Al calor de la derrota en las pasadas elecciones subnacionales, Cesar Dockweiler indicó que era difícil alcanzar la victoria porque “La Paz no acepta el Proceso de Cambio”. Declaración orientada a evitar el colapso moral de sus seguidores, pero engañosa pues impide entender por qué, por más de veinte años, el MAS no puede ganar la alcaldía de la sede de gobierno.
A diferencia de otros municipios, La Paz tiene una vida política intensa. Es el centro político institucional del país, matriz de la burocracia estatal del nivel central. Las tramoyas oficialistas y opositoras marcan su día a día. El asedio constante de marchas, bloqueos y enfrentamientos son parte de su cotidianidad. El Ritmo de la correlación de fuerzas hace un fuerte eco en las preferencias ciudadanas, pues las posverdad gubernamental, tan efectiva en otras latitudes, es resistida pese al bombardeo mediático en redes sociales y la intensa propaganda oficialista. El discurso contrasta con el accionar efectivo, las palabras y buenas intenciones se estrellan con las imposturas. El cóndor que necesita del ala derecha y el ala izquierda para volar (bella metáfora evocada por el Vicepresidente Choquehuanca en su discurso de embestidura) se estrella contra los procesos judiciales instaurados contra líderes opositores por el régimen de Morales, estrategia que Luís Arce está dispuesto a continuar. Más allá del mayor o menor atractivo de los candidatos oficialistas que intentaron hacerse con la silla edil, es como si la ciudadanía paceña intentará establecer un contrapoder para impedir la centralización de toda la institucionalidad en un solo partido político, un intento de racionalizar el poder mediante su limitación, salvaguardar un espacio de resistencia.
La victoria del oficialismo, durante las pasadas elecciones nacionales, se vivió con impotencia y desazón en la sede de gobierno al igual que en muchas capitales de departamento. El MAS demostró una formidable capacidad de recuperación luego de la renuncia de Evo Morales, resistió por un año el asedio judicial y la sistemática persecución policial por parte del gobierno transitorio de Jeanine Añez y logró convertir el descontentó ciudadano en apoyo electoral, pero no pudo ganar en la ciudad de La Paz. Una de las razones de este comportamiento “a contra corriente” es que el movimiento de protesta contra el fraude electoral del 2019 fue intenso en varias zonas paceñas, la respuesta del MAS fue la convocatoria a distintos grupos de choque, conformados por campesinos y mineros, para agredir a transeúntes y manifestantes. Actos vandálicos, amenazas de cerco y cortes de servicios básicos, la quema de Pumakataris y casas particulares son hechos que los vecinos paceños aún recuerdan. Esas agresiones, cuyos responsables quedarán impunes, son heridas abiertas.
Además, el MAS es representado como un partido corrupto y clientelar que, de ganar las elecciones, entregaría la alcaldía a los sindicatos del transporte público y juntas vecinales afines al oficialismo, utilizaría discrecionalmente las arcas municipales para patrocinar publicidad gubernamental engañosa y desmantelaría la institucionalidad construida por Juan del Granado y Luís Revilla en dos décadas. Un retorno a los tiempos de Gaby Candia, German Monrroy Chazarreta y otros alcaldes nefastos del pasado.
Pero estos temores y susceptibilidades se complementan con los propios errores del MAS a lo largo de los dos últimos meses. Dockweiler pasó de ser visto como un tecnócrata competente a jugar el papel de un demagogo desesperado. Su campaña electoral pasó de posicionar a Mi Teleférico como referente de eficiencia a lanzar promesas imposibles de cumplir para culminar elaborando una notable campaña de desprestigio contra Iván Arias durante la semana previa a las elecciones. Intentó seducir al electorado de clase media descuidando la base social que constituye el voto duro del MAS, extremo palpable en la conformación de su lista de candidatos al concejo municipal.
Si La Paz no acepta el “Proceso de Cambio” es porque la mayoría de sus ciudadanos se niegan a creer las promesas de sus antiguos agresores, rechazan convertirse en un espacio que reproduzca lógicas de dominación oficialista, interpretan los relatos gubernamentales como formas de encubrir los apetitos de las nuevas elites en el poder. El antimasismo es fuerte y se agrupa alrededor de cualquier opción, sea Carlos Mesa o Iván Arias, que pueda ganarle al MAS.