Mientras la vida se realiza injertando vida y luego viviéndola, estando bien atento a no caer en la tentación de la pereza, pues por propia naturaleza somos almas en permanente búsqueda, lo mismo ha de suceder con nuestro modo de vivir, de remar como una piña, sin buscar la vanagloria personal; y, en cambio, si la verdad y la deferencia entre todos. Por desgracia, hace tiempo que en lugar de educar la conciencia de las gentes, se ha pasado a desvirtuar lo íntegro, pensando que lo trascendente es alcanzar el poder para pisar más fuerte en lugar de servir mejor. Fruto de este descontrol educativo en el mundo, ahí está la creciente radicalización ciudadana, debido a una educación inadecuada y sin esencia alguna. La evidencia nos demuestra que invertir en los seres más vulnerables no es sólo lo correcto, sino también lo más sensato, porque nuestro destino es abrazar la luz para divisar el horizonte, espacio que forma parte de nuestra innata existencia.
A mi juicio, hay que hacerse vida en todo y para todos, despojándose de aquello que impida embellecer nuestro camino. Allá donde se conviva, en el estado de crecimiento en el que uno se halle, hay que tomar una actitud de compasión siempre, de entrega y generosidad hacia al análogo. Menos armas y más alma, más corazón es lo que hay que llevar consigo. Lástima que la necedad nos domine. Algo tan de sentido común, como que el Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares, se convierta en ley aún no ha sido posible. Un total de 180 naciones lo han firmado, de las cuales 164 lo han ratificado, incluidos tres Estados con poder nuclear: Francia, Rusia y el Reino Unido. Pero, otros 44 que poseen estas tecnologías deben aún firmarlo y ratificarlo para que el Tratado entre en vigor. Estos incluyen a China, Egipto, India, Irán, Israel, Corea del Norte, Pakistán y Estados Unidos. Seguramente todos deberíamos recapacitar, ser más conciliadores, más ferverosos de lo armónico, sin intención de convencer a nadie, sino haciendo de nuestra propia vida un mero deseo de asistencia para los que nos piden auxilio. No olvidemos que los grupos extremistas no conocen fronteras.
Indudablemente es la vida la que nos dona vida, y nosotros hemos de ser donantes de sueños. Esta es la cuestión. Como Machado, yo también pienso, “que tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: el despertar”. Ha llegado el momento de moverse, y la acción es lo único que tiene arrojo. Nuestra generación está llamada a predicar menos y a ser más rompedora. El testimonio de Colombia de haber completado la dejación de armas, es un buen referente para construir puentes, para acercarnos unos a otros. No olvidemos que somos ante todo, y sobre todo: constructores, no destructores. Hace mucha falta, por consiguiente, testimoniar el valor de la gratuidad en un mundo en el que privan los beneficios, el lucro sobre todo lo demás. Me asustan los que se apropian de todo, inclusive de vidas que no les pertenecen. Frente a toda esta atmosfera de corrupciones, cohabitan gentes de paz que no retroceden, que no miran para otro lado, que ponen su vida al servicio de esta humanidad doliente, con cercanía y acogida, verdaderamente amorosa.
El amor que todo lo justifica y ampara, ha de activarse hoy más que nunca para no enfermar. El virus de la indiferencia nos está dejando sin espíritu. Además, si en certeza queremos dejar intacto este paraíso viviente para las generaciones venideras, hemos de cultivar el respeto por todo aquello que nos rodea. A lo mejor tenemos que gritar menos y amar más, cuando menos para reducir tantas tensiones inútiles y para entablar conversaciones políticas sustantivas. La ayuda humanitaria se ha hecho imprescindible por doquier, hasta en lugares pacíficos se necesita de ese acompañamiento que nos dignifique como gentes de sentimientos y valores. La tutela de la vida y la creación de condiciones para una existencia en libertad, deberían estar en el centro de todos los gobiernos y jurisdicciones, a fin de fortalecer el vínculo entre desarme y desarrollo. Ojalá, todas las personas, todos los pueblos, también la Comunidad Internacional, hagamos lo posible, por muy imposible que nos parezca, para accionar otros lenguajes menos usureros, basados en el diálogo y en la comprensión, por el bien de toda la especie humana. Que la vida se hizo para vivirla, no para matarnos unos a otros. Por cierto, la misma sociedad está obligada a hacérnosla radiante. Toca resucitar, pues, una nueva época que nos hermane. Manos y coraje para la faena, ¡qué no falte!.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor – corcoba@telefonica.net