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Bolivia antes de Bolivia

Maurizio Bagatin / Inmediaciones

“Bolivia es un país con reputación”  – James Dunkerley

Era aquel increíble disco de Gato Barbieri, la pieza que le da el nombre, un viaje en lo desconocido de una posible tierra andina y la magia de un saxo que me llevaba hasta las entraña de un interminable socavón, la dificultad para conseguir una copia de aquel disco, dificultad hasta para tener una simple grabación en una cinta (dificultades titánicas de un país ya para titanes…), y era el otro disco, el de Freddie Hubbard, con el mismo título pero menos conocido, más tropical, más oriental, más suelto; en algunos momentos era el Mundial de Futbol del ’94, en la canícula norteamericana aquellos chicos chiquititos que se calificaron jugando tocando el cielo (Maradona aún no se había quejado de lo inhumano de la altura) y les estaban sacando la mugre a los teutones, el cronista que se encaprichó en pronunciar con una acentuación ridícula -como si fueran franceses de alguna ex colonia o de Haití- a los jugadores bolivianos: Etcheverrý, Soriá, Truccó, Sandý…

Pero fue sobre todo Butch Cassidy and the Sundance Kid y nuestro imaginario del sur, de todos los sures del mundo, de todas las leyendas -y las realidades- que el realismo mágico nos dejó: forajidos siempre sucios con enormes bigotes, con una amada esperándolos en cada polvoriento pueblito y un caballo igual a los de todos los spaghetti western; Osvaldo Soriano que penetraba silencioso un cañón o deslizándose por una pampa y organizaba un partido de futbol entre anarquistas de todas partes de Europa y nazis alemanes, mientras el hijo de Butch Cassidy se escapaba con la copa hacia Tupiza, Villazon, Cotagaita; era el mito del Che Guevara que nos transmitió una Europa ya desde hace mucho tiempo sin héroes y sin tumbas:¿cómo lo habrán matado, quién lo traicionó, por qué propio allí?  Más La Zamba del Che que escuchábamos día y noche bajo el sol y las estrellas mexicanas o en las fiestas de L’Unitá, entre platos de polenta con salchichas y queso y el siempre bueno vino tinto italiano.

Había leído en varios periódicos que dos exponentes de la extrema derecha italiana, Stefano Delle Chiaie y Pierluigi Pagliai, colaboraron en el golpe de estado de García Meza (al cual participó también el carnicero de Lyon Klaus Barbie), la parte nefasta del Made in Italy, la parte de las raíces de su tierra que uno nunca quiere encontrar afuera de su país: estereotipos, lugares comunes de la banalidad de los seres humanos, de nuestra irracional fauna.

Bolivia era el imaginarme yo que debía enseñar cómo construir canales de riego a campesinos que un tiempo habían canalizado el agua en el Machu Picchu y que habían alimentado uno de los más grandes imperios de todos los tiempos; memorias históricas violentadas y disfraces oenegeistas devastadores. Cada pueblo tiene el derecho a construir su camino, a construir su destino, así lo tuvieron los Mayas, así los de la isla de Pascua…así lo merecían los campesinos bolivianos del valle alto de Cochabamba. La verdad viene después, el futuro nos la ofrece siempre en una bandeja hecha de sudor, de lágrimas y de experiencia. Ella pero es, como decía Gabriela Mistral, un boleto de la lotería comprado después del sorteo…

Bolivia era también Casino, película de Martin Scorsese sobre casas de juegos y mafia, con Robert De Niro y Sharon Stone, era sobre todo aquella amenaza: “¡Si te portas mal, te mandaremos a Bolivia!”… ¿Qué podría esperarme?

Bolivia era, mientras yo estaba en África, solo un par de llamadas telefónicas… tomar o dejar… y un contrato hecho con la palabra, ni siquiera estrechándose la mano -las distancias son firmas profundas- y el tiempo de cambiar de valija, cuatro libros, un par de cintas musicales, los saludos y el verano compartido entre Camerún y el nuevo mundo. Origen del hombre y el futuro para mí. El boleto de avión fue de sola ida.

