De: Patxi Irurzun / Inmediaciones
El primer cantante de Eskorbuto era tartamudo. Eso sí que era actitud punk. O como ellos mismos cantaban: “Eso nos demuestra que somos antitodo”. Eskorbuto. Un grupo con demasiados enemigos. Había que estar con ellos o contra ellos.
Hoy resulta mucho más fácil ser eskorbutiano. Repetir sus máximas. Ponerse sus camisetas. Ponerles sus camisetas a tus hijos pequeños. Pero cuando el grupo estaba en activo, declararte seguidor suyo suponía tener que defenderlos constantemente. Defender a veces lo indefendible. Con uñas y dientes. Como si estuvieras enterrado vivo. Arañando las tapas de todos los ataúdes.
Con Eskizofrenia (1985) nos hicimos definitivamente punkis. La batería electrónica que sonaba como una taquicardia en aquel primer disco de la banda de Santurtzi nos hizo hervir la sangre y tratamos de calmarla aplicándonos hielos en las orejas, que agujereamos con imperdibles. Teníamos dieciséis años. Fue nuestro primer verano en libertad. Durmiendo en las playas, o en las bocas de ventilación de los parkings, cuando hacía frío. Poco después, Josema se compró su primera furgoneta. Mi casete de Ya no quedan más cojones. Eskorbuto a las elecciones (1986) se derritió en su salpicadero, un día en que el sol se hizo navajero. El fanzine que la acompañaba se lo presté a una chica que me gustaba. Nunca volví a saber de ella. Ni del fanzine. Hoy esa maqueta cuesta trescientos euros.
Escuché las canciones de Eskorbuto millones de veces, pero solo los vi tocar en dos ocasiones. Una fue durante unos sanfermines. El ayuntamiento organizó un concierto y las barracas políticas otro alternativo, con el escenario al lado, a la misma hora. Por llevar la contraria, más que nada, pues los grupos de uno y otro eran perfectamente intercambiables. De hecho, alguno de ellos tocó en los dos conciertos. No sé si fue Eskorbuto, pero pudo haberlo sido perfectamente. Les pegaba.
La segunda vez que vi tocar a Eskorbuto no recuerdo dónde fue. Creo que en el frontón de algún pueblo de Gipuzkoa. Fuimos en la furgoneta de Josema. Con nosotros vino el hermano de un amigo, algo mayor que nosotros, que acababa de salir de Proyecto Hombre, y el primo de otro, algo menor, al que la policía le había disparado meses atrás un bote de humo en la cara.
Antes de entrar al concierto nos bebimos mil cervezas y en cada una de aquellas rondas el hermano de nuestro amigo pedía siempre un vaso de leche. Era su bandera blanca, pero, a pesar de todo, los yonkis y los camellos no le daban tregua, no dejaban de acercarse y hablarle al oído. Durante el concierto, al primo del otro amigo, aquel al que le habían disparado un bote de humo en la cara, comenzó a dolerle la cabeza y tuvimos que sacarlo fuera del frontón. Mientras lo hacíamos Eskorbuto cantaba Mucha policía, poca diversión.
Después —después del Antitodo (1986) y del directo Impuesto revolucionario (1986)—, Eskorbuto sacó aquel disco raro, Los demenciales chicos acelerados (1987). A muchos no les gustó. Era un disco ciertamente raro. Fallido. A mí, sin embargo, es el trabajo que más me gusta del grupo, precisamente porque en él se apunta todo lo que Eskorbuto pudo haber llegado a ser, si no hubieran vivido tan deprisa, con un caballo coceándoles las venas del corazón, y un talento vendido al mejor postor, en trapicheos en los que siempre salieron perdiendo, en los que solo ganaron algún pico.
La idea de Jualma Suarez y Iosu Expósito era grabar una ópera punk, su propia Quadrophenia, a imitación de sus admirados The Who. Escribieron incluso un guión, prolijo en detalles y descripciones con ínfulas literarias, que llegó a emitir Roge Blasco por capítulos en uno de sus programas de Radio Euskadi, narrado por los propios miembros del grupo, incluido el batería Pako Galán, el tercer Eskorbuto, siempre a la sombra de Iosu y Jualma (algunos de esos capítulos se pueden encontrar buceando en internet, el resto se han perdido).
