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Libros rescatados e historias

Olvidé cómo comenzar el texto. Entre Cochabamba y Trojes. Y de vuelta. Ayer llovió. Una larga nube cargada salía del pico Tunari y se extendía hasta por lo menos Chiñata hacia el este. El viaje me valió recuperar Isabel de Egipto o el primer amor de Carlos V, de Ludwig Achim von Arnim, amigo de Goethe, comprado en noviembre de 1986 en Valencia, según anotan en tinta verde mi letra y puño.

Valencia, del Cid, subidos en el segundo piso de un edificio medieval quise creer, recinto de la CNT. En la radio interna que tenían, hablamos Alain Labrousse y yo acerca de Cuba, Fidel. Jóvenes punk leían revistas o conversaban. Más tarde en un bar en la planta baja nos emborrachamos a puerta cerrada con agua de Valencia. Se habló de poesía, de Durruti, de Negrín y la traición comunista, de Bolivia desconocida. Con el tiempo vendría la ofuscación anarquista de la península ibérica con el tema de Evo Morales, lo que me obligó a romper con ellos. Ácratas defendiendo al rey del capitalismo salvaje y emperador de lo otro, increíble. Allá ellos, hubo un tiempo para todo y el suyo terminó. Ceguera. Pero no hay que permitir que muera la ilusión y que nuestra capacidad de asombro, de descubrimiento, cese de extenderse. Hoy lo insospechado se convierte en real, de crepúsculo a amanecer. Poca cuenta nos damos de nuestra propia rápida transformación. Por ello, amo recuperar libros viejos, mirar de entrada la cronología y la geografía que detalla mi mano en letra de imprenta. Luego, revivir las circunstancias en que se los consiguió. Llegando al aeropuerto de Santa Cruz con la mochila llena de volúmenes, leyendo El rey de la máscara de oro y dejando que su luminosa niebla me obligara a no pensar en pasiones rezagadas ya, cerca de los Alpes, a digerir en mente el postrero París, la novedosa España, los bosques de Québec.

Antes, bastante antes, que la emigración a Estados Unidos, que Lou Reed en Dirty Blvd, mi canción receptora para el nuevo país.

“Pedro lives out of the Wilshire Hotel
He looks out a window without glass
And the walls are made of cardboard, newspapers on his feet
And his father beats him because he’s too tired to beg”

No pensaría entonces que me casaría con una pintora de Nueva York, escucharía música jamás imaginada. Arte, muchísimo, Kazimir Malevich, Rembrandt, Keith Haring, Rubén Blades y Son del Solar, bluegrass, Rosalie Sorrells cantando Good Bye, Joe Hill. Emily y Aly, dos hijas.

Casas construidas en cartón, New York. Arica. Rusia narrada por Aleksandr Ivánovich Herzen.

Negro es el color del cabello de mi verdadero amor. Tonada escocesa con infinitas versiones, desde Joan Baez a una, la mejor, que me hizo escuchar Hervé en su dormitorio de la Sorbona. Negro el cabello de Irina, como la noche en que irradia su grito el bursak. Vuelan largas cigüeñas, sábanas fantasmas. Irina Nesterrovich, Ирина Нестеррович, ya no despierta al ruido de las bombas. Las cree campanadas del reloj del cielo. Mueve los brazos y arregla el pelo, oscurísimo sobre la blanca almohada con bordados locales en rojo y azul. Me acerco a Poltava, luces por el aire. Alisto el cañón antiaéreo y disparo con enfermiza violencia. Si de cada uno caen tres enemigos pues me habré cargado trescientos; no sembrarán más papa ni comerán col. Simple lógica, el repollo se deshará en mi propio plato con cucharada de crema agria y esparcido eneldo. Me acerco y no te despierto. Sentado, cierro los ojos con alguna desazón por no haber eliminado quinientos. Black Is The Color Of My True Love’s Hair, voz de Nina Simone.

Abandono las digresiones bélicas, negro es el cabello de mi verdadero amor, y acaricio el lomo de Henry y June, rescatado hoy, mimetizado entre piezas de teoría literaria. Anaïs, Anaïs, lectura de mis veinte años en seis diarios que poseía. París, de nuevo, hogar de un anarquista español y su pareja artista francesa, en Nanterre pero más seguro en Malakoff. Mientras cocía la paella de conejo y mariscos, revisaba la biblioteca. Volúmenes de Anaïs Nin, época muy marcada de mi vida, con Henry Miller, Alfred Perlès, Lawrence Durrell. Entre mis veinte y veintitrés, más o menos. Pilar, Gloria, que iban cediendo paso al mundo de Elisabeth, Elke y Francine. Confusión de muslos, pieles aferradas una a otra que al despegarse descubrían chasquido de látigo. Quilt sensual. Extraños sonidos guturales, suspiros de gruta, termales aguas de caverna, emanaciones de tibio azufre, viaje al centro de la tierra; recordándolo, me retraté en faldas del maestro Verne en la explanada de Vigo. Caminaba un bebé pulpo por el malecón y un garfio lo arrebató de futuro. Delicado balance, me dije, lo que me dio ánimos para no pensar en ellas que a todas perdí. Jules Verne, el pulpo gigante y yo, listos para partir al incansable Orinoco.

La marcha de Radetzki, Joseph Roth, libro favorito del maestro Jorge Muzam en su exilio de San Fabián de Alico. La nota reza: Valencia, 12 de noviembre, 1986. Francine, bella y sexual, puso su nombre al lado del mío en octubre del 87. Lou Reed, ahora: Good Evening Mr. Waldheim, una de las canciones suyas más lindas para bailar a pesar de su contenido político. Cómo eras tú, muchacha de Leeds, ligera de prejuicio en las notas de Walk on the Wild Side. He de deberte siempre la alegría. A tiempo de morir pensaré en ti, un poco para no ser egoísta con tanta mujer dadivosa. Joseph Roth no tuvo mi suerte, descorazonado olió la penumbra nazi que asomaba, tomando los dedos de su esposa loca, sabedor que los minutos llegaron a fin.

Моя любовь.

Моя любовь.

Entre la ciudad Sí y la ciudad No. “Todo está muerto y asustado en la ciudad No”. Cochabamba, 5 de mayo, 1986. “La vida, en cambio, en la ciudad Sí, es un canto de mirlo”. Yevgueni Evtushenko me dedicó un libro de ensayos suyo, edición norteamericana. Puso: «Para Claudio Ferrufino con mi amor por Bolivia, 2006, YE». Inolvidable. Ese libro sedujo a E, no yo. Tengo en vista hasta el detalle. Se acojinaba la ciudad inane, había fallecido la Navidad del 85 y entregaste tu amor para reponer la vida exterminada. Una y otra vez cantaron sobrios horneros de paso militar; hacían chirp chirp los mukusuas café y amarillo, ladrones de muku. Media botella de vino barato quedó en el mostrador de la cama. Camino de casa me regalaste la más preciosa sonrisa y cuarenta años pasaron. Rip Van Winkle despertó de su sueño y no encontró nada. Pero tengo tu retrato en carbón, en tinta china, pezones marrones de mujer madura.

Sigo con la ciudad española y el año ochenta y seis. Retratos reales e imaginarios, del maestro Alfonso Reyes: Antonio de Nebrija, Chateaubriand, Fray Servando Teresa de Mier. Líneas de trazo efímero, debo volver a leer, no voy a negarme al placer. La noche comenzó hace mucho y aguarda por mí una película sobre la Guerra de Secesión, en el sur de las Carolinas. Lejos, hay jolgorio de fiesta, canta Leo Dan. ¿Han de preguntarme del tiempo? No sabré responder.

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