Antes era el arquitecto de Cesena -poco más que un pueblito, camino a la natal Rímini del nuestro soñador Fellini- que antes de volver de su viaje andino, por Ecuador, Perú y por Bolivia, se envió el mismo un paquete con algo de hojas de coca frescas, y acullicamos, o mejor nos las comimos como rumiantes desprevenidos -o vegetarianos power flower– sin probar nada más que un asqueo generalizado y gana de entender que era lo que muchos podían y lograban probar, cuál era la abismal diferencia entre la materia prima y la hoy dominadora del mundo, todos riéndonos… nuestras amigas con sus lenguas verdes y escupiendo el comistrajo del bodoque desde el balcón de una terraza de una tranquila provincia italiana. La coca no era aún el mundo de hoy, le faltaba pero muy poco para volverse.

Y más antes aún el profesor de literatura que nos leyó un artículo, sacado no sé de cual revista, de cual libro o periódico extranjero, en el cual se hablaba de que hubo un presidente, un caudillo tiránico, que había hecho un trueque -el término que utilizó fue un baratto– con Brasil y que a cambio de un flamante caballo blanco les había entregado un pedazo de tierra amazónica…y se me vino a la mente  -no me esforcé en entender por qué- Camilo Benso, Conde de Cavour, que a cambio de la ayuda francesa contra los austriacos cedió Niza (propio la ciudad adonde nació el Héroe de los dos Mundos, Giuseppe Garibaldi… extraños juegos que hace la historia, que hacen los hombres…) y otros territorios italianos. Mi reino por un caballo… trueques, baratto que hacen y deshacen las cicatrices de la historia. Y modifican la geografía.

Bolivia hace más de veinte años era mucha de mi imaginación, era mucha de mi fantasía, eran muchos de mis sueños… un país alejado, un país desconocido, un país misterioso… me iba imaginando que nos habrían esperado unas llamas, estos camélidos que solo había visto sufriendo en los zoológicos de Ámsterdam, de Lignano, de Berlín, para satisfacer aquel sueño veinteañero de competir con ellas en quien hubiera escupido más lejos, nosotros provocándolas y luego dejar que escupan sus salivas, evitándonos y dejándonos escupir las nuestras… sueño que aún serba tiempo, espacio y saliva, y el otro soñador que sigue recordándomelo…

Florencia era la casa adonde murió exiliado, olvidado y abandonado en la pobreza Tomas Frías, cerca del Hotel Cellai, Florencia, cuna del Renacimiento y tumba del presidente boliviano que fue… la noche que nos alojamos en aquel hotel, una fuga nocturna -estábamos disfrutando de un viaje escolar- nos llevó a encontrar casualmente la placa de mármol, colgada al muro de un edificio que recuerda que ahí, en aquella sobria casa, falleció el dos veces Presidente de la República de Bolivia, desconocido para nosotros el país y más aún el personaje. Las paredes encierran muchas historias, los muros a veces reclaman su memoria.

Folco Portinari, no el priore de Florencia, director del Banco dei Medici y padre de Beatrice (Bice), la joven musa inspiradora de Dante Alighieri sino el ensayista que me deleitó con Il piacere della gola, narraba que Charles De Gaulle, en visita oficial a Bolivia, estaba pacientemente escuchando al presidente Víctor Paz Estenssoro, el cual le reiteraba continuamente las titánicas dificultades en gobernar a un país con una cantidad diferentes de etnias, con inmensas diversidades sociales y geográficas, con tanta y controversial historia, a lo cual el gigante presidente galo, mirándolo de arriba hacia abajo le contestó: ”¿Y Usted cree que sea fácil gobernar un país como Francia donde hay más de cuatrocientas variedades de quesos?”.

En junio volvió de Bolivia un querido amigo, nuestro Reinhold Messner del pueblo, enamorado de las montañas, miembro del CAI (club alpino italiano), Renzo nos invitó a ver las diapositivas de sus hazañas, del cielo a una palmada de la mano, de los colores absolutos de las cumbres y de las nieves eternas, el verde de los Andes… un viaje antes del viaje y el Huayna Potosí, el Sajama, el Mururata, el Illimani, toda la paz de un Siddhartha ya en pleno nirvana y toda La Paz vista antes de verla… luces y colores de la Fiesta del Gran Poder. ¡Alucinar antes de la alucinación!  Una guía alpina del lugar le dijo que alguien más de su pueblo se habría encontrado con estas bellezas: solo las montañas no se encuentran nunca.

