¿Qué hubiese sucedido en Bolivia si el dirigente cocalero Evo Morales y el Movimiento al Socialismo hubiesen respetado la Constitución Política del Estado de 2009 en las elecciones de 2014? ¿Cómo hubiese mejorado su imagen si en vez de aplicar estrategias envolventes, el no matemático Álvaro García Linera no hubiese alentado un Referendo para cambiar las reglas del juego en 2015? ¿Qué saldo de muertos, heridos, quemas, pérdidas económicas se hubiese ahorrado el país si la Corte Electoral de los no notables hubiese impuesto el respeto a la victoria del “No” a la reelección indefinida? ¿Cómo estaría el Poder Judicial si no hubiesen utilizado el argumento de “derecho humano” para camuflar la mentira?
La resistencia desde 2016 salvó al país de ser prisionero como Venezuela o Nicaragua. Las manifestaciones contra la quema intencionada de bosques fueron un ensayo general y convocaron incluso a capas sociales que no salían antes a las calles. La defensa del ingreso del Pumakatari a más barrios en agosto de 2019 unió a los vecinos contra los abusos del sindicalismo clientelar. Los jóvenes internautas contrastaban a los guerreros digitales financiados por el Gobierno desde su libertad de creatividad.
¿Cómo estaría la democracia boliviana si los bolivianos hubiesen aceptado el conteo de los votos en octubre de 2019, las declaraciones de los vocales electorales, la interrupción del TREP, la aparición de papeletas en basureros públicos, la presencia de inteligencia extranjera, el rol del no árbitro electoral?
Las lanas de colores, los coches infantiles, las camas, las hamacas, las mesas, las sillas, las pitas, los juegos para niños, la rayuela, los tejidos, fueron inventos de quienes ocuparon las calles y los parques para decir simplemente: ¡No! No va más. Por eso eran imposibles de derrotar.
La resistencia ciudadana por su propia condición espontánea no contó (ni cuenta) con un aparato de prensa y propaganda, pero sí con el aporte de los más jóvenes que rápidamente circulaban memes, mensajes, noticias, informes, convocatorias. Artistas, algunos famosos, otros principiantes, crearon imágenes, canciones, consignas. En medio del hastío ciudadano hubo también instituciones, plataformas ciudadanas, organizaciones indígenas y sindicales, agrupaciones, clubes, universidades, entidades, alcaldías, comités cívicos, comités femeninos, políticos, partidos, con diversos motivos y distintos intereses.
El uso de la bandera tricolor fue simultáneo en todo el país para identificar a los rebeldes, como en tantos otros momentos definitorios en la historia patria.
En un momento clave, muchos policías optaron por dejar el rol represivo que imponía el Gobierno para sumarse a la protesta popular. Cuando parecía imposible un desenlace rápido, policías de diferente graduación y desde distintas unidades y especialidades desconocieron las órdenes de atacar. Aquellos hombres y mujeres en techos, barandas, portones, trancas, sumaron su voz a la resistencia.
Esa decisión les costó carísimo. Fueron los primeros en sufrir la venganza; sus sedes fueron saqueadas; las puertas de sus viviendas fueron selladas como en épocas de la persecución nazi. En La Paz, tuvieron que refugiarse en el Comando Nacional en Sopocachi, donde decenas de jóvenes llegaron para protegerlos. En esos días heroicos, la ciudadanía desarmada, pero unida, cambió el rol tradicional para dar seguridad a los uniformados. ¿Cómo hubiesen terminado la movida rebelde sin el motín policial? ¿Dónde estarían las autoridades actuales si se cumplía la orden de incendiar la ciudad?
Lupe Cajías es Periodista