El ascenso de Bolsonaro a la presidencia de Brasil tiene algunas implicancias para el futuro -a mi parecer nefastas- que se pueden sintetizar en lo planteado por Pablo Gentili “Un presidente defensor de la tortura, xenófobo, racista y homofóbico. Un parlamento dominado por la derecha y la ultraderecha, con amplia mayoría de legisladores que defienden la deforestación de la región amazónica, el agronegocio, el armamentismo y el comercio neopentecostal de la fe.” (El País, 29 octubre). Para Mariana de Gainza con “fuerza de movilización y de organización, presencia en las calles, lectura de la coyuntura y de los malestares sociales, dominio de las nuevas tecnologías de la comunicación y, sobre todo, proyección estratégica” (Anfibia, 2018).
Con todo ello, llama la atención que en Bolivia empiece a emerger un fenómeno curioso: una suerte de algarabía y regocijo por el triunfo electoral del capitán. Un suceso que he denominado Bolsonarismo local. ¿Por qué se ha suscitado este apoyo moral al candidato de la derecha extrema en Brasil por ciudadanos bolivianos? La primera respuesta -creo obvia- es que es una forma de descargar una emoción anti-gobiernos progresistas inundados por la corrupción como fue el Partido de los Trabajadores de Lula, y en el caso nuestro: el MAS; sumado a ello el afán de postular a su líder histórico (Morales Ayma) por cuarta vez consecutiva sacrificando el voto vinculante en el referendo del 21 de febrero del 2016.
No se puede negar la legitimidad que tiene cualquier ciudadano en el mundo de apoyar a determinados candidatos en función del lugar que ocupen en el espectro ideológico, vale decir: derecha extrema, o moderada, izquierda extrema o moderada. Sin embargo, también es legítimo tener como premisa la duda y la sospecha. Lo digo esto para justificar mi posición respecto a lo recientemente acaecido en Brasil: no creo en mesías, ni de derecha ni de izquierda.
Considero que los latinoamericanos padecemos de una suerte de caudillismo congénito: suponemos que la emergencia de un outsider de la anti-política (crítico con los partidos políticos del establishment) es la cura a todos los males acumulados. En el caso de Bolivia estos son: elites políticas corruptas, sistema judicial podrido, y estado crítico del sistema de salud, entre otros. Ergo, la apertura de una esperanza en un sector de la ciudadanía (Bolivia) que desde la tv y las redes sociales vieron cómo en el país vecino (Brasil) la mayoría electoral optó por dar una patada a los gobernantes progresistas y apoyar a un nuevo líder con “aura liberal” y espíritu cristiano”, es el síntoma de una nueva época.
No se puede negar, los discursos patriotas y nacionalistas están de moda y tienden a ser hegemónicos, cuales está provocando virajes ideológicos en diferentes países de Latinoamérica. A decir de Javier Solana “Ante la Asamblea General de la ONU, que pasa por ser el oficioso Parlamento mundial, Trump afirmó sin tapujos que rechazamos la ideología del globalismo y abrazamos la doctrina del patriotismo. En su discurso, Trump no escatimó elogios hacia otros Estados que siguen su ejemplo, como Polonia. Hace unos días, Brasil fue el último país en subirse —de la mano del ultraderechista Jair Bolsonaro— a esta ola nacional populista que amenaza con arrasar nuestras instituciones multilaterales.”(El País, 02 noviembre)
Es sugerente el tuit de Homero Carvalho “A estas alturas de los siglos algunos necios siguen viviendo en la caverna de Platón.” Empero, digo yo, ellos también tienen derecho al voto. Con todo, creo que la democracia no solo construye corruptos, sino también monstruos.