Bolivia era migración, leyendas de banderas plantadas en la luna, de mano de obra muy apreciada en los Estados Unidos, en toda Europa, viajeros, exiliados, vagabundos y músicos que encontrabas en pequeñas plazas de París, de Bruselas, de Madrid, tocando sus quenas, sus flautas y sus zampoñas, como el viento les enseño, como ellos lo aprendieron… luego artesanos con sus piezas de madera entalladas, llaveros multicolores, y el que en Santander, en España, me vendió un chaleco que sigo usando… whipala antes del proceso de cambio. Eran meseros cambas en las Ramblas de Barcelona, carpinteros y mecánicos en la industrial Bérgamo, albañiles en la explosiva Milán… migración y nostalgia antes de La Gran Comilona de la globalización.

Era el malentendido con mis padres que habían entendido que me estaba yendo a las bonificas, migración que se llevó a cabo verdaderamente después de la segunda guerra mundial, hacia las zona aun llenas de malaria al sur de Roma, escapándome de lo que nos estaba esperado con la llegada al poder de Berlusconi -luego todo eso fue aun peor de toda nuestra ingenua imaginación- mientras me estaba yendo de mucho más, y de todo lo demás… quid pro quo, fuga, autoexilio que lanzaron los de il manifesto, y al cual adherimos yo, Antonio Tabucchi (el suyo fue un exilio de oro entre Lisboa y Paris) y algunos desesperados, soñadores y fugitivos más…yo solo hacia Bolivia.

Era también mi mamá que rezando, antes de salirme, me dijo espero te encuentres una mujer y que pongas tu cabeza en su sitio. Oraciones suyas cumplidas. Matrimonio mío también.

Y mi hermana que me llamaba y me preguntaba si había entendido bien adonde estaba yendo, porque hay una amiga en su pueblo que recién ha vuelto de Bolivia, allí ha adoptado dos niñas, después de una tortuosa, humillante y muy cara burocracia pudo llevárselas hasta el rico e hipócrita nordest italiano, eran aymara y aun no hablaban el italiano cuando yo las conocí…después de un tiempo una de ellas se escapó y la encontraron, bien casada y con dos hijos, en el profundo sur de Italia. De los Andes a los Apeninos es la historia al revés que De Amicis no había imaginado pudiera realmente ocurrir.

Bolivia era una guía turística -junto a Perú (allí una epidemia de cólera había causado menos muertos qua una inundación en una ciudad del norte de Italia)- advertencias: Sorojchi Pills para la altura, antidiarreicos, vacuna contra la fiebre amarilla, cuidado con los efectos de las bebidas alcohólicas en las alturas -durante las muchas fiestas que investían el país había que ser precavidos- y, sobre todo, no adentrarse en barrio de zonas peligrosas, como si existiera una señalización, unas visibles o perceptibles indicaciones al respeto: un amigo, con algunos prejuicios y muchas paranoias, me visitó en Camerún y, como todo buen viajero responsable, cuidaba su cámara fotográfica más que a su chica que lo acompañaba, durante toda su estadía africana no dejó nunca su Leica,  ni cuando iba a dormir, porque con estos africanos, hay que cuidarse de todo, ya me han robado los calcetines en el hotel, me miran chueco y tienen una cara… su chica terminó en la cama con un ingeniero que trabajaba con nosotros (él, apasionado como ella de arquitectura, le contó que había trabajado en el proyecto de Renzo Piano, en la construcción del aeropuerto de Osaka, en Japón… y fue magia negra) y su Leica pasó todos los peligros africanos y le fue robada en el aeropuerto de Fiumicino, en Roma, apena desembarcado del vuelo Lagos-Roma, seguramente por una mano experta local. Una recomendación que recibí de mi abuela a los diecisietes años fue: “Todo mundo es país y si estas afuera cuídate más de tus paisanos que de los que vas a visitar”.

Bolivia era el desconocido mundo del tercer mundo, oenegés, polvo, falta de caminos, miseria y dolor, mitos y leyendas, fabulas y crónicas de un realismo mágico solamente leído: todo el atraso que Pasolini nos devolvía en poesía… porque ser atrasado no es el peor de los males.

La Tesis de Historia de una chica, creo toscana, Francesca Fabeni, que metió la pata lapidariamente, sostenía que la revolución boliviana era una revolución sin socialismo, ninguna Tesis de Pulacayo, ninguna reforma agraria y ninguna nacionalización de las minas como tampoco el voto universal le hicieron –¿a razón?– cambiar de idea, según ella, en Bolivia no hubo revolución, sino un cambio gattopardesco. Queda una revolución, entre las vividas en Sudamérica, la de México, la cubana, y la de Nicaragua, que es la menos estudiada.