En dicho guión se cuenta la historia de dos socios capitalistas, uno de los cuales asesina al otro (“No es fácil ser pobre y con familia/ combatiendo diariamente por sobrevivir/ No es fácil ser rico y asociado/combatiendo diariamente por no ser pobre”, cantaban en uno de los temas). Tras hacerse con toda la fortuna de su socio y convertirse en uno de los hombres más acaudalados del mundo, este empresario sueña con dominarlo, con dominar el planeta, y para ello crea su propio ejército personal, al frente del cual coloca a los demenciales chicos acelerados, Pij, Ortan y Ángel, los tres huérfanos más hijoputas reclutados en los reformatorios más duros.
La idea era, pues, ambiciosa, pero entre las virtudes de Eskorbuto no estaba la paciencia, o, mejor dicho, tenían otro tipo de urgencias, y finalmente la ópera, o la zarzuela punk, como también la llamó Iosu en alguna entrevista, se grabó de manera precipitada, con las canciones desordenadas, para ajustar el minutaje, convirtiéndolo en un disco carente de sentido argumental, sin ningún tipo de hilo narrativo. Es más, algunos detalles del mismo, como la portada y contraportada en la que aparecían fotos de dirigentes nazis o Hitler, o canciones cuyos mensajes misóginos o totalitarios debían atribuirse a algunos de los personajes, quedaron peligrosamente descontextualizados (aunque con otras, como Las multitudes son un estorbo, resulta fácil estar de acuerdo cuando uno va a un centro comercial, por ejemplo).
Los demenciales chicos acelerados, más allá de lo que pudo haber sido y no fue, se convierte así en una extraña colección de canciones, en la que sin embargo hay varios hallazgos valiosos, flores en la basura, giros inesperados… Musicalmente, Eskorbuto introduce teclados y sorprendentes medios tiempos, en canciones como La canción del miedo, Paz, primero la guerra, Asesinar la paz… Y junto a ellas algunos de sus primeras y nerviosas canciones, clásicos ya del punk como Enterrado vivo o Más allá del cementerio (más allá del cementerio, por encima de la tapia del mismo, era por donde Iosu Expósito enviaba los balones, cuando de chaval jugaba al fútbol con muy buenas maneras, según cuentan; de hecho Unai Expósito, el exfutbolista del Athletic de Bilbao, es sobrino del músico; y, ya que hemos abierto paréntesis y sección de cotilleos, ¡hola corazones!, Urko Igartiburu, hermano de la famosísima presentadora Anne Igartiburu tocó durante algún tiempo en Eskorbuto, tras la muerte, con apenas unos días de distancia, de Iosu y Jualma, cuando Pako, el batería del grupo intentó mantener en activo la banda; por si eso fuera poco Urko Igartiburu es pareja de Mamen Rodrigo, guitarra y voz de Las Vulpess; es decir, ¡Anne Igartiburu es cuñada de una de Las Vulpess!; cerramos paréntesis y con él esta minisección del ¡Hola! punk).
Volviendo al disco que nos ocupa, tras publicarlo con la compañía Discos Suicidas, el grupo robó el master de Los demenciales chicos acelerados y se lo vendió a otra compañía, Twins, que se limitó a comercializarlo con una portada distinta y el mismo orden desordenado de las canciones (el grupo podía al menos, haberle cambiado el título y llamarlo, no sé, Coge el dinero y corre). Todo, en definitiva, muy eskorbutiano.
Arrogantes, bocazas, contradictorios, insobornables y a la vez capaces de cualquier cosa por dinero, odiados y admirados a partes iguales por los grupos con los que compartieron escenarios, a los que de vez en cuando intentaban robar una guitarra o un amplificador, Eskorbuto fueron la mejor banda del mundo, aunque tocaran peor que nadie y disolvieran su talento en chutonas contaminadas con heroína y agua sucia de la ría. Sus vidas son el retrato generacional más crudo de unos años violentos, turbios y desesperanzados, pero no tanto como para no intentar hacerles frente con un puñado de canciones honestas que seguirán escuchándose durante toda la eternidad mientras no haya futuro; que resonarán incluso en nuestros cerebros destruidos cuando llegue el exterminio de la raza del mono.