Carlos A. Scolari
Escribo esto 48 horas antes de las elecciones en los Estados Unidos. Si gana Donald Trump, a los pocos minutos saldrán los ejércitos de analistas a decir que todo está perdido, que las redes sociales y plataformas le lavaron el cerebro (no solo) a los estadounidenses y que el capitalismo de vigilancia lo hizo otra vez. «Los medios» habrán ganado la batalla a «la sociedad». Si gana Kamala Harris, será un triunfo de la democracia, de los valores republicanos y de la movilización de las minorías afectadas por los discursos racistas del Hombre de la Bolsa (de residuos). En ese caso, es probable que «los medios» queden eclipsados por «la sociedad» en las explicaciones.
Cuando ganan los «buenos», no sólo en Estados Unidos, el triunfo siempre es el fruto de un gran trabajo político y de los buenos valores que se defienden; cada vez que ganan los «otros», la responsabilidad es de «los medios». Los ejemplos abundan. Durante años en Argentina se repitió que Juan D. Perón gobernó el país durante una década gracias a su control sobre los medios (prensa, radio y un new media emergente en los años 1950: la televisión). Lo que no se decía -creo que fue Heriberto Muraro el primero en apuntarlo allá por 1973- es que Perón llegó al gobierno en las elecciones de 1946 con casi todos los medios en contra y fue derrocado en 1955 con buena parte del sistema mediático bajo su control. Es como si los medios fueran la coartada perfecta para explicar las derrotas políticas (o sea, para justificar el triunfo de los «otros»).
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Sigamos en Argentina. Otro ejemplo. Atribuir el triunfo de Javier Milei solo a su destreza en las redes sociales es un gran ejercicio de pereza intelectual. Este nuevo líder es el emergente de una compleja situación social, económica y política que venía amasando desde hacía al menos una década. Los medios, obviamente, son parte fundamental de ese entramado, pero de ahí a convertirlos en la única causa y comenzar a establecer correlaciones hay una gran distancia que ni la mejor motosierra puede recortar. Dicho en otras palabras: para comprender cualquier situación o proceso contemporáneos, con los medios no alcanza y sin los medios no se puede.
Ahora sí, podemos pasar al capitalismo de vigilancia.
Los mitos del capitalismo de vigilancia, aujourd’hui
Hace unos años reseñé el muy citado y poco leído libro de Shoshana Zuboff The Age of Surveillance Capitalism en un post doble de este blog. No voy a repetir lo que ya dije, solo recordar que el libro tiene altibajos. Si bien describe muy bien el origen del capitalismo de datos, en otros capítulos se enreda en infumables explicaciones conductistas de la mano de Skinner y sus palomas. El volumen se alimenta sobre todo de entrevistas a exempleados de las grandes corporaciones, dando origen a un nuevo género narrativo: el de los pentiti digitali que cobraron montañas de dólares y acciones durante varios años antes de descubrir que a su querida empresa solo le interesaba hacer guita y no mejorar el mundo.
A partir de aquí entro en modo review y paso a contarles el polémico artículo de Peter Königs, un joven investigador de la TU Dortmund University experto en ética de la tecnología, filosofía política y psicología moral. O sea, no es un investigador de una universidad californiana sospechoso de ser generosamente financiado por Mark Elliot Zuckerberg o Elon Reeve Musk.
El artículo en cuestión se titula In Defense of ‘Surveillance Capitalism’, fue publicado el día de mi cumpleaños y debo decir que fue un regalo inesperado. Además, es de acceso abierto. En ese texto se podría decir que Königs, si bien utiliza el popular concepto como pivote de su discurso, termina dando un repaso a buena parte de los lugares comunes digitales. Es un artículo sólido, que rechaza el denuncismo en favor de una mirada crítica, con una extensa bibliografía y que, no tengo dudas, será muy leído, citado y discutido. Se trata de un texto ideal para compartir con nuestros estudiantes y generar buenas conversaciones.
Königs sostiene que las críticas al capitalismo de vigilancia son, en general, demasiado alarmistas. Autoras como Shoshana Zuboff lo describen con términos negativos, subrayando que pone en riesgo la privacidad y la autonomía individual. Sin embargo, el autor argumenta que esas críticas suelen enfatizar solo los aspectos negativos sin considerar los beneficios que las tecnologías digitales ofrecen. Königs busca ir más allá y reconocer los matices de este fenómeno, invitando a un análisis menos polarizado.
“Many critical discussions of surveillance capitalism suffer from two defects. They often exaggerate the negative aspects…and they fail to acknowledge its positive aspects (…) But the emerging picture will be a lot more positive than critics would have us believe.”
Publicidad y capitalismo de vigilancia
La publicidad dirigida es un elemento central en el capitalismo de vigilancia, y se basa en el uso de datos para personalizar anuncios que coincidan con los intereses de los usuarios. Aunque esta práctica es criticada por ser manipuladora, el autor argumenta que el impacto negativo de la publicidad dirigida es limitado y no representa una amenaza grave a la autonomía individual. Además, sostiene que este tipo de publicidad puede ser menos molesta que la publicidad tradicional.
“Despite some remaining uncertainty, the evidence does not seem to support the popular notion that online targeted advertising has reached an entirely new level of manipulation, turning users into mind-controlled zombies.»
Cámaras de eco, burbujas y polarizaciones
Existen temores de que el capitalismo de vigilancia tenga un impacto negativo en la política, fomentando la polarización y la manipulación de la opinión pública. Sin embargo, Königs revisa estudios y metaestudios -entre ellos los de Axel Bruns, quien viene desde hace años trabajando con datos de las redes sociales- que sugieren que estos efectos han sido exagerados. La evidencia empírica muestra que la difusión de noticias falsas y la creación de cámaras de eco son fenómenos menos comunes de lo que se suele creer; es más, las redes sociales pueden incluso contribuir a diversificar el consumo de noticias.
