Rodrigo Pacheco Campos
Si entendemos al lenguaje como indicativo y representativo de la cultura social, es posible comprender algunas de las características y de los componentes existentes en el seno de las formaciones sociales. El lenguaje utilizado, particularmente a raíz de los eventos desencadenados a partir de las elecciones del 20 de Octubre, permite develar la pervivencia y la profundidad del racismo en nuestra estructura social.
Alberto Melucci formuló una teoría de la identidad social en la que, mediante cuatro variables, –auto identificación, hetero identificación, autoafirmación de la diferencia y hetero afirmación de la diferencia- graficó una tipología del reconocimiento de las identidades; distinguiendo cuatro: identidad segregada, identidad etiquetada, identidad desviante e identidad hetero dirigida.
Es pertinente, por los objetivos de este escrito, detenerse en la identidad etiquetada; en ella el individuo se identifica de manera autónoma pero su diversidad está fijada por los otros. Al etiquetar se dan características identitarias a los individuos o colectivos sociales. El otro, enmarcándose en sus esquemas mentales, le otorga al sujeto etiquetado otra identidad.
Convengamos que el poder tiene la capacidad de nombrar, designar y etiquetar; es así que la sociedad boliviana, mediante el ejercicio de ese poder, crea categorías sociales por etiquetación. Existen en nuestra sociedad actores –entiéndase colectivos sociales- que se identifican de manera autónoma pero que su diversidad les es dada por otros. Es común, debido a ello, que a quienes, por ejemplo, se definen como aymaras, quechuas, chipayas, guaraníes, etc., no se los categorice conforme a esos denominativos que representan su identidad y pertenencia étnica, sino que sean etiquetados genéricamente como “indios”.
Las categorías sociales creadas por etiquetación más comunes dentro de nuestro contexto inmediato son: Cholo, indio, t’ara. Dichas categorías sociales se encuentran dentro de los límites de lo subalterno; se designa, entonces, a través de ellas a los sujetos que se encontraron históricamente en la base de la pirámide de jerarquización social. Los sujetos racializados no pueden eliminar la carga que la sociedad les otorga en materia de identidad, pues es esa carga la que definió su posición dentro de la estructura de la formación social.
Durante el conflicto se pudo percibir la utilización de esos conceptos y, a su vez, de otros llenados con el mismo significado que define a los precedentemente señalados. Hordas, vándalos son algunos de los ejemplos. La utilización de la palabra horda -en medios de comunicación, en las conferencias de las nuevas autoridades, en el lenguaje cotidiano, etc.- se caracterizó por tener una función de distinción social –entre clases y capas de la sociedad, en una lógica binaria de nosotros y ellos-, de homogeneización de los grupos movilizados y de deshumanización.
Esas categorizaciones se insertan en la estructura de una sociedad jerarquizada en la que históricamente el grupo de estatus dominante y privilegiado ha sido el asociado a la “blanquitud” y el grupo sojuzgado y subyugado ha sido el asociado a lo indígena. Carlos Macusaya señala que, en ese ámbito de racialización, existe una diferenciación social en la que los de la “raza inferior” son identificados, a partir de diferencias principalmente somáticas, llevando como consecuencia de la dominación colonial una marca racial.
Las etiquetaciones crean líneas divisorias representativas de las estructuras sociales y de poder, es así que se comprende que las denominaciones como cholo, indio, horda sean utilizadas cuando se intenta ofender a alguien y cuando se pretende crear fronteras políticas. Históricamente lo indígena ha sido asociado a la falta de civilización, al atraso, a lo primitivo, a la pobreza y al trabajo manual. Algunos hechos permiten entrever que dicha cuestión se sigue manteniendo en alguna medida dentro del sentido de saber común de la sociedad –que, para Althusser, es el de la ideología de la clase dominante-.
Se puede utilizar un ejemplo ilustrativo para graficar las proposiciones señaladas. La utilización del concepto “horda” evoca una etapa pre civilizatoria, responde a prejuicios que se remontan a la episteme del Darwinismo social – e incluso antes- y su uso está determinado por la pretensión de designar a grupos sociales a la vez que se elimina su heterogeneidad, sus contradicciones, su cultura, su complejidad y, por tanto, sus demandas.
Ahora bien, las mismas etiquetas y estigmas que sirvieron para designar a los sectores movilizados en el plano material se representan en el plano simbólico. Ello explica, por ejemplo, la agresión simbólica que significó la quema de la wiphala.
Para concluir es pertinente señalar que la wiphala es un codificador simbólico de la memoria indígena contra la violencia estatal; no es casual que los sectores movilizados la enarbolen hoy.