Por Alex A. Chamán Portugal
Desde un primer momento “La burguesía reivindicaba la soberanía individual, limitaba sólo por la soberanía de los demás individuos. En el lugar de la moral social y las virtudes públicas, colocaba una moral y virtudes privadas”.[1] La burguesía al enarbolar como sacrosanta la propiedad privada sobre los medios de producción, busca modelar la conducta de los hombres sin distinción en función de salvaguardarla, es decir salvaguardar el derecho de los dueños de los medios de producción para desarrollar y desplegar por todo el orbe la esclavitud asalariada, la extracción de plusvalía como el supremo valor moral.
Como la única libertad que tienen los proletarios es vender su fuerza de trabajo para no morirse de hambre, el ejercicio de ello, implicaba la participación dentro de los códigos morales, en situación de oprimido y explotado como su única y posible conducta de acuerdo a la moral existente, es decir un acto sumiso moral, desde el punto de vista del encuadramiento social en el que fuera de su voluntad se encuentran sometidos a las relaciones de producción capitalistas, en una palabra, un acto moralmente correcto dentro de los cánones morales de las clases sociales dominantes y sojuzgadoras.
La moral burguesa pretende identificar la libertad del individuo, con la libertad del burgués propietario de los medios de producción, con la libertad como principio universal, al margen de las pugnas entre las clases sociales y al margen del desarrollo histórico de propiedad. Sin duda que esta cuestión resulta una quimera.
Marx criticaba a la sociedad capitalista por considerarla como la fase más avanzada de la explotación, la que ata al hombre a la máquina y califica atinadamente a la clase obrera como la más consciente y revolucionaria de la historia.
Demolido el régimen feudal -sustentado en la gran propiedad sobre la tierra- y después de la liberación de la servidumbre, se pasó a la edificación de la sociedad capitalista bajo la dirección de la burguesía revolucionaria, pero al hacerlo abrió perspectivas a su vez para la clase más oprimida y explotada, el proletariado, consiguientemente un camino de lucha mucho más complejo que cualquier otro en el pasado. “La liberación del hombre de la dependencia personal, la destrucción del poder absoluto de la iglesia sobre las mentes, la libertad de desplazamiento, etc. Abrieron nuevas posibilidades al desarrollo de la personalidad, no sólo en la cima de la sociedad, sino también y en cierto grado entre los trabajadores”.[2] Empero, la sociedad burguesa impuso a los trabajadores asalariados, al proletariado industrial moderno, una nueva forma de esclavitud y nuevos mecanismos de devastación física y moral de la personalidad. La alienación es una de sus expresiones.
Fueron Marx y Engels quienes se encargaron de poner al descubierto, de manera profunda, la influencia desmoralizadora del carácter coercitivo y enajenante del trabajo en las condiciones del sistema capitalista.
“Con arreglo a las leyes económicas, la enajenación del obrero en su objeto se expresa en que cuánto más produce el obrero menos puede consumir, cuantos más valores crea menos valor, menos dignidad tiene él, cuanto más modelado su producto más deforme es el obrero, cuanto más perfecto su objeto, más bárbaro es el trabajador, cuanto más poderoso el trabajo, más embrutecido, más esclavo de la naturaleza es el obrero”.[3] El trabajo asalariado para el proletario deviene en la enajenación de su trabajo y la de su condición de ser humano, la realidad de su condición de explotado, la esclavitud del obrero como propiedad de toda la clase burguesa. El obrero no es propietario de lo que produce y de los medios de producción que utiliza. Siendo esa la realidad al obrero se lo deshumaniza, se lo pretende convertir en una máquina productora de plusvalía.
Luego Marx agrega: “…el trabajo produce maravillas para los ricos, pero produce privaciones y penuria para los obreros. Produce palacios, pero aloja a los obreros en tugurios. Produce belleza, pero tulle y deforma a los obreros. Sustituye el trabajo por máquinas, pero condena a una parte de los obreros a entregarse de nuevo a un trabajo propio de bárbaros y convierte en máquinas a la otra parte. Produce espíritu, pero produce estupidez y cretinismo para los obreros”.[4] Ante esto Gorz plantea como reivindicación: “lo que los proletarios oponen a los intereses materiales del patrono, a las razones de Estado, a las necesidades económicas no es su interés, es su necesidad humana. El proletariado no puede fundar su reivindicación en ninguna otra exigencia sino su propia necesidad. Está destinado a actuar, a impugnar y a reivindicar en su propio nombre, sin fiador trascendente, en nombre de la ‘existencia desnuda’. Está destinado a la autonomía.”[5] En efecto, el obrero lucha por producir su vida, su libertad, entendida como el conocimiento de la necesidad, en este caso el conocimiento de las leyes que rigen el devenir de la sociedad para su transformación revolucionaria, es de esa única manera, encontrando la plena realización en la brega por cambiar la sociedad, que se emancipa como clase y como ser humano.