«The debate about these concepts (echo chambers, filter bubbles, and polarization, CAS) and their apparent impacts on society and democracy constitutes a moral panic (…) Contrary to what the filter bubble scare suggests, relying on search engines and social media for news consumption increases the diversity of people’s news diet.”
El malestar en la (ciber)cultura
La relación entre el uso de redes sociales y problemas de salud mental en jóvenes, sobre todo en adolescentes, ha sido motivo de debate (ver mi reseña de The Anxious Generation de Jonathan Haidt). Königs invita precisamente a cuestionar la narrativa de que las redes sociales sean la causa principal de la crisis de salud mental. Aunque algunos estudios vinculan el uso intensivo de redes sociales con un aumento en la ansiedad y la depresión, otras investigaciones presentan resultados más matizados, sugiriendo que la conexión no es tan directa ni alarmante como Haidt u otros autores proponen.
“Concerns about the negative impacts of social media use on mental health should be taken seriously, (but) there does not appear to be robust evidence to suggest that screen time is associated with, let alone a cause of, mental health problems.”
Vigilancia gubernamental
Königs aborda la preocupación que existe respecto a la colaboración de las corporaciones tecnológicas con los gobiernos para implementar una vigilancia masiva. Sostiene que, aunque existe el riesgo de que estas empresas faciliten la vigilancia gubernamental, la relación entre el sector tecnológico y los gobiernos es compleja y, a menudo, conflictiva. Tampoco se debe olvidar que algunas empresas de tecnología (como Apple) han implementado medidas para proteger la privacidad de los usuarios y han resistido activamente las demandas gubernamentales de acceder a sus datos.
“In contrast to the voluntary cooperation seen in the years immediately following 9/11, today’s surveillance intermediaries generally do not hand over data unless the government utilizes formal legal processes to compel its production (…) The age in which technology companies would salute smartly to government surveillance orders is over.”
Cumplimiento de contratos y confianza social
El uso de datos para verificar el cumplimiento de contratos es un aspecto del capitalismo de vigilancia indicado por Shoshana Zuboff que ha generado preocupación. Por el contrario, Königs argumenta que esta práctica podría fortalecer el cumplimiento de la ley y no representa una amenaza a las normas contractuales. La verificación de cumplimiento mediante datos puede beneficiar tanto a las empresas como a los consumidores, al proporcionar más transparencia y reducir el riesgo de fraude. En este sentido, Königs cuestiona la idea de que el capitalismo de vigilancia esté debilitando la confianza social, ya que, en muchos casos, incluso la aumenta.
“Data-based monitoring of contract compliance supports the rule of law precisely because it facilitates contract enforcement (…) Trust increases with the existence of formal institutions that allow detecting and punishing cheaters.”
Privacidad
Dejo para el final del plato más jugoso. Según Königs, una de las principales preocupaciones sobre el capitalismo de vigilancia es la erosión de la privacidad. No obstante, el profesor de la TU Dortmund University argumenta que la privacidad no se ve gravemente afectada, ya que el acceso humano a los datos recogidos es reducido y la mayoría de las actividades de procesamiento de datos son automatizadas. Este enfoque cuestiona la creencia de que el capitalismo de vigilancia representa una amenaza masiva a la privacidad individual.
Königs apunta que el capitalismo de vigilancia ofrece beneficios para la privacidad, al permitir a las personas explorar temas sensibles sin revelar su identidad. El acceso a foros y buscadores permite a los usuarios obtener información de manera anónima, lo cual contribuye a preservar su privacidad en temas que de otro modo podrían ser incómodos o personales. Muchas críticas al capitalismo de vigilancia se basan en una noción de privacidad demasiado amplia, que asume que cualquier recopilación de datos es una amenaza. Esta perspectiva, según el autor, exagera el impacto real del capitalismo de vigilancia sobre la privacidad y omite considerar que no todos los usuarios experimentan la privacidad de la misma manera.
«It is very unlikely that someone is personally reading your emails or WhatsApp messages, scrutinizing your Google search prompts, or judging your YouTube habits. The collection and processing of these data are performed by computers, not humans.»
Hasta aquí el texto de Peter Königs. El debate está servido.
Debates
Peter Königs no defiende a las corporaciones ni niega su falta de transparencia a la hora de monetizar datos personales; lo que simplemente sostiene es que la narrativa distópica sobre el capitalismo de vigilancia es exagerada y no nos lleva por el camino de un análisis crítico de las redes sociotecnológicas. Aunque existen preocupaciones válidas, el autor señala que el miedo generalizado puede ser contraproducente, desviando la atención de problemas reales -como la crisis de salud mental adolescente o las disfunciones de la política-, que podrían no estar relacionados de manera directa y causal con la tecnología.
Por otro lado, Königs argumenta que una regulación apresurada y basada en malentendidos podría limitar la innovación y ampliar la burocracia sin resolver los problemas de fondo. Según el autor, los “pánicos tecnológicos” infundados suelen producir políticas ineficaces, por lo que recomienda un enfoque más equilibrado para no «legislar en caliente».
Lo que más me interesa del polémico texto de Königs es su capacidad de ir contracorriente. Sus argumentos son discutibles, pero están basados en la evidencia científica más reciente. Lo dije y lo repito: las redes digitales no son el paraíso que soñamos en la década del 1990 ni el infierno que imaginamos en los 2020. Si hace 25 años nos quejábamos del infantil optimismo y la falta de miradas críticas ante el tsunami digital, hoy estamos inundados de apocalipticismo y distopías tecnológicas. Como el salmón, Königs nada contra las aguas que bajan pesimistas, instala temas y abre discusiones más que bienvenidas.