Bolivia era A Cochabamba me voy de Víctor Jara, en la bellísima versión latín-jazz de Daniele Sepe, escuchada en un hilarante concierto en Umbría pocos días antes de llegar a la Llajta: la voz de José Seves y la embriagadora performance de Elizabeth Morris y de Auli Kokko, y el disco editado por il manifesto, entrega nostálgica para auténticos outsiders, disco que fusionaba los cantos andinos, Tierra y Libertad y los Sem terra con el jazz, simbiosis mágicas que desgranamos en viaje, lentamente, sin mirar atrás, sin mirar adelante, con los ojos cerrados, cruzando el océano que abrió las puertas a toda las futuras contaminaciones musicales.

Bolivia era un chocolate, el de “El Ceibo”, que me invitaron unas chicas que atendían una tienda de productos del tercer mundo, L’Altrametá, se trataba de una barrita de chocolate con quinua… se rieron, me saludaron y me dijeron “desde Bolivia envíanos una tarjeta postal”, años después entré nuevamente en L’Altrametá, en la pared, reservada a los recuerdos y a las reliquias, colgaba aun la tarjeta que les envié desde Cochabamba: el Cristo de la Concordia, la Colina de San Sebastián, el Tunari y una infaltable chicharronería.

“Schiphol estación de trenes, Schiphol aeropuerto de Ámsterdam, hasta luego Europa, frio hasta en pleno verano, ciudades que parecen eternamente grises, que parecen estar soñando el sol, soñando el mar, soñando el sur, hasta pronto… me saco una Philip Morris, una de las ultimas, busco mi encendedor, no lo encuentro, y a mi lado aparece la llama de un Zippo, se acerca y me ofrece el suspirado fuego que enciende tabaco, nicotina, alquitrán, adictivos químicos desconocidos, es un hombre que puede tener al máximo treinta, treinta cinco años, rubio, ojos azules, me pregunta adónde estoy viajando, en un maccheronico inglés que sabe a italiano del sur, le digo que estoy viajando a Bolivia, ¡ah! me contesta, ahora en un perfectamente reconocible dejo de dialecto romano, Santa Cruz de la Sierra y me hace el gesto inconfundible de quien se encuentra en Holanda por algún tráfico ilícito, el tráfico de cocaína, gesto que torciendo la nariz como lo de uno que tiene un resfrío leve, es innegablemente el de uno del giro… estuve ahí el año pasado, bella ciudad, lindas chicas, mucho calor. Lo miré y le dije que no, yo estaba yendo a Cochabamba, terminé mi Philip Morris me despedí y ya en el vagón pensé en este romano con cara de centurión mientras iba y volvía de Ámsterdam llevando tal vez la cocaína que alguien, o que él mismo, había ido a recibir -o comprar de algún pusher desconocido hasta Santa Cruz de la Sierra- para luego entregarla a la Roma per bene, o a la Milán de los yuppies y de la moda, en lo peor de los casos a los nuevos mercados, los consumidores emergentes de una clase obrera devastada, la que antes de irme había votado por los secesionistas de la Lega Nord”.

Bolivia era el sueño de todo viajero, del que se sentía un poco antropólogo, un poco bohemio y un poco poeta: el tercer mundo era un ancla de salvación -la fuga que el director de cine Gabriele Salvatores transmite en sus películas y a los fugitivos a los que dedica la película Mediterráneo: “Dedicado a todos los que están escapando”, con la cual ganó el merecido Oscar- para quienes no soportaban más el devastador progreso del primer mundo, para los que no querían sufrir más de la abominable alienación, para muchos de los inquietos y soñadores, y para varios de los fracasados del occidente.