De los dos párrafos anteriores, se desprende, que el trabajo no constituye para el obrero la concreción de sus potencialidades físicas e intelectuales, y menos aún la fuente de su bienestar, sino que por el contrario el trabajo pasa a ser la fuente de los males que lo agobian, en tanto acarrea explotación, hambre, miseria, embrutecimiento, etc., en suma; la subordinación a los medios de producción y convertirse en apéndice de las máquinas. Por tanto, el trabajo asalariado -en la sociedad burguesa- deviene en la causa de la mayor parte de los sufrimientos y las desdichas materiales y espirituales del proletariado.
A.F. Shishkin sostiene: “la persona del capitalista es su capital. La persona del obrero, desde el punto de vista del capitalista es su fuerza de trabajo, que se compra y se vende como mercancía y que posee la propiedad de crear plusvalía. En la sociedad capitalista, las relaciones entre las personas han adquirido un carácter de cosas, impersonal. Pero allí donde las personas actúan únicamente como representantes de las cosas, los juicios morales están fuera de lugar”.[6]
El afán al lucro, a la ganancia, reina en todos los campos de vida de la sociedad burguesa. Esta realidad que se trasmite por todos los poros de ella, desde los sistemas de instrucción pública y particular, la religión, el permanente bombardeo mediático que lleva a niveles alucinantes sus fuegos fatuos, es propio de una clase que se hunde y agoniza, derrotada su ideología decadente recurre a estos instrumentos sociales para seguir propugnando individualismo y el egoísmo más rastrero.
De esta manera, se constituye en un principio fundamental de la sociedad burguesa, la evolución de la personalidad se sustenta en la propiedad privada donde prevalece el imperio del individualismo y del egoísmo. Esto “corresponde a las relaciones sociales en las que cada uno ve principalmente al otro como si fuera un objeto de uso, a la par que considera a todos los demás y a todo nexo social como simple medio para alcanzar sus propios fines, sus fines particulares”.[7]
Efectivamente la dinámica en la sociedad capitalista evidencia que “Cada burgués, tomado por separado, no necesita de preceptos y reglas morales de ningún género que frenen la tendencia al lucro. Pero si son necesarias para la protección de su propiedad y también para justificar ante las masas la avidez burguesa, para encubrirla, para adornarla”.[8]
Efectivamente, tanto el individualismo como el egoísmo, necesariamente se constituyen en el aspecto fundamental del comportamiento de los hombres que se desenvuelven en una sociedad donde impera la propiedad privada con sus respectivas implicancias. Precisamente, la propiedad privada, siendo el elemento que determina la existencia y reproducción del modo de producción capitalista en el cual reina la anarquía, necesita de esa conducta y moral de la clase que la detenta.
Un aspecto gravitante de la sociedad burguesa reside en que “la clase dominante necesita (…) defender los intereses de cada propietario contra los atentados de los desposeídos, así como los intereses generales de clase frente a las masas oprimidas. De ahí que necesite una moral que inculque el respeto a la propiedad privada, al poder vigente, a la ‘patria’ burguesa y a sus leyes”.[9] En consecuencia, “La burguesía no puede dejar de ser hipócrita, ni en su política ni en su moral. Por el contrario, cuanto más profunda y multifacética es su inmoralidad, tanto más invoca la moral y la religión para defender las bases de su dominio”.[10]
¿En qué consiste la inmoralidad de la burguesía? Ante todo radica en convertir al “hombre en valor de cambio, en mercancía; y la hipocresía burguesa en el sector de la moral tiene su origen en la tendencia a ocultar y enmascarar esta transformación. La hipocresía es inevitable en toda clase que vive a costa de la explotación de otra. La clase explotadora trata de demostrar que la explotación de los oprimidos se lleva a cabo en interés de los sojuzgados, que la esclavización de los pueblos es necesaria en interés de los mismos pueblos esclavizados. La clase dominante siempre defiende el punto de vista de que debe existir una moral doble: una para la defensa de los intereses generales de la clase dominante y para engañar a las masas, y otra para el comportamiento práctico de los miembros de la clase dominante”.[11] Konstantinov pinta de cuerpo entero la esencia de la moral burguesa.
