al cuerpo y lo encuentra mucho más joven, casi un niño. Busca su cámara y le saca fotos. Cuando se cansa, se sienta al lado del cadáver, que por alguna razón, no huele mal. No huele a nada. Observa el mar y toda la oscuridad rodeándolo, no puede separar una cosa de la otra. Toma una foto de esa nada a lo lejos y luego gira la cara y mira el rostro del muchacho, sigue con los ojos abiertos, como si contemplase una puesta de sol o una luz agradable, hipnótica, que inunda una habitación. Se toma la cara con ambas manos pero no consigue llorar.

                        Por ahí sea peligroso que estés en estos lugares sola.

                        Se da la vuelta y encuentra a un muchacho, el mismo que salió al balcón la noche pasada.

                        Quién me va a hacer algo, él.

                        No, él no. Otros. Me llamo Andrés.

                        Patricia.

                        De dónde sos, Patricia.

                        De Bolivia.

                        Yo soy.

                        Argentino, no hace falta que lo digás.

                        Ríen. Miran al muerto y luego al mar y luego a las fogatas que van apagándose de a poco.

                        Quién crees que sea.

                        No sé.

                        No crees que sea brasileño.

                        No, sus padres ya hubieran retirado el cuerpo.

                        Crees que es extranjero.

                        Sí.

                        Crees que sus padres no saben nada.

                        Sí, eso creo.

                        Y sus amigos, no crees que hubieran hecho algo.

                        Hay gente que viaja sola.

                        Cuándo crees que lo recojan.

                        No sé, cuando acabe esta huelga de mierda. Por qué le sacaste fotos.

                        No sé.

                        Estás con alguien.

                        Con una amiga. Vos.

                        Con tres amigos.

                        Siempre venís acá.

                        Sí, siempre.

                        Hasta cuándo te quedás.

                        Hasta mañana.

                        Vas a volver al año.

                        No creo.

                        Por qué.

                        Me caso al llegar.

                        Ésta es tu despedida.

                        Algo así.

                        El muchacho se sienta al lado de Patricia y no hablan durante unos segundos. El calor disminuyó unos grados. En menos de una hora amanecerá.

                        Tenés miedo a casarte.

                        No. No sé. La conozco desde hace tres años. Supongo que esto es lo más adecuado.

                        Por qué.

                        Porque tengo veintiséis y ya estoy trabajando en un lugar estable.

                        Por eso.

                        Por eso.

                        Patricia se amarra el pelo con una cinta y estira sus piernas, todo lo que bebió en la discoteca se esfumó de su cuerpo. Se siente sobria y triste y agotada, pero no desea moverse de donde está sentada.

                        Qué crees que va a cambiar.

                        Cuando me case.

                        Sí.

                        No sé. Los amigos. La joda. Las otras mujeres. La soledad.

                        Estás solo ahora.

                        Ahora no.

                        Querés que todo eso acabe.

                        Un poco. Estoy cansado.

                        Tengo miedo a llegar a sentir eso alguna vez.

                        Alguna vez vas a sentir eso, espero que para entonces estés con alguien.

                        No sintás lástima por mí.

                        Ambos sonríen y se miran y bajan la mirada y escuchan la música lejana.

                        Quién crees que era.

                        Nadie. Un estudiante.

                        Qué hacía en ese momento.

                        Nadaba, se divertía. Todos buscan eso, no.

                        Sí.

                        Todos lo hacen.

                        Debe ser la cosa más solitaria de este mundo.

                        Nosotros le hacemos compañía.

                        De todas formas.

                        Dónde está tu amiga.

                        Con gente que conoció ayer. Y los tuyos.

                        No sé, los dejé, me escapé de una disco.

                        Por qué.

                        Aire, quería respirar aire.

                        Me gusta la playa a esta ahora, cuando se vacía de gente.

                        A mí también. Me hace pensar en cosas.

                        Qué cosas.

                        Cosas que hice antes. Lugares que conocí. Personas que estuvieron conmigo. Ese tipo de cosas.

                        Cuando Patricia ingresa al hotel ya es de día. Llega hasta su habitación, abre la puerta y encuentra a Daniela junto a una mujer, están durmiendo desnudas en una de las camas. El sol se filtra por la ventana y da de lleno en sus cuerpos, pero no las despierta. Vuelve a salir y cierra con llave tratando en lo posible de no hacer ruido. Ve el pasillo custodiado por puertas numeradas y no sabe a qué lugar ir en este momento. Es el tercer día de vacación y todavía falta mucho para regresar. Quiere creer que cinco días es mucho tiempo.      

Biografía

Maximiliano Barrientos nació en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, en 1979. Es uno de los escritores latinoamericanos más relevantes de su generación. Sus artículos sobre literatura, música y cine, así como algunas de sus crónicas, han aparecido en las principales revistas y suplementos culturales de Bolivia.      

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