Fueron los artículos, las notas periodísticas, las estupendas narraciones de Eduardo Galeano, su utopía siempre encendida, siempre pronta a despertar y mantener vivo en nosotros el fuego de la memoria, así tan frágil, así tan desmemoriada, era su memoria, era su fuego, el fuego de su generación: la Potosí octava maravilla del Mundo, adonde Claudia (nombre de femme fatale para Bolivia), una hechicera nacida en Tucumán, se venía a morir bajo el cerro más generoso del universo, el cerro mágico y trágico de las encantadoras pinturas de Melchor Pérez de Holguín, el cerro que parió tanta plata que se hubiera podido construir con este metal un puente entre Sudamérica y España, la Potosí del Boccaccio boliviano, el cronista Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela, la fundación del Alto Perú con Bolívar y Sucre, esplendidos y puros héroes, para nosotros como lo eran Salgari, Dumas, Julio Verne y las mujeres, estas valerosas cochabambinas que no se doblegaron a los españoles, las Heroínas de la Coronilla guiadas por Manuela Gandarillas… y así La Paz y la rebelión de Tupac Katari, Melgarejo y los continuos golpes de estado, la cocacracia de los años ’80, hasta la memoria que se introduce en la narración de una guerra infame, la Guerra del Chaco, testimonio de dos de las más profundas, esculpidoras y elegantes plumas que hubo Latinoamérica, la del cochabambino Augusto Céspedes y la del paraguayo Augusto Roa Bastos: hoy solo ellos podrían devolvernos con Sangre de mestizo e Hijo de hombre toda la memoria que la fragilidad de la historia nos ha hecho olvidar. Bolivia eran mis memorias del fuego. Antes, ahora y después.

Bolivia eran los Inti Illimani, grupo musical chileno con nombre de un cerro que es mito, magia y encanto de La Paz, los conciertos de los setenta y de los ochenta llevaron a Italia la historia de un continente que era continuamente depredado, violentado y sacudido por toda la violencia de lo que todos llamaban Imperio… golpes de estado y violencia, amor y sueños fluían en canciones que el tiempo volvieron tristes, aburridas, monótonas, nunca nadie pudo explicarme por qué este grupo se puso éste nombre, si desde Santiago el Illimani es muy lejos y siempre La fiesta de San Benito me pareció -como lo es en la realidad- una fiesta afro boliviana. No sé, tal vez se internacionalizaron con excelente anticipación o, con esta canción, querían pedir perdón por haberse bautizado con el nombre de un cerro boliviano. ¡El disco se intitulaba Viva Chile!, por eso sigo preguntándomelo.

Haber leído Cien años de soledad, esperar una Macondo, muchas Macondo, todas las Macondo que me habrían esperado en Bolivia -como en todos los países sudamericanos-, siempre hay una Macondo mágica, siempre hay una Úrsula, un Aureliano, una lluvia que dura cuatro años, once meses y dos días, una Macondo llena de mariposas, de muchas revoluciones, de soledad, y en una esquina los perros de Juan Rulfo -que ladran y no muerden,- una Comala adonde no se puede contra lo que no se puede.

Era una canción de Paolo Conte, alegre Sud América, el carnaval, su futbol, el surrealismo, los trópicos, un poco quimera y muchas nostalgias…

Y era lo que pensaban algunos anarquistas, la cuna del capitalismo, el vale un Potosí, un país siempre laboratorio de conquistas, de experimentos económicos y sociales, cuna del neoliberalismo y de una revolución sin socialismo… y Tristes trópicos de Claude Lévi-Strauss, el cual, llegando en Santa Cruz de la Sierra -algún día visitaría aquella casa de la gobernación adonde fue retenido junto con un amigo por la policía local-, vio pegado a una pared de aquel ambiente el aviso que decía: “Bajo pena de severas sanciones, está terminantemente prohibido arrancar páginas de los archivos para servirse de ellas con fines particulares o higiénicos. Toda persona que incurra en contravención será castigada”.

Bolivia era la Bolivia de muchos viajeros que leí poco y de prisa, Humboldt, Haenke, d’Orbigny, Isherwood, geógrafos, botánicos, científicos y escritores, y los muchos de apellido italiano que tenían que ver con la transformación de la  Erythroxylon coca, y con la elaboración de elixires (Domenico Lorini), de vinos (Angelo Mariani) y de la misma cocaína (Guillermo Malpiga), además de Paolo Mantegazza, de fama internacional. Tomábamos el licor Coca Buton (de Giovanni Buton de Bologna) que en su etiqueta decía: recomendado por el célebre higienista Senador Paolo Mantegazza e incluya -sigue en la etiqueta actual- hojas de coca bolivianas…era tan dulzón que debíamos alargarlo con agua tónica o con Ginger Ale, el resultado no era tan estupefaciente pero acompañaba el mito misterioso de aquella hoja increíble, legendaria entre los Incas y prohibida en nuestros días.

