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Límites de (in)tolerancia

“Por fin un tribunal de manera imparcial escuchó nuestros argumentos”,  fue el titular de El Deber a propósito de la disposición de arresto domiciliario para Zvonko Matkovic Ribera, tras ocho años de detención preventiva por el polémico caso Rózsa. Luego de una larga peregrinación, la familia celebró su retorno al hogar convertido en prisión domiciliaria, mientras otra gran mayoría aplaudía el hecho.

El joven activista del movimiento cívico jamás imaginó que la lucha autonomista liderada desde el oriente, cuyo tufo federalista fue pretexto para sindicarla de separatista, le costaría el encierro de casi un tercio de su vida. No es el único. A partir de este antecedente, coincido con todos aquellos que sostienen que no debemos conformarnos con tan poco siendo necesario explicar esta suerte de resignación colectiva que nos domina.

Durante la luna de miel y años de bonanza, el régimen del MAS tuvo la capacidad y condiciones favorables para ajustar dosificadamente el torniquete de su poder arbitrario, sembrando un campo minado de impunidad.

Con paciencia, efectiva y costosa propaganda, anestesió nuestros sentidos, invisibilizó las voces disidentes hasta satanizar el incipiente pasado democrático. Lo peor, logró ampliar el margen de tolerancia social hacia la violación del derechos individuales y colectivos, y otras injusticias, prohijadas en medio del montaje cuidadoso de escenarios de guerra y confrontación social, y política.

Por ello, el amplio margen, físico y psicológico de soportar los cambios de humor, actitud y comportamiento presidencial no debiera asombrarnos.

A la par de inyectar el agradecimiento religioso de sus leales seguidores, el régimen supo domesticar la resignación ante la estridencia y agravios discursivos antes impensables. La condescendencia colonial hacia el caudillo indígena dejaba pasar el rosario de anécdotas impregnadas de resentimiento, atávico machismo e ignorancia.

Por tanto, tampoco asombra el tímido aplauso ante intermitentes señales de cordura y giros de conducta finalmente inconsistentes. ¿Acaso las razones invocadas por Jaime Paz Zamora para declinar su viaje a la Haya no son consecuencia de verborragia presidencial irreflexiva e incongruente? El mar nos une, pero la falta de palabra, el desapego a la ley y al pluralismo democrático confronta y nos divide. Son heridas difíciles de camuflar, abismos que ni en la Haya se podrá disimular.

Esta actitud permisiva comienza a revertirse. Y es que a partir del 21F y las sucesivas manifestaciones ciudadanas se inaugura un tiempo de despertar político en defensa del voto y la democracia. El reclamo por el respeto a la palabra empeñada de un presidente sin palabra es creciente. Los elefantes azules, el clientelismo y la megalomanía presidencial indigestan. Es recurrente la patológica tendencia a enredarse en el laberinto de incoherencias y la suma de torpezas.

Así como el apego y la confianza en el “proceso de cambio” y su líder cae en picada, el MAS gana terreno cerrando filas, reforzando el pacto político y social con su núcleo duro de poder y la vanguardia cocalera. Curiosamente, lo que no cambia es el marcado rechazo y la desconfianza en la política y los políticos del bloque social opositor al mismo.

Las plataformas ciudadanas y los grupos intelectuales hacen política, demandan renovación y cambio de cultura política, por medio de un discurso antipolítico. Son tributarios de una cultura resistente a las “agrupaciones ciudadanas y partidos políticos”, instituciones que, nos gusten o no, son el único medio para efectivizar un recambio en la reconfiguración del mapa de poder.

Su implacable juicio respecto al pasado democrático, a la actuación de líderes regionales opositores, sobrevivientes y acosados por el hipercentralismo y los recurrentes “peros” a líderes vigentes y emergentes son funcionales al MAS.  Se equivocan en su intento, consciente e inconsciente, de reeditar un mesianismo alternativo.

En otras palabras, la tolerancia, prolijamente amasada hacia los desatinos presidenciales durante años, es inversamente proporcional a la intolerancia explícita y prejuicios inocultables al interior del diverso bloque opositor, lo que le conviene a Evo. Allí radica la fortaleza de su proyecto de poder y afanes prorroguistas. Por ello, urge encarar el análisis reflexivo de este comportamiento que nos atomiza. Hacerlo es una tarea ineludible de la agenda política pos-21F.


Erika Brockmann Quiroga es politóloga y psicóloga.
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