V.I. Lenin, en su discurso “Tareas de las Juventudes Comunistas” del 2 de octubre de 1920, respecto a la moral burguesa, dice: “La vieja sociedad estaba basada en el principio siguiente: o saqueas a tu prójimo o te saquea él, o trabajas para otro, u otro trabaja para ti, o eres esclavista o eres esclavo y es comprensible que los hombres educados en semejante sociedad asimilen, con la leche materna, por así decirlo, la psicología, la costumbre, la idea de que no hay más que amo o esclavo, o pequeño propietario, pequeño empleado, pequeño funcionario, intelectual, en una palabra, hombres que se ocupan exclusivamente de tener lo suyo sin pensar en los demás”.[12] El exacerbado individualismo, tan enarbolado y expandido en el planeta, es vivo reflejo del desenfreno burgués.
Posteriormente, Lenin, agrega: “Si yo exploto mi parcela de tierra, poco me importan los demás; si alguien tiene hambre, tanto mejor, venderé mi trigo más caro. Si tengo mi puestito de médico, de ingeniero, de maestro o de empleado, ¿qué importan los demás? Si me arrastro ante los poderosos y soy complaciente con ellos, quizá conserve mi puesto y a lo mejor pueda hacer carrera y llegar a burgués”.[13] Con todo esto Lenin nos plantea, de manera clara y sintética, lo que es la lógica de la moral burguesa expresada en ideas, criterios, actitudes y posiciones en función de la reproducción de esa sociedad.
Sin embargo, desde la preponderancia de la gran burguesía industrial y el librecambio, la moral era el correlato de práctica de la más descarnada competencia, en la que el más poderoso impone al más débil las reglas del mercado, y, posteriormente, con el desenvolvimiento del Imperialismo y la despiadada acción de los monopolios y la correspondiente gigantesca concentración de capitales, delimitan como consecuencia la conducta de los actores económicos de la sociedad mediante la moral del pragmatismo.
El pragmatismo como variedad filosófica burguesa, como una de las escuelas del idealismo subjetivo, rebatidas en su momento por el Lenin, ha sido asumida por la oligarquía financiera Internacional como su sustento ideológico, porque es la que más se ajusta a sus intereses y objetivos, pues establece como verdadero todo aquello que sea útil para conseguirlos, todo lo que trabaje en beneficio de sus intereses es considerado verdadero, y todo aquello que desde su punto de vista lo sea, así como que todas las herramientas que sean útiles para ordenar el mundo según sus designios económicos, políticos y militares, sus planes, sus programas, sus análisis, todo ello es válido y verdadero porque aporta a la utilidad de sus objetivos, y bajo el criterio que el éxito justifica los medios, impone sus políticas imperialistas y genocidas, desencadena sus guerras de agresión, expande la expoliación de los pueblos y naciones, todo queda santificado por la verdad, no es casual que las banderas levantadas desde siempre por todos los imperialistas, hagan mención a la verdad y la justicia como las razones de su acción depredadora, pues detrás está la utilidad que le concierne, y mientras más útil , más verdadero.
Sintetizando, la moral burguesa es el conjunto de elementos que expresan la ideología y política de esa clase, la misma que se sustenta en la propiedad privada a través de la feroz explotación y opresión entre el hombre por el hombre, entre una y otras clases sociales, entre una y otras naciones, por ende es gestora de un sinnúmero de atrocidades en todos los escenarios de la sociedad humana. Hoy por hoy la humanidad es testigo de cómo los grandes grupos de poder económico y político, a través de sus emporios transnacionales, sus organismos internacionales, sus medios masivos de información y alienación, y muchos otros más desencadenan toda una ofensiva ideológica y moral para preservar el statu quo que representa la barbarie capitalista e imperialista en menoscabo de las naciones oprimidas, pueblos del mundo y organizaciones progresistas, especialmente, comunistas.