Bolivia no era una tabula rasa absoluta pero todo era aún mucha teoría, varios cuentos, leyendas, afabulación y demasiada imaginación.

No la de Vittorio Modotti, anarquista italiano y tío de la incandescente Tina Modotti, que se suicidó, atrapado por el terror, el miedo y la persecución de la policía fascista italiana, el OVRA; desde hace mucho tiempo lo estaban teniendo al acecho, y él, devastado por la inseguridad y carcomido por la soledad, en una fría La Paz, decidió quitarse la vida, en lugar de entregarse a los esbirros mussolinianos.

En las fugaces lecturas de A, la revista anárquica, algunos personajes me llegaron de muy lejos, como si fueran señales de humo, mensajes en botella o traídos por pichones viajeros fantásticos; así leí sobre Liber Forti y su teatro popular, y el grupo que fundó en Tupiza con el nombre de Nuevos Horizontes, Germinal Liber Forti Carrizo, anarquista de antaño, muy querido entre los libertarios del Ponte della Ghisolfa, zona popular de Milán y ambiente donde Luchino Visconti rodó Rocco e i suoi fratelli y a final de los años sesenta, en el círculo anarquista con el mismo nombre se fundó la revista A, en la sede histórica del Circolo anárquico que sigue aún allí… cultivando libertades.

Y tampoco era la de los misioneros, de los laicos, de los curas y de las monjas de Bérgamo que se habían radicado en lo de Cochabamba, fundando la Ciudad del Niño; un amigo de Milán me hablo de ellos y de Padre Berta, alma enraizada hacia el Tunari, en las afueras de la ciudad, entre eucaliptos y molles, canchas de futbol y huertas, los niños huérfanos, abandonados y con poca suerte, tuvieron la fortuna de tenerlo ahí, un mañana de carpinteros, mecánicos, albañiles les restituya dignidad, les daba una vida. La Bérgamo emprendedora que conocí más por Fernand Braudel que por su cercanía con Milán, estaba también en Bolivia.

Debíamos salir ya, debíamos viajar, yo tenía una edad incierta, si te quedas es como si ya supieras cómo todo va a terminar, porque en el quedarte está todo escrito, si te vas, suerte, que te vaya bien… algunas amigas me lo dejaron así, algunos amigos tomaron otro vuelo el mismo día, para ellos el destino era Cuba, una valija llena de preservativos y de prendas femeninas y un libro que les dejé al embarque: algunos meses después recibí, ya en Bolivia, una carta en la cual me culparon de haberles revolucionado todos los planes, culpa mía por el libro que les regalé, Cuba, falso diario, un viaje postergado de un marxista sui generis, llegar a juegos ya hechos cuando las cantinas están cerrando y los casinos apagan las luces… yo, mientras ellos vía Madrid leían este extraño destino, andaba hacia el mío. Miré un mapa del departamento de Cochabamba, tierra que debía pisar por seis meses, tal vez algo más, y en alto al centro había un territorio, el Chapare, a su extrema derecha, siempre en alto un pueblo, Los Nazis, ¿podía existir un pueblo con semejante nombre? Recordaba que algunos de ellos lograron escaparse y esconderse en Brasil, en Argentina, pero que algunos de ellos, además, llegaran para fundar un pueblo, en medio de la selva amazónica, con este nombre, me pareció digno de un realismo mágico que aún no se había escrito.

El viaje, sí, ya el viaje fue premonitor, vía Ámsterdam, saliendo de Venecia, una noche en la ciudad de los Coffee Shop y de las miles bicicletas, una mañana entre el zoológico y el acuario; cruzamos el charco y tocamos el continente Sudamérica, Rio de Janeiro, San Paulo, Buenos Aires, hemos llegado, no… Santiago de Chile, Arica, La Paz, Cochabamba, veintinueve horas de vuelo, con escalas y conexiones, dos días de homérica odisea. Junto a los documentos de viaje nos habían entregado un libro sobre las miles de oenegés presentes en el país y una bitácora de viaje en la cual nos aconsejaban reservar para el trayecto La Paz-Cochabamba un asiento en la ventanilla para disfrutar del paisaje, con la sola decepción de que el vuelo lo hicimos a las nueve de la noche y vaya paisaje que disfrutamos…

Bolivia era mucho para mí, era la dignidad, la valentía y la rebeldía de su gente, era la distancia y el misterio de su historia… toda esta era Bolivia… antes de Bolivia.

 

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